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1288 3 Abril 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Atrapadas en la red
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Apenas ordenamos lo que vamos a comer, llegan al restaurante tres muchachas y se sientan en la mesa que está a nuestra izquierda. Todo es camaradería, bromas, risas, conversación entre ellas, incluso cuando llega el mesero y toma nota de lo que consumirán.

Enfrente de nosotros hay un televisor con la pantalla atravesada por dos líneas irregulares y con un sonido que apenas puede escucharse. De repente parece que le hubieran subido al volumen, pero no es así. Sucede que las tres jóvenes tras ordenar su comida, han dejado de conversar porque dos de ellas están entretenidas con sus celulares. La tercera intenta captar la atención de sus compañeras pero, al ver que no lo consigue, saca su celular y se les une.

No conversan entre ellas, sonríen para sí mismas, teclean algo, esperan respuesta. Apenas levantan la mirada para recibir sus platillos. Mientras engullen su comida, continúan conectadas, embebidas en lo que reciben y envían (mensajes, fotos, videos, tal vez). No cabe duda: están atrapadas en la red.

Toman fotos de sus platillos y los envían a alguien que sólo ellas saben, cada una por su cuenta. Aunque resulte más fácil compartir con sus compañeras de mesa el gusto por lo que comen, prefieren hacérselo llegar a alguien que sólo puede verlo pero no olerlo ni saborearlo. Cualquiera diría que ahora el mundo no es lo que nos rodea sino lo que va y viene por la red.

Mientras comemos, me asalta pregunta tras pregunta. ¿Qué hace que aún con compañía prefieran comunicarse con gente que se encuentra lejos, tal vez a miles de kilómetros?, ¿les será más fácil hablar con la gente cuando no está frente a ellas?, ¿será mejor hablar de cosas íntimas con gente que jamás llegarán a conocer físicamente?, ¿les será más fácil crearse una imagen a su gusto ante gente que nunca estará a su lado?

¿A qué se debe esta adicción a los mundos virtuales?, ¿acaso esos mundos hacen que tengan una vida verdadera?, ¿creerán que quien las conoce virtualmente es más capaz de brindarles su hombro cuando lo necesiten?, ¿Por qué prefieren contactarse en la red que hacerlo con quien tienen enfrente?, ¿creerán de verdad que sólo hay amistad cuando el membrete de una red social lo pregona?

¿Será que en la red pueden decir cuanto se les antoje y desahogarse de este mundo real que para nada les gusta?, ¿acaso piensan que es mejor dejar que la red las atrape para olvidarse de un mundo que no está hecho a su medida, que ofrece pocas oportunidades de paz, que incita siempre a la violencia, que cultiva la muerte por doquier, que se sustenta a base de fraudes y transas?

Para las tres jóvenes, esta comida pudo tener momentos inolvidables, pero los pierden publicando en una red social. Imagino que se atreverán a escribir que están con fulanita y zutanita en tal lugar. Pero ni están con ellas, ni están en tal lugar. Sin Twitter, sin Facebook, sin red social alguna, ¿qué sería de ellas? “A ver si nos juntamos más seguido”, dice una, y las otras apoyan la propuesta. Se despiden y salen del restaurante.

A nosotros, por las prisas, se nos olvidaron los celulares en casa. Si los trajéramos, tal vez no habríamos reparado en las muchachas y, lo más grave, ni en nosotros mismos.

Aunque me pese lo que escribo de ellas, también nos salpica a nosotros.

 

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