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2136 4 Julio 2016

 

 

Estampas cieneguenses, I
Víctor Orozco

 

Ciudad Juárez.- ¿Por dónde empezar unas notas sobre Cuatro Ciénegas de Carranza? ¿Por la razón que ha llevado a esta región a ser conocida en todo el mundo? ¿O por su historia, de la cual tenemos noticia los mexicanos y sobre todo los coahuilenses? Las dos causas motivaron mi viaje a este insólito lugar.

Para consultar su archivo histórico municipal y puesto que carece hasta ahora de catálogo, echarme un clavado en sus cajas, como me anunció hace un mes el gentil profesor Miguel Ángel García, quien es su director. Y, para conocer las increíbles pozas, únicas en el planeta, que guardan en sus estromatolitos explicaciones del origen de la vida en la Tierra. Narraré las estampas en alternancia. Los hechos humanos y los naturales.

El carrancismo
La casa de la familia Carranza, donde vio la luz el Varón de Cuatro Ciénegas, descansa en muros de casi un metro de ancho y techos de terrado. Era la manera como estas señoriales fincas resguardaban a sus habitantes del sol implacable, que en estos meses puede elevar la temperatura hasta 48  grados. Alojó a varias generaciones de carranzas, uno de ellos don Jesús, el padre de Venustiano, quien fue de los coahuilienses vencedores de los franceses en 1866. Padre de diez y seis hijos y juarista a morir, hizo un préstamo al presidente errante por mil pesos, que éste regresó puntualmente.

La presencia del “Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo Federal” –largo título ostentado por el dirigente de la revolución entre 1913 y 1915–, entre sus paisanos es innegable. Quizá saben mucho o poco de su vida, pero al menor interrogatorio dicen: fue quien hizo la constitución. Político porfirista, luego enemigo del dictador, ministro de guerra en el gabinete de facto nombrado por  Francisco I. Madero, su figura es imprescindible. El 18 de febrero de 1913, giró un telegrama al general Pablo González, quien se encontraba en Julimes, Chihuahua, ordenándole se regresara de inmediato a Saltillo y evitara ser desarmado, pues el previsto golpe militar, por fin se había ejecutado. Fue uno de los primeros pasos que lo conducirían a ser el personaje protagónico de la revolución constitucionalista. Dinorah y yo, gracias a la cortesía de Ricardo, un generoso vecino –aquí la amabilidad es regla inveterada– subimos hasta “el caballito”, como se conoce a la gigantesca estatua ecuestre de don Venustiano plantada en uno de los altos picos que rodean a esta población, cuyos quince mil habitantes se recogen en sus hogares apenas alza el sol del mediodía y salen cuando éste se pone, para llenar la plaza con el bullicio de los niños. Desde arriba, el prócer parece que vigila, severo como lo pinta la historia, el comportamiento de sus coterráneos.

A un siglo de distancia, los rescoldos dejados por los bandos revolucionarios no se han apagado en México del todo. Tampoco las polémicas históricas, de las cuales surgen cada año nuevas versiones. Me pregunto, en la disputa entre Venustiano Carranza y Francisco Villa, ¿qué partido tomarían en su mayoría los mexicanos de hoy? El segundo goza, indudablemente de más popularidad y es el caudillo por antonomasia surgido durante los años del movimiento armado. Pero sus irresistibles cargas de caballería se estrellaron en Celaya contra las “loberas” inventadas por Álvaro Obregón. Puede pensarse en un suceso militar, circunstancial. Pero algunos historiadores han destacado otro hecho: el ejército carrancista obedecía a una visión de más largo alcance, representaba a una alianza social y política mucho más poderosa que la legendaria División del Norte. A la larga estaba destinado a vencer. No en balde agrupaba batallones y regimientos venidos de todo el territorio nacional, a diferencia del villismo, fuerte básicamente en Chihuahua, la comarca lagunera, Durango y Zacatecas. En fin, para dónde se inclinaría hoy México, es una cuestión puramente especulativa, no por ello, menos fascinante.

Los orígenes de la vida...
Una brecha se abre paso por el mezquital bajo y de repente estamos ante un espectáculo sorprendente: en pleno desierto, aparece una especie de alberca gigante, con aguas cuyos colores recorren todos los matices del azul. Los rayos solares penetran hasta el fondo de sus cinco metros y dejan ver a las mojarras minckley, nombradas así en reconocimiento al biólogo norteamericano, quien dedicó buena parte de su vida a investigar y dar a conocer la fauna de Cuatro Ciénegas. Esos que ven, en sus orillas, nos dice el guía Luis Alonso Garza, son estratomotolitos, pero ya no tienen vida.

Hasta 1994, nos explica, cuando se constituyó la reserva natural y se prohibió la entrada en las aguas, la gente del pueblo venía a nadar y bañarse. Ni siquiera sabíamos que eran esas placas. Ahora, los científicos han enseñado, que son fósiles vivientes cuya edad alcanza ¡tres mil millones de años! Nada, ninguna otras forma de vida es más antigua en el planeta.

Afortunadamente sobreviven en otras pozas y en el río Mezquites. Son acumulaciones de proteínas, capaces de asimilar la luz solar y convertirla en fuente de energía. A su vez, sirven de alimentos a caracoles y otras expresiones vivientes de mayor complejidad. Apenas puedo creer que estamos frente a un proceso que se remonta a los orígenes de la vida en el universo. Lo tenemos sólo en México, gracias a que el llamado mar de Tetis, que ocupaba todo el desierto chihuahuense, al desecarse, dejó atrás estos resabios de agua semisalada, que se comunican entre sí por corrientes subterráneas. En ellas, se preservaron las iniciales y más simples composiciones orgánicas, de donde al final, viene todo el resto, incluyendo los humanos.

La poza de las tortugas, a unos diez kilómetros de la anterior, igualmente maravilla. Nadan las consabidas mojarras, blancas, grises y oscuras. A su lado las tortugas bisagra, otra especie endémica de la región. Nada más aquí se les encuentra. Tienen la propiedad de cerrar herméticamente su concha, ocultando incluso las extremidades. Conviven con otras tortugas de concha blanda o pico de cerdo bastante más grandes, que parecen casi domesticadas, pues cuando nadamos en el río Mezquites, se acercan sin temor alguno. Este río, asombra tanto como las pozas. De hecho, forma parte de las mismas. Surge de improviso, en medio del ardiente desierto y pronto forma una corriente de unos treinta metros de ancho y 1.8 de profundidad. En sus riveras crecen únicamente altos zacatales aptos para los suelos y las aguas cargadas de sales. Ni un sólo árbol. Incluso los mezquites, que le dan el nombre, prosperan sólo a una buena distancia de las vegas.

La naturaleza dispensó a esta región mexicana un tratamiento enteramente inusual y distinto al resto del globo. Sus lógicas y explicaciones no cuadran con las acostumbradas. Por ejemplo: ¿cómo se alimenta el río Mezquites si se precipitan menos de 200 milímetros de agua por año? ¿Cómo es que no baja su volumen aun durante sequías atroces, cuando no cae una gota en todo el año? ¿Es que el mar de Tetis sigue presente, sólo que bajo tierra? Entre otros, tales interrogantes han dejado perplejos a los científicos más pintados. Al común de los mortales, nos queda admirar y sentir la emoción de atestiguar la continuidad de procesos comenzados hace miles de millones de años. Es sencillamente abrumador.


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