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2116 6 Junio 2016

 

 

Partidos, elecciones y cambio social, VIII
Daniel Salazar

 

Monterrey.- En doce estados de la república, este 5 de junio se eligieron ayuntamientos, congresos, gobernadores. Sin novedad, las campañas que culminaron, no estuvieron exentas de las promesas de siempre:

“Transparencia, rendición de cuentas, apertura de fuentes de empleo, atracción de inversiones y hasta de eso de acabar con la inseguridad que se vive en todas partes…”

En su desarrollo, volvieron a presenciarse alianzas vergonzosas entre los partidos (con todo y “chapulineo”), así como recursos publicitarios de todo tipo que evidenciaron aún más su descomposición. Las denuncias cruzadas por compra de votos, gastos excesivos, inequidad y hasta la promoción de juicios contra el enriquecimiento ilícito de candidatos ligados al narcotráfico y la delincuencia organizada, estuvieron a la orden del día.

Con todo, los partidos políticos en la disputa por los estados y municipios, continúan ofreciendo -“si el voto les favorece”- las primicias de un país más justo y democrático. En la fiesta, comparten, gracias a nuestra democracia simulada, eso de pan y circo para el pueblo con un poco de derecho romano. En una de sus pistas, los “partidos de izquierda” diluidos hace tiempo en el neoliberalismo, olvidaron ya la existencia de la lucha de clases y que el capital es la fuente primitiva de la miseria del pueblo.

Aunque la izquierda radical como cuestión táctica ha venido luchando por el voto universal y elecciones libres, es necesario señalar que cuando se decide a participar electoralmente, lo hace siempre pensando que aún en terrenos del adversario y en condiciones desfavorables, es posible (según la coyuntura) procurar mejorar la relación de fuerzas entre las clases para favorecer a los trabajadores; confrontar su visión frente al poder establecido sin olvidar en ningún momento, el punto de vista de clase tan fundamental en el diseño de su política.

Por eso cuando esta izquierda decide participar electoralmente, no lo hace pensando en que ganará un mayor peso en las instituciones capitalistas o que este hecho “modificará las relaciones de fuerzas entre las clases o que reducirá el poder de los banqueros o de los empresarios monopolistas, las trasnacionales con todo y sus fuerzas represivas. Los daños causados por el capitalismo –dice Almeyra-- sólo desaparecerán con éste y con la creación de otro poder y de otro tipo de relaciones sociales…”

En México la izquierda institucional dejó de interesarse por utilizar las elecciones para organizar y educar a los trabajadores en la posibilidad de una alternativa al capitalismo. Ahora busca “personalidades” de apellido largo que le arrimen votos y posiciones. Cuando en ocasiones obtiene algún triunfo, desde su nuevo cargo, que debiera ser la tribuna de los de abajo, se olvidan de apoyar las luchas sociales y hasta de proponer leyes favorables a las mayorías creyendo que “su triunfo” fue producto del carisma personal del candidato.

Lo cierto es que en el capitalismo no existe una vía electoral al poder, como tampoco la posibilidad de construir un poder popular desde las instituciones capitalistas. “Bajo los regímenes capitalistas constitucionales, las elecciones sirven a las clases dominantes para elegir cuál sector de ellas gobernará; para seleccionar y renovar el personal gobernante y para medir la temperatura política, es decir, el nivel de conciencia, organización y decisión de los sectores populares” (Almeyra).

En México, donde la dictadura del capital es cada vez más feroz y sangrienta, ningún partido de la izquierda institucional que llegara a obtener algún triunfo, será capaz de sacar del atrazo al estado o municipio que encabece. Simplemente porque se trata de un problema económico estructural que ninguno de ellos contempla y que rebasa con mucho el ámbito de su mandato. Hace 18 años cuando la “oposición” ganó Zacatecas con un fuerte apoyo popular, una vez en el gobierno, su dirección desmovilizó a los ciudadanos con el argumento de que “ahora somos gobierno”. Se produjeron obras con resultados (y diezmos) pero sobre todo, se maniató la iniciativa de los trabajadores para dejar en manos de la genialidad gubernamental (que había logrado vencer al PRI), el futuro de Zacatecas.

Y así lo hizo Monrreal. Su voluntad fue la de dejar en manos de Amalia el “futuro del estado” con los resultados que ya conocemos. Durante las dos gestiones, no se consolidó ninguna organización autónoma opositora y la señora García -enriquecida “enexplicablemente”- impuso a su candidato tal y como ella había sido impuesta: “desde la izquierda”.

Hoy, otro Monrreal quiere gobernar Zacatecas. Hace seis años levantó la mano al actual gobernador Alonso pero de eso no quiere ni acordarse. Lo cierto es que en 18 años esta familia fresnillense no fue capaz de formar un solo cuadro político por fuera del apellido familiar. La fortuna que hoy poseen, los ha alejado de la clase social de la que provienen y a mi juicio, hoy forman parte de una clase social enriquecida al amparo del poder público.

A estas alturas del partido, los industriales, ganaderos, productores (grandes y medianos del campo), comerciantes, banqueros, constructores y demás, estarán finalmente alineados con uno u otro proyecto. Este día se definirá en Zacatecas (y en otros estados), cuál sector de las clases pudientes gobernará.


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