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2128 22 Junio 2016

 

 

Entre represión y consenso
Samuel Schmidt

 

Ciudad Juárez.- Hay veces, cada vez más seguido, en que el gobierno se enreda en su propia lengua. Algunos dirán que el manejo de la crisis demuestra una gran torpeza; otra, es que el gobierno comete tantos errores que entra a una crisis sin salir de la anterior. Se genera una gran crisis y una larga lengua que enreda todo.

Parte del problema consiste en que cualquiera en el gobierno hace declaraciones, de las que después el gobierno debe desdecirse;  véase la torpeza de la “verdad histórica” de los 43.

Este manejo de comunicación estaba muy bien en el pasado, cuando la gente que quería recordar algo debía ir a la hemeroteca, y esperando un acto de honestidad de los periódicos, encontrarse la información buscada. Pero eso no era garantía: hoy no se encuentra la nota sobre el asesinato de la sirvienta de los Salinas, que fue ejecutada por los dos hermanitos (Carlos y Raúl) que jugaban a su versión de la revolución, donde los burgueses fusilaban a los indígenas.

En la actualidad, las fuentes de información son tantas, que hay múltiples formas de registro social y político que hacen difícil esconder los sucesos y todavía más difícil hacer desaparecer las evidencias.

En muchos teléfonos está registrado el despliegue policiaco contra los que protestan, así como las imágenes de la represión; la tecnología se está encargando de confrontar el silencio de los medios, y de poner en evidencia a muchos Texto Servidores, que insisten en tratar de distraer a la sociedad empleando subterfugios y recursos retóricos, para satisfacer a los que les pagan las líneas ágata.

La nueva infamia se llama Nochixtlán. Un jefe policiaco dice que fueron emboscados, que les dispararon y sin embargo, no hay ningún herido por parte de la policía. Mientras que por parte de los civiles las cifras alcanzan 8 muertos, 45 heridos de bala y 22 desaparecidos. Por muy mala puntería que tengan los emboscadores, por lo menos un herido de bala debieron haber causado.

El resultado desigual del enfrentamiento no sorprende; para una policía reconocida en el mundo, por utilizar tortura como método de investigación y fuerza desmedida para tratar con la sociedad, encontramos que el fuego se concentró para asesinar, para hacer el mayor daño posible. El presidente dice que la Procuraduría coadyuvará con la investigación. O sea, más impunidad.
El gobierno lanzó una reforma educativa que se ha topado con fuertes reacciones. Algunas se han desactivado por amenazas de cárcel, otras se están enfrentando con una fuerza represiva que habíamos pensado que pertenecía a un pasado remoto.

El gobierno muestra imaginación para la represión, no para la construcción de consensos. Encarcela líderes sindicales por lavado de dinero, medida que no aplicó con ninguno de los más de 300 involucrados en los Panamá Papers. Encarcela mujeres por secuestrar policías, esos cuya brutalidad sugiere que son victimarios y no víctimas. Y cuando se agotan las opciones de acusaciones espurias, entonces se avanza con armas largas, como si los disidentes fueran los grandes enemigos que hay que desaparecer de la faz de la tierra.

Cuando la guerra de Calderón bañaba de sangre al país, un periodista estadounidense me preguntó: ¿por qué hay tantos civiles muertos y tan pocos militares muertos? La respuesta era tan evidente como lo es en Nochixtlán. La policía y los militares se ceban sobre la sociedad como perros de caza. Y el río de sangre sigue corriendo sin freno.

Cuando al gobierno se le acaban las opciones y utiliza la fuerza bruta en contra de la sociedad, es momento de que reflexione sobre lo que le ha fallado.

La sociedad no es el enemigo, sea cual sea su postura y oposición al régimen.

El gobierno está obligado a recurrir a la política hasta agotar todos los recursos que tiene a su favor. Las armas de fuego, deben ser el último recurso, y por último me refiero, a haber agotado cualquier otra posibilidad de gestión y aun cuando usen armas, no debe ser para matar.

En el momento que el gobierno toma partido por la opción violenta, está aceptando haber fracasado en la tarea que se le encomendó, destruyó el consenso.

El gobierno debe ponerse por arriba de las diferencias partidistas, de las ideológicas y gobernar para todos. Lo que no puede ni debe hacer, es meter por la fuerza y con el apoyo de las armas, las ideas que parte de la sociedad rechaza.

No podemos pretender que toda la sociedad esté de acuerdo en todo, pero podemos exigir que el gobierno respete a todos y genere los espacios para que toda la sociedad se manifieste: eso se llama democracia.


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