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2238 23 Noviembre 2016

 



Es que no es asunto nuestro
Eloy Garza González

 

Monterrey.- El viejo William Faulkner se tomaba diario una botella completa de whisky, fumaba una pipa de mazorca y escribía de prisa, hasta profetizar lo que le pasaría a Norteamérica 54 años después de su muerte. Era como un agorero provinciano, del Sur esclavista y profundo, que escribía puro realismo crudo, a golpes de whisky barato, humo de pipa de mazorca y una imaginación que no despegaba del piso la planta de los pies.

Contó el bandidaje peregrino de un apellido sin lustre: los Snopes. Y de un desalmado que contrabandeaba caballos y pedía trabajo de aparcero para luego quemar los graneros de sus jefes: Ab Snopes. Y de su hijo calculador y frío como lápida, que no daba cuartel a sus víctimas: Flem Snopes. Y del narrador de tantas desventuras, que también vendía máquinas de coser por los cuatro condados, montado en una calesa herrumbrosa y embadurnada de barro y estiércol: Ratliff.

Ratliff, vendedor ambulante, levantaba inventario de cada inmueble del que Flem Snope, que usaba corbata de lazo a diario, fue apoderándose. Terminó poniendo todo a su nombre. El almacén, la herrería, la escuela. Por último la propia mansión decadente del viejo mandamás Will Varner y su hijo Jody. “Trabaja por arriba y por abajo, simultáneamente”, les adelantó Ratliff a sus amigos del pueblo de Jefferson. “Tendrá que pasar algún tiempo antes de que se meta contra ustedes, los blancos corrientes que están en medio”. Luego Ratliff, que vendía máquinas de coser a plazos, con pagaré de seis meses, y parecía ser el único sujeto lúcido de los cuatro condados, les picó las costillas: “¿Es que ninguno de ustedes tiene intención de hacer nada?”. La exhortación quedó a la deriva, flotando en el aire. Al fin le contestó uno de los lugareños: “¿Qué podemos hacer? Es cierto que no está bien. Pero no es asunto nuestro”.

Mientras la gente pensaba que no era asunto suyo, Flem Snope, con su diaria corbata de lazo, se apoderó de las tierras de Frenchman´s Bend, de las cabezas de ganado, los pastizales, el granero, las vidas y destinos del condado de Yoknapatawpha, al noroeste del Misisipi. El viejo William Faulkner murió a los sesenta y cuatro años, en 1962, hinchado de whisky, abotagado por el humo de la pipa de mazorca y con el corazón baqueteado por un infarto agudo de miocardio. Quedó su voz de profeta borracho, y los lugareños del condado de Jefferson que son la parábola y la moraleja, los ignorantes racistas y los padres imaginarios de los blancos sureños de ahora, que dejaron pasar la carreta deslumbrante de un forajido newyorkino, este que, como el Flem Snope tristemente legendario, con sus inmuebles y casinos, llevará la perdición a su pueblo, tan respetuoso de no meterse en asuntos que no son suyos, pero que tarde o temprano acabarán siéndolo.

 

 

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