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1177 29 Octubre 2012

 

Profetas en el Encuentro de Valores
Cordelia Rizzo

Monterrey.- En esta ciudad pululan ‘autoridades’ en temas de ‘valores’, y como lo señaló Bertrand Russell en Sociedad humana, ética y política, aquí aplicaría a la perfección su planteamiento acerca de cómo el concepto de ‘ética’ ha devenido una noción afín al pensamiento mágico y con un cariz misterioso propio más bien de una superstición y no de una disciplina de estudio académico con pretensiones de rigor. Esto lo decía Russell en 1945. 

Durante el 25, 26 y 27 de octubre se llevó a cabo el Cuarto Encuentro Mundial de Valores, que busca ser parte importante de obligado abordaje desde el Estado a la notoria decadencia social, política y cultural a la que se ha optado por resumir en numerosas ocasiones como una ‘crisis de valores’. 

No soy propiamente una experta, pero puedo decir que cada parte de mi proceso académico y formativo ha tenido un sesgo de filosofía moral o ética  (se tomarán como lo mismo, en este escrito). Mis trabajos de grado de licenciatura y de maestría fueron dedicados a temas dentro de esta rama de la filosofía. Soy profesora universitaria de filosofía y he empleado cuanta herramienta tengo a mi disposición para robustecer los planteamientos morales de cada texto que reviso con mis alumnos y alumnas. Desde que tengo uso de razón he cuestionado el concepto de ‘valores’, que me resulta un remedo apologético de una disciplina mucho más rica, interesante e intrigante que es la filosofía moral. A partir del inicio de mi vida profesional, hace 10 años, me parece que el término ‘valor’ ha sido puesto al servicio de los empresarios semi-cultos que pretenden seguir normando la vida en esta ciudad.

Asistí al día de inicio del Encuentro, porque me interesaba escuchar al Padre Alejandro Solalinde. El tema inicial bajo el cual fueron curadas las primeras cuatro conferencias fue la migración. La premio nobel Rigoberta Menchú, quien es una profesional de su tema y del ring de las conferencias abrió el día.  No llegué a la inauguración pero supe por buena fuente que fue lo esperado, una declaración de coadyuvancia por parte del gobernador manifestada en el esfuerzo y recursos destinados a la organización del encuentro. Después hubo una brevísima presentación del documental Las Patronas, por Fernando López Castillo y Nieves Prieto, documentalistas españoles. 

Las Patronas son unas mujeres de La Patrona, Veracruz, que preparan comida y se las reparten a los migrantes que viajan sobre los trenes. Varias de las protagonistas del documental estaban presentes en el encuentro. Los patrocinadores del evento (Gruma y Oxxo) les dieron un donativo de Maseca y aguas embotelladas como insumos para su labor. Foto, foto. Les dieron un breve espacio para hablar. Leyeron la carta de agradecimiento de uno de los migrantes. La organización les dio una especie de reconocimiento. Yo me pregunto si los donantes se percatan de que el trabajo de Las Patronas va más allá de la donación de recursos propios para dignificar a los migrantes que la pasan mal por la facilidad con la que se les maltrata. 

Eran mujeres articuladas, sinceras, claras de su labor. Tuvieron poco tiempo para dar su mensaje pero lo hicieron. Hasta ahí vamos bien. Lo que rompió bruscamente el ritmo fue la intervención de Enrique Romero Moreno, un diplomático de nivel mediano de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que escribe narrativa sobre la cultura de los migrantes chicanos en Estados Unidos. La literatura chicana que habla sobre los vestigios de la migración es un terreno rico de análisis del lenguaje y la hibridación cultural, pero esta conferencia sonó a una caricaturización u monstrificación –sin más- del fenómeno migratorio, por el tono burlón y complaciente con el que hablaba el expositor. Parecía que nos estaba dando herramientas para simpatizar con los complejos que tiene el emigrado cuando ve con patetismo el no poder ‘fit in’ o adaptarse a la cultura norteamericana. Algunas anécdotas terminan en situaciones trágicas, como la muerte de un hijo en el trayecto adentro de un camión de mudanza, o el rechazo por familiares en México de otro migrante por enfermar de VIH/SIDA.

Después de él siguió Solalinde, quien ofreció un diagnóstico de la realidad de los migrantes en México, enfocado a las informaciones que le pueden llegar vía la red de casas del migrante y una audaz denuncia sobre la necesidad de una reforma del Estado, como requisito de fondo para que deje de ser tan precaria la vida de los cientos de miles de migrantes que trasiegan México. Como la información que da es prácticamente invisible en la arena pública de un establishment como el regiomontano –aunque Monterrey sea ruta de paso y tenga su propia casa del migrante-, sería de esperarse que su discurso se considerara incendiario. Su exposición fue muy breve y panorámica, y dio un espacio para que Alberto Donis, quien es administrador del albergue que construyó Solalinde, Hermanos del Camino, hablara de su propia experiencia, que tristemente es sintomática de lo que padecen los más de 100 mil migrantes que transitan México para llegar ‘al otro lado’ cada año.  Donis señaló que después de cuatro años de haber denunciado a los agentes federales por sus reiterados abusos y hostigamiento, no ha obtenido justicia y no se ha hecho efectiva la medida cautelar que dictaba que se le proporcionara protección. 

Al padre Solalinde también se le hizo un donativo similar al que les fue entregado a Las Patronas, escena que hacía recordar más que un foro para construir valores por parte del Estado, a un programa de concursos de los años 90’s, en donde se les premiaba a los concursantes con ‘una dotación de dulces’.  Solalinde buscó que se le hicieran preguntas, pero los organizadores cortaron su participación, a pesar de que todavía le quedaba bastante tiempo. Le siguió Juan Ramón de la Fuente, cuya intervención fue sobre educación con vocabulario más técnico y de corte autopromocional. ¿Qué hace Solalinde entre dos figuras tan institucionales? Habría que preguntarle a los organizadores.

Estos Encuentros Mundiales de Valores mueven cantidades de recursos importantes, y suelen servir para hacer una especie de ‘cursos exprés’ de ética que seguro servirán como acreditaciones para muchos de los asistentes, sobre todo los del gremio magisterial. 

Fue un buen detalle que no cobrasen el estacionamiento de Fundidora, pero al llegar a las puertas del Auditorio Banamex, la recibe a una un pequeño contingente de agentes de seguridad que sin más le revisarán con detectores de metales y luego le palparán los bolsillos. Derecho a la integridad física, diálogo sobre trato digno, eso para qué. Fue, por decirlo de una manera, un aperitivo para el subsecuente empleo de las formas del encuentro. 

Sobre el formato, podría objetarse que el encuentro realmente sirviese para fijar algún mensaje en las mentes de los asistentes, dado que una hora por expositor, sin interacciones del público, denotan una pretensión de superficialidad (aunque hubo mesas de discusión el último día). Tomando como muestra la primera mañana, la discordancia de los discursos, la categorización chambona, la falta de entendimiento de los presentadores sobre las problemáticas abordadas (ellos trataban de introducir y mostrar cierta comprensión del tema, lo cual no es un requisito para ser presentador, pero era importante porque ellos se han erigido como autoridades en el tema de los valores, el primer día le tocó el turno a Javier Prieto, director del programa Selider), ya nos pone en una situación que refleja ciertas inconsistencias entre lo que se dice que el encuentro es y lo que termina siendo. Desconozco si hay alguna escuela de pensamiento moral que avale un formato de este tipo como válido para la transmisión de este tipo de mensajes.

No es requisito ser un eticista para poder hablar de valores, ya que los testimonios de vida pueden llegar a ser narrativas eficaces para la transmisión de un valor. Sin embargo, a la hora de legitimar un discurso sobre temas que conciernen a la filosofía moral, la gran constante tanto de las instituciones del Estado como de las privadas ha sido no admitir un juicio crítico o una guía académica para estos fines. En el mejor de los casos lo han admitido de filósofos con un sesgo conservador y complacientes con la alta jerarquía de los grupos de la iglesia como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo, personas que en muchas ocasiones tienen poca experiencia de campo, vivencias que forzosamente les llevaría a reconsiderar aquello que han tomado como cierto desde el ensimismamiento académico. Tampoco son tontos algunos de mis colegas de las academias de filosofía, saben que este tipo de discursos académicos les acercarán con la elite empresarial de la ciudad. En corto, les aproxima oportunidades de amistad y de negocio.

Otros aspectos que se elude en esta programación sobre valores, en la ciudad, son la antropología filosófica y la consideración hipotética de dilemas morales desde testimonios y la práctica humana. Se han aprovechado estos vacíos institucionales para avalar adoctrinamientos, que si bien son de corte conservador (que con eso yo no tengo problema) tienen como característica principal desinformar y tratar a la sociedad civil como si fuesen infantes y no pudiesen ejercer el máximo momento de su derecho a la subjetividad: la deliberación. Como no se admiten las otras partes del conflicto, o el examen de otras posturas morales (porque suele condenárseles como destructivas, nocivas, endebles sin siquiera considerarlas), se les priva de información relevante para la toma de decisiones (que obligaría a una revisión profunda de la persona, su subjetividad, la afectación a terceros). En resumen, las personas no deciden en el mundo de los ‘valores’, no de verdad. 

Este mismo modelo se puede replicar en organizaciones de corte de izquierda, con la diferencia de que se entrona a una supuesta razón universal en teoría purificada de cualquier vestigio de pensamiento mágico o religioso. La cerrazón radica en que parece que el raciocinio no podrá dar por ciertas o válidas razones que se asocien a un pensamiento de derecha. Esto se toma por dogma y se crean ídolos intelectuales que no admiten en la reflexión sesuda otros modelos o estilos de pensamiento dentro de la educación de la toma de decisiones.

Me entristece hacer este resumen, porque tengo que admitir mi fracaso de encajar o influir dentro del ámbito de los programas de promoción de ‘valores’ en esta ciudad. El obligado manejo de teóricos de cierta escuela, como si ellos tuviesen las soluciones de los males de la humanidad, y las pretensiones ingenuas de universalidad me han hecho mejor refugiarme en el amable mundo de la literatura y de las discusiones sobre cultura. En otras ocasiones me cuesta mucho trabajar con personas cuya formación no es dentro del ámbito de las humanidades y son más bien predicadores avalados por alguna maestría o diplomado en filosofía moral. Guardo mi paciencia para otras personas y momentos. 

En Monterrey hay capital humano dentro del ámbito de la filosofía moral. Existen personas cuya trayectoria académica y profesional puede ser mejor aprovechada para formar grupos de estudio plurales que apoyen la generación de políticas públicas con sentido ético. El Encuentro Mundial de Valores no dio cuenta de ello. 

 

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