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2147 19 Julio 2016

 

 

Metafísica del Pokemon Go
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Uno se levanta. Toma su teléfono inteligente. Vaga como anima en pena por la ciudad. Cruza avenidas, plazas y parques públicos. El teléfono es un arma en ristre. De pronto sale un pequeño ser animado. Es la personificación de la realidad simulada. Uno apunta con su teléfono y lo intenta cazar. Inicia la contienda.

Si llegas al nivel 5 participas en uno de los gimnasios, campos de batalla que están, por ejemplo, en la Explanada de los Héroes. Él Pokemon es atrapado. La proeza se ha cumplido.

Miles de regiomontanos (no necesariamente de la generación Millennials) se sumergen en bandada en esta realidad virtual y dicen ampliar las expectativas de sus vidas grises y emprender su éxodo de la existencia cotidiana: han decidido habitar varias horas al día en los juegos en red. Planifican incursiones y misiones para eliminar su inactividad mental. Les parece que al mundo real le falta “algo”: esa sensación de poder, de estimulación creativa, que en la vida real es poco frecuente y en la virtual es constante. El fenómeno es más masivo de lo que se cree.

En China son millones los jugadores que gastando dinero virtual, denominado “monedas QQ”, metieron en aprietos hace un par de años al Banco Popular de China. En México son 25 millones de jugadores, que juegan al menos 22 horas por semana. Y la cifra va en aumento. Se trata de una industria del juego virtual que gana 80 mil millones de dólares alrededor del mundo (los derechos del Pokemon Go, nacido como anime en los años 90, los tiene desde entonces Nintendo).

Si se piensa que jugar es una manera de perder el tiempo, caben algunas advertencias: la realidad virtual da respuestas a los jugadores que no hallan en el mundo real. Son un reto a la capacidad cognitiva, con recompensas que no hay en la realidad, que reúnen masivamente a muchos adictos, crea comunidades paralelas, con más empatía que la sociedad real.

El juego más antiguo, hasta donde tengo noticia, es el mancala, compuesto por dados de nudillos de cordero, según lo cita la “Historia” de Herodoto. En la antigua Lidia hubo carestía de víveres por 18 años. Como remedio a la hambruna, los lídios pasaban días enteros jugando, para espantar el hambre. Lo lúdico como factor de supervivencia. Es posible que Herodoto exagerara en este hecho como en muchos otros, pero queda el testimonio del alto valor que se le tributaba al juego, antes como ahora.

No veo el Pokemon Go como un simple juego de inmersión virtual escapista, solo para cazar un Pikachú o un Eevee. O en todo caso es un escapismo que amplía las destrezas cognitivas del jugador frente a la realidad. Es incluso un recurso adaptativo a las circunstancias difíciles que afrontan las nuevas generaciones. Los juegos vuelven soportable la vida. Eso lo estudió desde los años 50 el gran sociólogo Roger Caillois, sobre todo en su obra “Los juegos y los hombres” (1958).

Lo lúdico tampoco está reñido con la ausencia de compromisos políticos. Se puede tener ambos o ninguno. Pero en un entorno caótico y hostil, le dan un efecto estructural. Somos los mismos lídios que hace millones de años jugaban para engañar a la vida miserable. Y lo más interesante es que lo logramos mediante un sentimiento más sólido de pertenencia a una comunidad.

Ya se ve que analizar Pokemon Go no es cosa de juego.

 


 

 

15diario.com