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2227 8 Noviembre 2016

 



Los judíos no existen
Samuel Schmidt

 

Ciudad Juárez.- Hay una cierta obsesión desde el cristianismo temprano por desaparecer a los judíos. Primero fue exigiéndoles la conversión al catolicismo, cuestión manejada por la Inquisición, que antes de la “salvación del alma” se ocupó muy bien de salvar a los judíos de sus posesiones. ¿Quién se apropió lo robado?

Después vinieron los pogromos que en esencia tenían la misma finalidad, excepto que incluyeron las matanzas colectivas. Posteriormente los nazis siguieron el camino trazado por la inquisición: aligerar a los judíos de sus pertenencias y luego liberarlos de la existencia. Superaron a sus maestros, estableciendo un mecanismo industrial de exterminio. ¿Quién se apropió de lo robado? Implica una larga lista que incluye iglesias, bancos, personas, etcétera. Tal vez pensaban que el despojo era libre, porque igual los judíos desaparecerían en los hornos crematorios.

Los judíos no desaparecieron, aquellos que abrazaron diversas ideologías crearon un Estado poderoso, donde conviven diseños socialistas con el capitalismo salvaje, pero donde se cultiva la ciencia, el humanismo y la tecnología. Esto es lo que desde cierta izquierda judeófoba, hasta el fanatismo religioso, quieren desaparecer.

Hace unas décadas le exigían a los judíos que se fueran a su tierra, a la tierra prometida; ahora les exigen que se vayan a las tierras de donde fueron expulsados ignominiosamente. O mejor, que desaparezcan.

En 2012, Daniel Silva escribió la novela A Fallen Angel, donde anuncia una maniobra que hoy articulan los musulmanes por medio de la Unesco. Hay que desaparecer a los judíos por medio de la negación de sus raíces históricas. Narra una maniobra para destruir las mezquitas, que dispararía una agresión sin límite contra los judíos, que borraría a Israel del mapa. Patrick Modiano, en El lugar de la estrella, primera de tres novelas sobre la ocupación nazi en Francia, llega sarcásticamente al meollo del asunto del esfuerzo nazi: los judíos no existen. Qué mejor cereza para el pastel de los judeófobos que negar al origen judío del monoteísmo.

El voto en la Unesco es producto de un largo esfuerzo para mostrar que los musulmanes tienen las primeras raíces históricas en el monoteísmo y por supuesto en los lugares santos en Jerusalén. Abraham seguro era palestino. Por eso se oponen con tanta energía a las excavaciones arqueológicas en el Monte del Tempo (Har Abait), donde estaban los templos judíos de Salomón y Zorobabel, para que no se encuentren reliquias judías que atestigüen el origen judío.

Los musulmanes siguieron la práctica de cualquier pueblo conquistador, que consiste en tratar de destruir a los dioses del conquistado, pero era el mismo dios, así que solamente enterraron el templo del otro construyendo dos mezquitas sobre las ruinas de los dos templos judíos. Lo que no implica que haya desaparecido el antecedente histórico.

La ventaja del monoteísmo sobre las religiones politeístas es que los ídolos tienen papeles secundarios. Dios es omnipotente, no se puede ver, ni oír, ni tocar, lo que hace casi imposible su destrucción, por mucho que se construyan edificaciones sobre los templos erigidos para adorarlo. Los judíos no tienen imágenes que adorar y las sinagogas son austeras. Los musulmanes tampoco tienen imágenes, aunque algunas mezquitas buscan boato y enormidad. Es la arquitectura del poder que busca que el individuo se sienta enano frente al poder superior, que en ocasiones es suplantado por personas que se arrogan el derecho de interpretar la ley, como hizo Osama Bin Laden para justificar el asesinato en masa.

Los musulmanes piensan que negando la raíz histórica del judaísmo, por medio de un voto, terminó la historia. Pero los judíos son pasado, presente y futuro. Mientras Jerusalén se repite 850 veces en La Biblia, no se menciona ninguna vez en El Corán; la maniobra es reclamar Jerusalén para borrar a los judíos.

Como parte de este diseño se inventa la creación de un pueblo palestino, sin entender que el nombre es tan artificial como la división geográfico-política inventada en el Medio Oriente por los imperios. Un pastor cristiano sostiene que Jesucristo era palestino –igual que Abraham–, aunque palestino no es una religión ni un pueblo. Negar el judaísmo de Jesús es parte del esfuerzo por negar la historia. Sospecho que esto implicaría replantear las raíces de la iglesia que adora al dios y su hijo. Si nos descuidamos, la Unesco votará para que el próximo Papa lo elija un cónclave palestino presidido por Hamas y Hezbollah, inspirado por los mullahs iraníes, cuyos esfuerzos por negar la historia son incansables. No hubo holocausto, no hubo templo, no hay Israel, no hay judíos.

Silva dice con mucha razón que la negación del holocausto y del Templo(s) son primas hermanas, han sumado la negación de Israel. Y ese parentesco lo adoptan los judeófobos de hoy.

 

 

15diario.com