Suscribete

 
2087 26 Abril 2016

 

 

El abrazo de la serpiente
Roberto Guillén

 

La tierra, que es madre de la naturaleza, es también su tumba.
William Shakespeare

Monterrey.- Qué revelador es saber que en otras partes del mundo ya es una cruda realidad eso que llaman “el fin del  mundo”.

Pues el otro día tuve la suerte de ver una cinta, en el marco del festival de cine que nos brinda la empresa Ternium, y que lleva por título, El Abrazo de la Serpiente, misma que fue nominada a la mejor película en lengua extranjera, en ese festín hollywoodense del anhelado Oscar.  

Dirigida por el colombiano Ciro Guerra y en una coproducción con Venezuela y Argentina, por principio de cuentas me pareció un revelador filme de lo que está pasando con el avasallamiento de todas esas etnias que habitan en contacto directo con la naturaleza, en este caso, la trama se desarrolla en la amazonia colombiana, donde un viejo chamán habita en lo más profundo de la selva, convirtiéndose en un chullachaqui, es decir, en “una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos”. (No cabe duda que el becerro de oro de nuestros días lo simboliza aquel bulldozar amarillo que registra la cinta Soylent Green, también titulada como Cuando el destino nos alcance…)

***
En el Abrazo de la Serpiente, el apocalipsis ya lo tenemos en las narices, como una exótica mosca peluda:

Donde el aborigen es retratado como un huérfano del cosmos que también lagrimea como Nuestro Señor Jesucristo: “Señor, por qué me has abandonado”.

Con su taparrabos  y el gesto de una especie que se sabe en inminente peligro de extinción, el hombre de la selva se lamenta de que las piedras ya no le hablan, de que los árboles ya no le susurran los cánticos de la sabiduría. La madre Naturaleza se ha quedado muda. Se acabó la magia. Eva ya no vendrá.

***
En el Abrazo de la Serpiente el “hombre blanco” es observado como un intruso y un factor de entorpecimiento que se interna en la selva para violentar sus leyes y extraer sus recursos, dejando una estela de muerte y destrucción. Un chiflado profit que con un manojo de billetes osa encapsular a la naturaleza. Una sorda peste apocalíptica.
***

Es un filme donde asistimos a la muerte de la Biodiversidad. A nuestra propia aniquilación. Ante la mirada de lo originario, el “hombre blanco” es visto como un torpe albatros que osa llegar a Marte, pero que patea y escupe a la Naturaleza. El Homo Sapiens se ha convertido en el Frankenstein de su propia destrucción. Hambriento de cosas, ha terminado por destruir la delirante arquitectura de la Selva. Un presuroso por embotellar los Misterios de las Plantas. La fiebre por mercantilizar la flor exótica.

Y hablando de misterios, les compartimos unas líneas del gran William Shakespeare, que nos transmite a través de su personaje Fray Lorenzo, en su afamada pieza Romeo y Julieta:

La aurora de ojos grises sonríe a la torva noche, jaspeando las nubes orientales con franjas de luz, y la moteada oscuridad se tambalea como un beodo ante el sendero del día y las ruedas de fuego del Titán. Ahora antes que el sol avance su ojo abrasador para animar el día y secar el húmedo rocío de la noche, debo henchir esta cesta de mimbre de nocivas hierbas y flores de precioso jugo. La tierra, que es madre de la naturaleza, es también su tumba. Lo que es su fosa sepulcral, es su materno seno; y nacidos de él y criados a sus pechos naturales, hallamos seres de especies diversas, excelentes muchos por sus muchas virtudes, ninguno sin alguna, todos, no obstante, distintos. ¡Oh! Inmensa es la gracia poderosa que reside en hierbas, plantas, piedras y sus raras cualidades, porque no existe en la tierra nada tan vil que no rinda a la tierra algún beneficio especial; ni hay cosa tan buena que, desviada de su bello uso, trastorne su verdadero origen, cayendo en el  abuso. La virtud misma conviértese en vicio , mal aplicada, y en ocasiones el vicio se dignifica por la acción. Dentro del tierno cáliz de esta débil flor residen el veneno y el poder medicinal. Por ello, oliéndola, deleita a todas y a cada una de las partes del cuerpo; pero, gustándola, mata el corazón y los sentidos. De igual modo acampan siempre en el hombre y en las plantas dos potencias enemigas: la benignidad y la malignidad; y cuando predomina la peor, muy pronto la gangrena de la muerte devora aquella planta.

orovernissage@gmail.com   


Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com