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2133 29 Junio 2016

 

 

DISPARATES
Huevos tibios*
Armando Hugo Ortiz

 

Monterrey.- La hora y punto de inicio eran ampliamente conocidos, el itinerario, también. Los impuntuales se integraban a la marcha durante el trayecto, algunos polichambistas iban directo a la Macroplaza, otros comodinos simplemente rehuían la caminata.

Uno de estos últimos ya tenía hecho su cálculo: la marcha llegaba a Palacio alrededor de las 7 de la tarde. A esa hora aterrizó por ahí.

Tuvo un pequeño desazón al percibir el número de colegas, sí, varios miles, varias mantas; pero no suficientes para la gravedad de la situación. ¿Ya eran todos? Al deambular por la Explanada saludó a algunos conocidos. Los comentarios ahondaban su frustración. La gente no respondía, se resignó, tuvo miedo. El motivo era lo de menos. Movimiento tronado, igual que otras veces. Se rajaron los líderes charros y todo mundo se atemorizó. A fin de cuentas una bola de borregos.

Después de las 7:30, el pesimista a punto de ir a la cantina a rumiar amarguras. Sordo a las súplicas del animador trepado en la tarima, asegurando que el grueso de la protesta se aproximaba, “Por favor, no se retiren, ya vienen en camino, son muchos! Insistía por el micrófono.

El incrédulo tomó esos ruegos como patadas de ahogado, estertores de otra derrota. Consumatum est, diez minutos más y me largo a la chingada.

“Compañeros, en este momento llega el magisterio de Nuevo León”, anunció el maestro de ceremonias. El cuasidesertor se encaminó a la salida del subterráneo por la calle Zaragoza a encontrar la avanzada de la manifestación.

Huevos Tibios avanzando dentro del túnel hasta Juan Ignacio Ramón, en contra de la marcha. Venía compacta, gruesa. El ancho de la columna de banqueta a banqueta; a lo largo, se extendía más allá del extremo del túnel, la entrada en la calle Matamoros. El desfile se prolongó por diez, quince, veinte minutos o más.

El comodino pagó cara su flojera, ignoraba que se organizó no una, sino cuatro marchas saliendo de diferentes sitios: la Normal Miguel F. Martínez en Constitución y Félix U. Gómez; Paricutín y Dos de Abril en la Roma, desde el canal 12 de TV; edificio antiguo de la Normal F -Juárez y Tapia- y desde la Normal Superior en Venustiano Carranza y Aramberri.

Cada marcha hizo bloqueos en los principales cruceros a la hora de mayor tráfico, agudizados con sorpresivos cambios de dirección que trastornaban las prevenciones que había tomado Tránsito de Monterrey.

El magallate fue mayúsculo al unirse las cuatro marchas en Pino Suárez y Ocampo. La serpiente retadora hizo lo que menos querían las autoridades: se desplazó a la avenida Constitución, única vía rápida del centro de la ciudad. La circulación se colapsó en el primer cuadro y más allá, mínimo dos horas. Los automovilistas decidieron apagar sus vehículos; los pasajeros de los camiones, a caminar.

El grupo que el pesimista vio en la Macroplaza se había descoordinado, por eso arribó temprano. El grueso de la marcha, que llegaba después de las ocho de la noche, desquició todos los pronósticos, aún de los mismos profesores. No era demagogia afirmar que todo el magisterio estatal hacía acto de presencia: gente de preescolar, primaria, secundaria, normales, técnicas, inspectores, directores, secretarias, intendentes. Activos y jubilados de todos sabores, edades y colores: antiguos tijerinistas, chapistas, activistas de la izquierda, charros independientes, vanguardistas. Mosaico nunca visto en la historia del sindicalismo magisterial de Nuevo León.

La algarabía era tal que los fogosos discursos de los oradores se apagaron entre la multitud, extendida hasta la escalinata de la Biblioteca Central. Una manta planteaba el reto: VENCEREMOS O PERDEREMOS, NO SABEMOS, PERO SÍ LUCHAREMOS.

Al concluir el acto, el holgazán incrédulo y pesimista tuvo diferente pretexto para ir a la cantina, pero las cheves le supieron a optimismo. 

* Tomado del libro del autor, De Rojo y Negro… (1995).

a_hugo16@hotmail.com


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