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2133 29 Junio 2016

 

 

COTIDIANAS
Nostalgia en cajas de cartón
Margarita Hernández Contreras

 

Dallas.- Mi madre de 71 años llegó esta semana de su tierra. Llegó con una maleta y dos cajas de cartón, bien pudieran ser de jabón Ariel, amarradas expertamente con soga de vinilo amarillo, señal típica de que uno es mexicano (acaso podamos generalizar y decir latinoamericano).

Llegó a Oak Cliff desde Guadalajara por sus Autobuses Americanos, con cuatro horas de retraso y los pies inflamados pero con paso —aun así— alegre y firme.

Después de las peripecias que ocasionan retrasos de esta magnitud, llegamos a casa cerca de la medianoche descargando sus cajas e informándonos mutuamente de lo que ocasionó el contratiempo, y reportando su llegada sana y salva a la familia.

El tiempo se suspende momentáneamente, los bostezos y el agotamiento se evaporan como por obra de magia cuando mi madre abre sus cajas. De allí salen no sé cuántos quesos, como 10, junto con tarros de cajeta y de chongos zamoranos hechos en casa, una enorme bolsa de chiles de árbol secos, todo de Michoacán; luego aparecen bolillos de Guadalajara, y platos y tazas y jarros nuevos para mi cocina. Me dice entre pena y risa: “Te quería traer una vajilla pero la que me gustaba costaba 1,800 pesos y otra costaba 2,000. ¿Tú crees? Por eso te traje estas dos tazas. Son de Tonalá”.

Esto que hace mi madre cada vez que vuelve, quiera o no quiera yo, me abre la puerta de México y mi infancia: veo la ranchería donde crecieron mis padres, veo el piso de mi casa y las calles de mi barrio; huelo el smog de mi ciudad, escucho el ruido ensordecedor de los camiones, me asomo al puesto de tacos de la esquina. Recuerdo parientes borrosos en mi memoria. 

Con cada queso que le enjuago a mi mamá “para quitarle el exceso de suero” (me explica ella), recupero no sé qué esencia que la cotidianidad en Dallas me ha empolvado.

El ápice de esta nostalgia, de su maravilloso significado sin palabras, ocurre cuando me dice que una mujer la alcanzó en Sahuayo para darle unas alas de mariposa que mi hija le había pedido como su regalo de cumpleaños. Riendo le explico a mi marido que bien pudo la abuela decirme que le pidiera las alas del catálogo donde las vio la nieta, en lugar de escoger, en el último minuto y con un pie en el camión, entre unas blancas o rosadas o amarillas de abejorro, y se las trajera, imperturbable, por todo ese largo trayecto que el autobús recorriera a pesar de dos descomposturas desde Guadalajara hasta Oak Cliff.

Así que mi hija recibirá alas rositas de mariposa en su cumpleaños.

De México.

Así tenía que ser.


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