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2089 28 Abril 2016

 

 

Álvaro Uribe: la venganza del hijo del terrateniente (II y última)
Eloy Garza González

 

Monterrey.- La presidencia de Álvaro Uribe (a la que cabe aclarar arribó por la vía de candidatura independiente) fue controvertida y dominada por el fantasma de su padre. Cada vez que le tocaban el tema, el presidente era enfático en su negativa y ponía como ejemplo sus frecuentes diálogos con el entonces presidente de EUA, George W. Bush: el asesinato de su progenitor nunca fue materia de conversación entre ellos.

Pero es innegable que cuando Uribe asestaba un golpe a las FARC, y se imponía la fuerza institucional del Plan Colombia y del programa de doctrina militar que bautizó como Seguridad Democrática, latía la sospecha de que era una muesca más al revolver que usaba simbólicamente (el Estado colombiano) para reivindicar la memoria de su padre.

En cierto sentido, Uribe usó al gobierno como patrimonio personal para reivindicar agravios familiares. La Operación Orión, por citar una de tantas, no fue respetuosa con los derechos humanos, así como la Operación Fénix no fue cuidadosa con la soberanía de otros países (las fuerzas armadas se adentraron con pleno conocimiento de causa en territorio ecuatoriano, provocando un conflicto diplomático a gran escala).

Tal parece que a Uribe no le importaba confundir terroristas con sociedad civil. Al menos esa fue la impresión que dejó en muchos críticos pese a los logros evidentes de su gestión, como haber disminuido el índice de homicidios y de atentados terroristas a menos de la mitad de cuando recibió la Presidencia en 2002.

Ya fuera del poder supremo, ahora en su calidad de senador, desde el departamento de Córdoba, en su hacienda El Ubérrimo, ha acusado al gobierno de sus sucesor, Juan Manuel Santos, de llegar a acuerdos de pacificación con las FARC que, a su modo de ver, son una sutil claudicación a la violencia armada. Sus aliados en la prensa tildan a Santos de cómplice del terrorismo, y los aliados de Santos tildan a Uribe de cómplice del narcotráfico.

El problema es que ante la andanada de descalificaciones mutuas, las FARC se están pertrechando, y esto lleva a indagar las razones por las que, a lo largo de su presidencia, Uribe nunca pudo realmente someter a las FARC hasta su desmantelamiento total. Es natural: los insurgentes conocen como la palma de su mano la abigarrada y peligrosa selva colombiana. Ni con la ayuda de EUA, que se tradujo en recursos económicos y armamento bélico, pudo Uribe cumplir la venganza de su padre, el terrateniente.

Quizá a su lápida, donde el epitafio que quiere grabar Uribe es “nunca se rajó” habría que añadir otra leyenda que diga “nunca pudo consumar su venganza filial”. Y es que, aunque no lo reconoció en ningún momento de su presidencia ni ahora como senador, esa es la fijación mental de Álvaro Uribe y es parte de la ansiedad que lo embarga en sus momentos de soledad, que, según quienes lo conocen en la intimidad, cada vez son más frecuentes.


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