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1244 31 Enero 2013

 

Contrahomenaje al Chespiro
Tomás Corona

Chespirito, el símbolo más preciso de la miseria en el tercer mundo, el ídolo de los derrotados.
(Una disculpa al autor del epígrafe, sé que anda por allí)

Monterrey.- “Nada que ver con el Shakespeare original, que se parecía”, afirmó alguna vez este tipejo; acaso por el remedo de su ridículo nombre “Chespirito”. Ingenio malsano, creatividad tullida plagada de muletillas y clichés; pensamientos obtusos, adocenados, atípicos que lo sitúan, más bien, muy cerca del autismo.

Este campante señor, escaso de estatura y corto de ideas, desde hace muchísimos lustros se coló subrepticiamente en el núcleo familiar de los mexicanos a través de los bulbos, ahora digitalizados, de la caja idiota, y enajenó a la mayoría, transgrediendo la sagrada intimidad de los hogares con su fársico y grotesco universo.

De facto es el primer gran alienador, embelesador, embaucador (por no decir “apendejador”) de telerisa; engendro mediático muy parecido a la filosofía barata que promueve este señor. De hecho son totalmente incluyentes.

Horas de maquiavélica producción televisiva. Desgaste de tiempo inmemorial devanando los sesos de los espectadores infantiles y de algunos bobalicones adultos quienes hallaron en la insidia de los programas creados por este alevoso sujeto, una sutil manera de evadir la realidad y su cruel proceder para con las minorías jodidas, los positivamente discriminados, quienes siempre han tenido cabida en el malsano proceder de los detentadores de los medios masivos, más no como espectadores inteligentes, sino como carroña para buitres, siempre dispuestos a devorar su ya de por sí atolondrado cerebro.

Ya lo había dicho hace buen tiempo el viejo millonario, “México es un país de una clase modesta, muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil” (Alejandro Salazar Hernández, Conversación con Emilio Azcárraga. El Nacional, 11 de febrero de 1993). Y Chespiro entendió muy bien esa degradante misión de entretener a la gente con engaños, creando mundos artificiales que para nada benefician al intelecto y creó el aberrante espectáculo tragicómico que ha engolosinado a millones de párvulos generación tras generación.

El infausto programa televisivo denominado “el chavo de los 80 años”, situado siempre en la barra infantil, pero con un trasfondo por demás clasista, tristísimo, cruel, devastador; la vida en vecindad, tan común en las monstruosas metrópolis del mundo, pero retratada en forma por demás grotesca, desvirtuada, falaz, con un dejo despreciativo hacia la dignidad humana y cuya supuesta originalidad deja mucho que desear.

Los misérrimos personajes, indignos representantes del actual bullying y su recalcitrante violencia, sus disfuncionales y estrambóticas familias, además de las frases hechas, que aún vociferan los ahora caricaturizados personajes, muestran el maquiavelismo de un fofo cerebro que muy pronto se convirtió en experto en el arte de la manipulación.

Desde mi fastidiosa precocidad infantil, me pregunté siempre cómo podía gustarle a la gente un programa tan inhumano, deplorable y horrendo, vea usted: una niña histérica, ladina, bipolar que prácticamente no tenía madre y un padre desobligado, güevón e irresponsable, que jamás pagó la renta del mísero cuartucho en que vivían, quizá por eso los abandonaría la madre, y ¿quién los mantenía?, la vieja bruja con quien seguramente el vejete mantenía una relación de amasiato.

Un niño consentido, llorón y medio idiota, con una madre castrante, descuidada en su arreglo personal, vulgar y peleonera, a pesar de sus afanes de riqueza, y el padre biológico del nene imbécil, ¿acaso por ello los abandonó?, ¿tal vez por su machismo?, ¿tuvo algo que ver la ordinariez de la madre?, ¿acaso el ridículo y cursi profesor, se presupone que solterón y empedernido, porque nunca apareció su familia, iba sólo a tomar “una tacita de café” con la entubada vieja? Nunca lo creí realmente.

Un ramo de mustias flores y una taza de café, que rara vez aparecía, hacían que los imbéciles personajes se metamorfosearan tiernamente, con musiquita y todo, entre arrumacos pedorros y frases bobas aderezadas con chispitas, en la cursilona imagen de dos enamorados pudibundos. Pero jamás me engañaron, ese parecito tenía relaciones sexuales por lo menos una vez en cada programa… ¡…jajajaja…!

El gordo ricachón y rubicundo, dueño de la paupérrima vecindad, machaconamente golpeado con cualquier cosa por el torpe muchacho, cada vez que llegaba –otro cliché del aberrante programa–, y su mal logrado y grotesco retoño, vestido de la manera más ridícula, dejan entrever al inicuo clasismo que impera en ese disparatado y artificialoide mundillo, creado por la pérfida pluma del gran hacedor de pendejos.

Otros personajes de relleno igual de fársicos, pero hechos de esa farsa mefítica que ofende, son la denostada bruja enamorada del vejete –quien, según yo, en lo oscurito, lo mantiene–, con su vestimenta deplorable y su insoportable soledad y amargura que pasan desapercibidas a la luz de la cámara, el cartero que aparece de manera intermitente en el cual se adivina otro personaje triste y solitario. La Popis, niña rica y medio boba que sólo acentúa la remarcada y explicita violencia que caracteriza el modus vivendi de los personajes infantiles de esta malsana serie.

Pero lo más patético y degradante de todo es el grotesco personaje que se constituye como eje vertebrador de todas las historias, como fiel reflejo de la desbordante egolatría de su creador. ¿Por qué “chavo” y no muchacho o niño? y ¿por qué del 8? ¡Si vive en un sórdido y miserable barril! ¿Acaso ese ocho, puesto de manera horizontal, representa el insondable y circular infinito plagado de pobreza al que es condenado el tristísimo y discriminado personaje? No, según esto, es porque se transmitía por el canal 8, ya inexistente.

El niño pobre constituye otro claro ejemplo de las diferencias sociales tan marcadas, tan arraigadas en la sociedad mexicana; el huérfano, el desmadrado, el sin nombre. Un magnífico representante de “la chusma” a la que peyorativamente se refiere, en cada programa, qué pinche aburrimiento, la rica pobre de Doña Floripondia, mujer que, con su porte, delantal y fachosos tubos, demerita seriamente la imagen de la mujer mexicana.

El Chavo, victimado por una sociedad que lo condena irremisiblemente a la más recalcitrante pobreza, el Chavo, generador de estados anímicos, tragicómicos, resilientes, que pervive y muestra y lame sus heridas entre situaciones emocionales magistralmente manipuladas por “Chespiro”, escenas reiterativas y clímax que apuntan directamente al corazón de espectadores aletargados, enajenados, idiotas, quienes llegan a creer semejantes falsedades, estupideces y mediocridades.

El chavo, un típico antihéroe deformado que no logra convencer a la gente pensante, un producto chafa pero muy redituable y vendible, tanto para su creador, a quien enriqueció económicamente, y no se diga para la portentosa pero estupidizante empresa televisora que lo patrocina y muestra al mundo: un montón de mexicanos derrotados por su propia mediocridad.

Y sabe qué es lo peor de todo esto, que cuarenta y tantos años después de su creación, una alienada mayoría de mexicanos, y ahora latinoamericanos, continúan viéndolo, como si nada, a sabiendas de que dicho programejo es una estafa a la integridad, inteligencia y dignidad humanas. Por cierto, yo abominé el homenaje que el pasado año le hicieron al creador de este “simpar” personaje.

 

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