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2147 19 Julio 2016

 

 

Hugo del Río: la entereza de la verdad
Minerva Margarita Villarreal

 

Monterrey.- Toda pérdida es dolorosa e irreparable, pero hay hombres que al morir dejan un vacío tan hondo, que se acrecienta a medida que pasan los días y nos vamos dando cuenta de su grandeza. Como si nuestra orfandad creciera, nos vamos replegando, porque su falta nos apaga.

Se trata de seres, como Hugo del Río, que en realidad son árboles de gran ramaje arraigados a la tierra nutricia, seres que dan sombra con su follaje sabio atajando desde su fortaleza las asoladoras inclemencias.

A Hugo del Río no sólo lo reconocemos como el gran periodista que fue, sino como un escritor que también frecuentó el relato breve y la novela corta. Varios de sus textos tienen como asunto o como trasfondo el compromiso periodístico, ya sea que se trate de un acontecimiento seguido por un reportero o de algún jovencito que se inicia en una oficina de redacción.

Como un hecho inherente a la política oscura de los grupos de poder en este país contra el esclarecimiento de móviles que perpetran crímenes, el verdadero periodista asume ir hasta el final, trata de llegar a desentrañar el objetivo de asesinatos y muertes que aparecen como meros percances.

Así incursionó Hugo en el género negro, siguiendo la pista de una desaparición bajo la lupa de un infatigable reportero. Todo ello habla de una voz narradora que sigue la línea de preocupación de un autor metido de lleno, más allá del periodismo, que fue su cabal compromiso, en la vida.

Uno de los relatos de nuestro gran homenajeado narra la historia de un hombre apocado, segundón, cuyos hijos no quisieron volver a saber de él, que se interna en la lluvia de la madrugada después de que sus compañeros de trabajo celebran su despedida porque nadie se ofrece a llevarlo ni él solicita ese favor. El trayecto bajo esa fría lluvia en la oscuridad enmarca el fracaso en las relaciones afectivas de un hombre que parece haber dado todo por sus hijos.

Es increíble que el sistema social se coma la subjetividad de las relaciones familiares y que "el éxito y la prosperidad" que logran unos individuos los haga avergonzarse y despreciar a su progenitor, como sucede en esta historia.

Hugo no retrata, Hugo indaga hasta la raíz, hace patentes los siniestros mecanismos donde se oscurecen y amargan las relaciones familiares. Presenta vínculos que supondríamos debían ser entrañables, convertidos en desechos o pisoteados por la imposición de un estatus.

Así, el demonio aparece con frecuencia de muchas maneras en su obra. El demonio del alcohol. El demonio del mal. Qué tan profundo puede ser el mal de la adicción en la vida de un hombre y cómo rompe la adicción las relaciones íntimas y las sociales.

Tres libros lo marcaron: Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, de Miguel de Unamuno; La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset; y Del socialismo utópico al socialismo científico, de Federico Engels. Entre sus grandes autores estaban Reyes, Revueltas, Rulfo, José Alvarado, Víctor Hugo, Flaubert, Voltaire, Curzio Malaparte, Primo Levi, Heine, Remarque, Günter Grass, Maquiavelo, Shakespeare, Graham Greene, Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, García Lorca, Mariátegui, Nietzsche, Hemingway, Tolstoi, Dostoievski, Gorki, Pushkin, Dumas padre, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina, Jack London y Faulkner.

Hugo era un erudito apasionado de la lectura, un lector de culto, que se convirtió en un hombre de culto, a quien seguían los amantes del arte y de las letras, los jóvenes inquietos, las mentes dispuestas a la apertura y a la verdad. Con él no había medias tazas. Entrábamos de lleno en la posibilidad de un lazo afectivo, siempre y cuando, asumiéramos la honestidad sin ambages, el trato limpio y directo. En él no cabía ni el circunloquio ni los rodeos.

Hugo del Río supo disfrutar y ponderar las obras y las mentes brillantes, supo reconocer los subterráneos donde el mal crece. Esta polaridad que traza y quebranta vínculos concretos es captada y desmenuzada en sus tramas. Supo presentar almas perdidas, inspirado en varios de sus colegas que desde el naufragio en el océano del alcohol perdieron todo: la familia, la salud, el prestigio personal, el respeto de los demás, la autoestima. Hombres heridos, mutilados del alma, que, aún así, se aferraron al oficio como la única endeble e imposible tabla de salvación.

También el mundo sobrenatural aparece en su ficción a pesar de que él asumía que, cuando morimos, simplemente: “se apagó la luz. Más no hay nada”.

Algunos de sus relatos asientan una preocupación extrema por la grave crisis del planeta, por la posibilidad de una guerra nuclear, que puede estallar a la vuelta de la esquina y mutilarnos para siempre.

También, otro desasosiego que no lo dejó en paz fue el submundo de los desaparecidos, que desde hace más años de los que suponemos, es una práctica creciente y siniestra en este país.

En su obra están presentes los pueblos del norte como símbolos del límite, relatos sobre lugares del Noreste fronterizo, donde antes de que el narco se aposentara, las gentes vivían del contrabando, donde la ilegalidad regía la vida diaria, como un hábito.

Su olfato ante el porvenir tenía muy presente que: Para sobrevivir al amor, sea éste de desdicha o de felicidad, se necesita mucha fortaleza.

Con Hugo del Río sólo cabía la amistad de frente, el reconocimiento de la palabra como experiencia, como medio y como fin. En él encontré no sólo a un amigo sino a un árbol protector, un roble intenso entre cuyas ramas solían posarse ángeles a resguardarnos de los temores de nuestro tiempo.

* Texto leído por José Celso Garza, en el Homenaje a Hugo L. del Río / Escuela de Verano, UANL / Colegio Civil / Domingo 17 de julio de 2016.


 

 

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