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1096 6 Julio 2012

 

Amores mexicanos
Ismael Vidales

Monterrey.- Hay un libro titulado Amores mexicanos escrito por uno de los más amenos historiadores contemporáneos, formado en el Colegio de México e hijo de uno de los más grandes maestros mexicanos, el nombre del maestro y el del historiador es José Manuel Villalpando.

Este libro, como decimos popularmente, lo va a leer “de una sentada”. Narra los amores que vivieron grandes personajes, la mayoría héroes nacionales como Hidalgo, Allende, Iturbide, Santa Anna, Lafragua, Bocanegra, Bazaine, Miramón, Juárez, Acuña, Zapata, Don Porfirio, Quintana Roo.

Nada más por darles una probadita, voy a compartirles el siguiente texto. “Pocos saben que la pareja formada por don Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro, y su esposa, doña Josefa Ortiz, vivió una intensa y tórrida historia de amor que se consumó antes de que contrajeran matrimonio. En efecto, tuvieron una hija nacida exactamente un año antes de que el enlace se celebrara. La boda se efectuó estando Josefa en el octavo mes de embarazo del segundo hijo, razones por las cuales el matrimonio hubo de realizarse en secreto.

Triunfante su gran amor, ¿quién, pues, pensaría que con el tiempo uno de los cónyuges pudiera ser infiel? Y no por cierto el corregidor que, varón al fin, bien lo pudo haber sido, sino ella, su mujer, de la que se dice llegó a fijarse en otro caballero. El afortunado tercero en discordia resultó ser nada menos que un hombre de mundo, experto en cuestiones de mujeres, don Ignacio Allende. Sí, este gran héroe, que por su parte también se apasionó de la señora corregidora.

Él, un viudo, con varios hijos fuera  de su legítimo matrimonio, parecía pretender a la hija quinceañera de los Domínguez, siendo que en realidad se utilizaba este pretexto para que el capitán de dragones, que andaba por los cuarenta años de edad, tuviera libre acceso a la casa de don Miguel. En aquellos días, este comportamiento de Allende fue motivo de escándalo público, al grado de que el ofendido corregidor, disgustado con su esposa, que también frisaba los cuarenta, tuvo que intervenir para detener las frecuentes visitas del militar; que le acarreaba la mofa de la población.

Todo induce a pensar que el idilio clandestino floreció al parejo que se celebraban las reuniones secretas en las que se preparaba la independencia. Como es sabido, al ser descubierta la conspiración, doña Josefa, ya encerrada en una habitación, se las arregló para poner sobre aviso a los principales caudillos del movimiento, y fue enfática al mandar prevenir a Allende sobre las acechanzas de las autoridades que lo buscaban para aprehenderlo.

Por supuesto cabe suponer que ella cumplió con su inolvidable papel en esta historia, no tanto por la preocupación de que la independencia se retrasara, sino por el temor justificado de que fuera hecho prisionero el hombre al que ocultamente amaba. Finalmente el resultado es el mismo; la Corregidora desempeñó magistralmente su cometido histórico, y lo único que interesaría aclarar es el motivo que la impulsó a realizarlo: el amor a la patria o el amor a un hombre.

Misterios de los tiempos y del velo que se ha echado encima de ellos para ocultar quién sabe cuántas cosas. Pero queda la gran duda, ya que en el convento donde estuvo prisionera doña Josefa durante algún tiempo, y donde posteriormente fue sepultada, vivió muchos años después como religiosa una hija de Allende, la que jamás dijo nada acerca del nombre de su madre, que permaneció en secreto por siempre.

Sin tener relación alguna, llama la atención el hecho de que, coincidentemente, doña Josefa tenía tres meses de embarazo en ese glorioso septiembre de 1810.

Villalpando, José Manuel (1998). Amores mexicanos. México: Planeta, p.16-18.

 

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