Monterrey es como una gelatina que no termina de cuajar
Roberto Guillén

Mi paisaje favorito son las personas.
Isaiah Berlin

Monterrey.- Una conversación con la artista Viviana Sofía es un viaje para vernos más allá de esa burbuja que llaman San Pedro, donde goza de un lindo jardín para ponerse a pintar placenteramente.

Instalados en la bella cafetería del Museo de Historia Mexicana, la estampa de Viviana nos habla de la necedumbre existencial de una Artista en vuelo permanente con la Imaginación. Que se resiste a ser devorada por el óxido de la costumbre. Sus verdades brotan como traviesas palomitas, embadurnadas con la fresca sapiencia de una sacerdotisa: Soy una sobreviviente de mi contexto.  

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El Festín de la Conversación es animado por una sutil rebeldía que Viviana lleva como aureola y como un amuleto contra la peste de la convencionalidad: En Londres me di cuenta que nos podemos alimentar de la existencia de los demás. Aquí en Monterey te la pasas en el Facebook y para salir de tu casa tienes que usar el carro, mientras que en Londres puedes caminar y caminar, descubriendo sus calles.

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Viviana es el viento de la Libertad que no tiene tiempo para fijar su interés en los mandarines de la cultura sampetrina. Cuando le platico de mi experiencia en la casa de Mauricio Fernández, donde a mi lado estaba colgado un Jackson Polock, que mínimo debe andar en unos cinco millones de dólares, casi se pone a bostezar, al tiempo que me brinda una respuesta de antología: Me gusta el varo, pero más la libertad.

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Viviana Sofía es la piel de la Sensibilidad. Mientras conversamos, de pronto las dulces notas musicales de una flauta nos invaden. Al instante Viviana vira su rostro e intenta localizar de dónde surge la musicalidad del artista.

Le digo que vaya por él, que no debe estar muy lejos… que los lenguajes de la Sensibilidad se fusionen.

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La Conversación con Viviana es un luminoso momento para redescubrirnos: Monterrey es como una gelatina que no termina de cuajar.