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1319 16 Mayo 2013

 

La administración de Arellanes: manchada de sangre
Hugo L. Del Río

Monterrey.- El ambulantaje no tenemos porqué verlo como un problema: con esa visión tendremos en las manos una contradicción que no se va a resolver nunca. En las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos encontramos oferentes ambulantes en avenidas y plazas. Nadie lo entiende como un conflicto, sino como una respuesta a la necesidad de ganar el pan todos los días.

En Monterrey se puede, se debe crear un reglamento, pero ni a la autoridad municipal ni a las centrales sindicales les conviene: el vendedor callejero es carne electoral y caja de tamaño respetable para líderes, inspectores y funcionarios de la ciudad. Por lo pronto, hubo un acuerdo para que se instalen en las entrecalles de Morelos. Eso está bien. Pero la brutalidad de la policía regiomontana manchó a la administración de Arellanes.

En la madrugada del miércoles, entre sesenta y setenta guardias, encapuchados algunos de ellos, equipados todos con fusiles de asalto y con ese resentimiento social que se confunde con el odio contra el mundo, desalojaron a golpes e insultos a un par de docenas de comerciantes ambulantes quienes, ciertamente, cometieron una falta administrativa al ocupar la planta baja del Palacio Municipal. Pero fue eso y no más: una simple infracción, no un delito. Ellos no son criminales: son, sencillamente, personas que, es cierto, se dedican a una actividad que molesta a la mayor parte de los regiomontanos, pero de ahí a que exista una razón sólida, basada en la ley, o de perdido en circunstancias de riesgo, que justifique los maltratos, como si fueran sicarios o traficantes de drogas, hay un mundo de diferencia.

Los gendarmes les dieron de golpes, a muchos los robaron y se llevaron “de paseo” a algunos para amenazarlos. Ésa es nuestra corporación de seguridad pública. Hay gente honorable entre los guardias, pero son una minoría reducida a la impotencia por tantos sicópatas y criminales uniformados de azul. Lo que vimos en TV el miércoles fue un acto de fuerza: manu militari. ¿Habrá sido idea del almirante el desalojo con madriza incluida o fue iniciativa de Arellanes?

Pie de página: Humberto Benítez Treviño no renunció a la titularidad de Profeco: el Presidente Peña Nieto lo destituyó. Esperemos que la defenestración del mexiquense sirva de ejemplo para los funcionarios prepotentes y sus familiares, a menudo todavía más arrogantes y abusivos.

 

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