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1233 16 Enero 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Los perros del miedo
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Don Quijote jamás dijo: “Ladran, Sancho, señal de que avanzamos”, aunque Elba Esther Gordillo opine lo contrario (la frase, al parecer, es de Goethe). Pero esta frase bien se podría parodiar hoy, de acuerdo a lo ocurrido en Iztapalapa: “Ladran, Sancho, señal de que hay redada”.

Hace unos días se propagó la noticia de que en esa delegación de la Ciudad de México se había implementado una redada de perros porque se les acusaba de haber dado muerte a cinco personas (una pareja de novios, una adolescente, una mujer y su hijo pequeño). Como resultado, se atraparon 57 perros y se culpó de asesinato a 25 de ellos.

El choteo en twitter no se dejó esperar: “14 de los 25 perros acusados se declararon ‘guau’ mientras que el resto se negó a confesar y se limitaron a lamer sus partes” (“A medio mundo le gustan los perros; y hasta el día de hoy nadie sabe qué quiere decir guau”, diría Mafalda); “Sólo en México es más peligroso ser manifestante o perro, que sicario y narcotraficante”; “Los perros de Iztapalapa son los verdaderos primeros presos políticos del gobierno de Mancera”.

En tanto, en la página #YoSoyCan26, se presentó la imagen de una pequeña e inofensiva perrita con el siguiente texto: “Ésta es una de las ‘asesinas despiadadas’ de Iztapalapa. Sí, tienen razón, se ve con ganas de sangre”.

Además, se integró el movimiento #YoSoyCan26 y se realizó una protesta en el Zócalo capitalino para pedir la liberación de los perros, la detención de los asesinos, la suspensión de redadas y la puesta en marcha de un programa de esterilización masiva.

Se argumentaba al principio que habían atacado en jauría, pero más tarde se modificó la versión y se dijo que las personas ya estaban muertas y que los perros, famélicos, se acercaron y comieron lo que para ellos era carne que podía alimentarlos.

Como respuesta de las autoridades, 25 de los perros detenidos (7 machos, 10 hembras y 8 cachorros) fueron liberados porque se comprobó que no participaron en los hechos, ni mostraron comportamiento agresivo contra personas, ni se les encontraron rastros de materia orgánica humana. Lo último que se supo es que los perros estaban en el Centro de Control Canino de Iztapalapa, y serían dados en adopción.

Supongamos, sin conceder, que una jauría hubiera atacado a estas cinco personas. ¿No tienen la culpa acaso quienes han permitido la reproducción desatada de perros que ahora pululan en la ciudad?; ¿no tienen la culpa acaso quienes abandonan perros en la vía pública y permiten que anden a la deriva y famélicos por doquier?
Supongamos, también sin conceder, que estos animales se hayan limitado a alimentarse con restos humanos que encontraron a su paso. ¿Tendrán más culpa que quienes liquidaron a esas personas?

Sólo nos queda esperar que el asunto no se resuelva, “entre los perros del miedo y los lobos de la venganza”, como escribiera Marguerite Yourcenar en su libro Fuegos.

 

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