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1303 24 Abril 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Jornada sabatina
J. R. M. Ávila

Monterrey.- ¡Viernes! Para Daniel, el día más esperado, sobre todo porque a partir de mediodía arranca el gozo del fin de semana, por las diversiones que siempre le acompañan. De modo que el tiempo se alarga y no llega el timbre de entrada a la secundaria. Siempre imagina que mientras más pronto llegue, más pronto será el de salida.

Pero este viernes la entrada se retrasa. Por más que voltea hacia la dirección para ver si alguno de los auxiliares se acerca al timbre, no es así. Ya están aquí su maestra de planta y los profesores que le dan clases hoy. No hay nada que explique el retraso.
Sin embargo, algo raro sucede. En la dirección se han encerrado el director, la subdirectora y los auxiliares. Pasan cinco minutos y no salen. Pasan diez más y nada. Hasta que uno de los auxiliares sale y se dirige al micrófono: “Maestros y maestras, favor de pasar a la dirección”.

¿Y ahora qué pasa?¿Se suspenderán las clases el día de hoy? ¿Será posible tanta belleza? ¿Habrá sucedido algo malo? ¿Se habrá muerto un familiar de alguno de los profesores? ¿Habrá amenaza de bomba como hace un año? Daniel se inquieta pero el resto del alumnado permanece disfrutando la hora libre.

Y cuando menos se lo espera, se escucha el timbre. La segunda hora está por empezar. La formación es lenta, cada maestro de planta se coloca frente a su grupo y gira órdenes a diestra y siniestra. El auxiliar grita por el micrófono para que las filas dejen de moverse, para que nadie hable y, al final, anuncia que el director va a dirigirles unas palabras.

Para traer a la muerte, como dice el abuelo. El director habla y habla y nadie sabe a dónde quiere llegar. Poco a poco se va aclarando todo. El día de ayer llegó un oficio en el que se informa que habrá una jornada sabatina y que a algunos alumnos se les citará para que mañana tomen clases de español y matemáticas.

Qué viernes tan largo. Sobre todo porque Daniel no quiere regresar en sábado a la secundaria y hace lo posible por volverse invisible. Piensa que si no lo ve su maestra de planta, no lo citará y así podrá disfrutar su fin de semana. Pero cuando menos se lo espera, es la maestra de español quien lo vuelve visible, junto a otros siete compañeros: “Mañana sin falta a las nueve de la mañana. Tráiganse su libro y su libreta”.

Así sea a las diez de la mañana, a Daniel no le parece agradable dejar a un lado sus actividades del fin de semana. Pero ni modo, hay que obedecer. Y ni cómo protestar, porque su mamá queda complacida de que vaya en sábado a asesorías de español.
Mala tarde, mala noche. Nada lo consuela, nada le hace gracia, ni siquiera contesta las llamadas de sus amigos que no verán echado a perder su fin de semana. No juega, no ve tele, no sale de la casa.

Todo le recuerda su pésima fortuna.

Despierta el sábado antes de las cinco de la mañana. Los minutos son más lentos que nunca. Las horas se arrastran en el reloj. Apenas las siete de la mañana, después de sentir que han pasado más de cinco horas. ¿Por qué los citaron a las nueve y no a las siete y media?

En fin. Se levanta, se baña, se viste, pero no desayuna. Sale de la casa antes de las ocho, de manera que encuentra cerrada la secundaria. ¡De aquí a que den las nueve! Camina hacia el semáforo, regresa y las puertas siguen cerradas. Camina hacia el puesto de revistas, les echa un vistazo, regresa y aún no abren. Ni tránsito de vehículos hay por la avenida.

Pasa el tiempo. Nadie llega. Ni profesores ni alumnos. ¿Se imaginaría todo? Las nueve y nada. Las diez, las diez y media y la secundaria no da señales de vida. Decide retirarse mientras un vendedor de periódicos vocea la noticia de una balacera ayer por la noche en los alrededores de la secundaria.

Sin prestar atención a una noticia tan común en estos tiempos, se dirige a su casa y tampoco encuentra a alguien. Saca su llave y abre. Se acomoda en la cama para dormir. Despertará a las cinco de la tarde con el fin de semana roto.

 

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