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2102 17 Mayo 2016

 

 

La ciudad del soul
Gerson Gómez

 

Monterrey.- Hermosillo es una ciudad que me agrada desde la primera estancia. La bonhomía de la gente, la franqueza con que heredan el orgullo de la tierra, les ha permitido preservar sus ideales.

Eso lo he intuido cada temporada que regreso a Sonora: su alto grado de lealtad se basa en combatir los prejuicios ancestrales.

Reconocí a Carlos Sánchez mientras le vi deambular entre los estantes de los puestos de la feria del libro de la UANL en Monterrey, hace algunos años. A ese compa yo lo conozco. Me quedé pensando en su rostro norteño. Luego me acerqué a saludarlo. Cuando me hice de su libro de crónicas Matar, ganador del premio de libro sonorense 2010 en el género de crónica, hermanó mis pensamientos en el elevador de las emociones. En la nueva entrega, La ciudad del soul, Carlos Sánchez retoma las crónicas pendientes y nos permite conocer el bajo mundo en Hermosillo.

Gerson Gómez: ¿Cómo escribe Carlos Sánchez sus crónicas en La ciudad del soul?

Carlos Sánchez: Escribo por impulso, desde los latidos del corazón. Soy un cursi irremediable. Y esta ciudad habita en mi interior. Desde la infancia, en esos días de cargar los periódicos bajo el brazo, de ofertarlos entre los automovilistas que pasaban por la Rosales y Bulevar Hidalgo. Desde esos días empezó mi recorrido por el Hermosillito de mis amores. Del centro histórico a los callejones del barrio donde aprendí violencia y fraternidad, pragmatismo y compromiso. El dolor de las doñitas del barrio conversando en las pilas de los lavaderos viejos sus desencuentros, desamores y amores. Allí se va construyendo lo que ahora es la La ciudad del soul, desde la memoria. Con la piedra cayendo sobre la cabeza del Simón, aquel carnalito que un día murió de agua, en el interior de la presa, porque a los policías no les agradaba que el Simón no se quedara callado cuando llegaban a interrumpirle la fiesta que organizaban los lava carros. Esa piedra que un día el Chamuco le tiró con rabia y con el deseo de matarlo, verlo de frente, en horas de la madrugada, con el terror en las pupilas, me hizo decir esto que ahora cuento como recuento desde el barrio, la ciudad. Así es como se va construyendo este librito interior. Con ganas de dejarlo ir y retenerlo hasta siempre. Me refiero al contenido de éste.

GG: ¿Desde dónde escribe sus crónicas?

CS: Escribo desde lo que otrora fuera un río y donde ahora es un complejo comercial. La modernidad sepultó la arena en donde de morros jugábamos al fut o al beis. Ocurre que ahora existe un hotel, el colonial y al cual asisto como religión, porque desde allí la mirada me remite a infancia, a las faldas del cerro de la campana donde crecí. Vengo a verme los días aquellos, a reconstruir con palabras lo que fui y he sido y seguiré siendo. Aquí me rolan un café, aquí las lecturas y escrituras adquieren otra dimensión, porque alucino que estoy encima de esas aguas que un día nadé mientras el río Sonora recobraba su cauce allá en los ochenta. La ciudad se transforma, la superficialidad nos arropa y somos parte de ella. Digo presente al ingresar a un mall y pedir una hamburguesa, pero se me retuerce la entraña cuando advierto que estoy comiendo un producto de manufactura gabacha encima de mi propio territorio, donde crecí y amé. Aquí escribo.

GG: ¿Qué te impulsa a hacerlo?

CS: El impulso que me impulsa, en estas crónicas de la ciudad, es el reconstruir un poco la historia del barrio, de sus habitantes que nacieron perdidos. Me reconozco y soy uno de ellos. Pero quiero escribir tal vez la otra parte del mapa de sus cuerpos, de sus vidas, decir por ejemplo que tuvieron un corazón latiéndoles, la madre que los parió y llora por ellos ahora que ya no están. Quiero decir que también se embriagaron, que tuvieron proyecto y el amor como un objetivo presente. Me resisto en varios de estos textos, a creer que la vida de esta raza con la que he crecido, se reduzca a un par de párrafos de la nota roja. Hay otros temas, como la cárcel y los infortunios de la raza con la que me ha tocado convivir, y aprenderles sus capacidades fraternales. Hay también un grito constante a partir del dolor que es la violencia contra las mujeres, esas víctimas que mueren de la manera más inesperada, súbita la piedra que rompe la cabeza, las manos que aprietan el cuello ante el desdén de un beso negado. Está cabrón.

GG: ¿Desde cuándo comenzaste a escribir las crónicas de La siudad del soul?

CS: Escribo insisto, por impulso. La obsesión se me apersona y a partir de un tema que me inquieta es que construyo, la neta no sé cuándo fue el primer texto que escribí de esta ciudad, no me queda claro, a veces escribo para olvidar. Sólo fui construyendo, y un día el cúmulo de textos me sorprendió y fue que me dije: aquí hay un libro, empecé a tocar puertas, Nitro Press, con su generosidad, y el ISC, capearon, por fortuna, y ahora es que estos textos encuentran miradas con las cuales reflejarse.

GG: ¿Has pensado en otros temas para cronicar, tal vez, las crónicas ausentes, las de la alta sociedad sonorense, que están hasta ahora ausentes en libros?

CS: No creo que mi mirada tenga cabida en ese sector social, soy prejuicioso, y no me interesan los dolores o alegrías de ese gueto, en todo caso me gustaría concluir un proyecto de libro sobre desaparecidos, a partir de voces de madres y esposas de carnalitos que un día se fueron y no volvieron más. En esas ando por ahora, Ojalá la vida me alcance.
 
* Carlos Sánchez, La ciudad del soul, Nitro Press, 2015.


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