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1246 4 Febrero 2013

 

Pemex es México
Hugo L. del Río

Monterrey.- Tiene razón el gobierno al pedir que no hagamos especulaciones sobre la explosión en la torre de Pemex. Y haremos bien en seguir la instrucción. Al momento, no existe ningún indicio de que se haya tratado de un atentado.

Hay que decir que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha estado –salvo una pifia y una decisión equivocada porque despierta dudas– a la altura de las circunstancias. Uno de los aciertos, y no menor, es haber llamado a especialistas extranjeros a participar en la investigación.

No podemos confiar en nuestros peritos, expertos o como se les llame. La corrupción que sufrimos en México desde tiempo inmemorial nos volvió desconfiados, temerosos: vivimos en la sospecha, y en la soledad.

Pero la tragedia de la torre nos obliga a ser prudentes y discretos. Las acusaciones sin fundamento, las versiones puestas a circular por personas o grupos irresponsables o con intereses que no son los de México hacen, hoy, sobre todo hoy, mucho daño.

No pido que le demos carta blanca al gobierno, ni siquiera que le tengamos fe. Pero sí me pronuncio por, simplemente, esperar un poco a que se despeje la situación. Enrique Peña Nieto no es santo de mi devoción. Ni él ni su partido.

Pero las cosas, como son. No se escondió ni se dejó paralizar por la catástrofe. Dio la cara, caminó entre las ruinas, hizo lo posible por consolar a los deudos y dar ánimo a los heridos. Y fue a los hospitales. Es más, regañó a un insensible burócrata de la medicina social quien se negaba a dar informaciones por demás elementales a personas angustiadas quienes no sabían si sus personas amadas estaban vivas, habían muerto o permanecían atrapadas entre los escombros. “Dale la información, qué te cuesta”, le gritó el presidente al tipejo ese.

Todo esto es bueno y sano. Decretar tres días de luto era lo indicado. Peña Nieto lo hizo. Pemex es México y la torre, su símbolo. Los muertos son nuestros y al llorarlos hacemos voto de no olvidarlos. Ah, pero “un mexicano siempre es un problema para otro mexicano y para sí mismo”, escribe el maestro Paz en su Laberinto.

Es cierto: ciento veinte millones de interpretaciones febles y sin sustento circulan dentro y fuera de las redes sociales. Y, es nuestra naturaleza, pensamos y decimos lo peor. Tengamos cordura. Actuemos como personas de inteligencia, patriotismo y madurez. Lastima a México ese diluvio de tonterías que nadie está en condiciones de probar.

Merecen reconocimiento Peña Nieto, el señor Mancera, los funcionarios del gabinete y, como siempre, los héroes anónimos que son los bomberos, los rescatistas y algunos soldados y policías.

Pero nada es perfecto. El presidente cometió un gravísimo error: el viernes se fue de paseo con los suyos a un destino turístico en las playas del pacífico mexicano. Equívoco que no se puede disculpar: México en luto y él de vacaciones.

Eso lo esperamos de nuestro Medinita quien la está pasando bomba en Utah. No le podemos pedir que se conduela por las víctimas, que se solidarice con los mexicanos, que por lo menos tenga la atingencia de guardar las formas. Rodriguito no entiende esas cosas, no habla ese idioma.

El de Toluca no es Medinita: se dio cuenta que cayó en falla y regresó a la ciudad de México. Pero ahora avisan que no va a hacer un nuevo recorrido por las ruinas. ¿Por qué? El hijo de hombre no entiende ni acepta esa prohibición –ah, sí, los del Estado Mayor Presidencial son capaces de eso y más— o decisión personal.

Sea lo que fuere, está mal. El gobierno quiere evitar las especulaciones, pero con este tipo de cosas abre la caja de pandora para que todo el mundo, en competencia de torpezas y frivolidades, se invente conjeturas. Repito: al momento, nada hace pensar que se trata de un atentado.

Y EPN no tiene por qué temer que lo abucheen. Es más, salvo su breve escapada a Puerto Vallarta, se merece un champú de cariño. No soy fan del hijo del Estado de México, pero reconozco que hasta el momento ha estado mucho mejor que otros presidentes que hemos padecido.

 

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