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1326 27 Mayo 2013

 

Crimen y democracia
Samuel Schmidt

Los Ángeles, California.-
Muchos gobiernos piensan en la doctrina del ojo por ojo, como si un acto criminal debiera enfrentarse con la misma o mayor violencia que el hecho cometido; los gobernantes lo asumen como si fuera contra ellos, personalizándolo de una manera poco conveniente, o asumiendo que su figura representa el todo social. Esa es una interpretación muy peculiar de la razón de estado, que con mucha frecuencia se ha prestado para infamar a cualquier miembro de la sociedad; por muchas de éstas razones, se creen compelidos a actuar con justicia al anteponer violencia con violencia.

Un sociólogo muy famoso dijo hace mas de cien años que el estado es el poseedor del monopolio de la violencia legítima. Y acertó, la que nadie se atreve a cuestionar, mientras la posesión de ese monopolio es indudable, su ejercicio con frecuencia dista mucho de ser legítimo, que los factores políticos ejerzan la violencia no le da tal cualidad.
¿Cómo calificar una acusación fabricada contra un ciudadano inocente con el exclusivo propósito de extorsionarlo?, ¿cómo considerar la acción violenta del estado, que pisotea los derechos humanos de personas inocentes? Hoy en día son muchos los gobiernos que enarbolan la espada contra la sociedad, explicando que lo hacen por el bien de ella misma. Hay países donde la tortura se ha institucionalizado, generando muchos culpables que pagan por la tranquilidad del sistema.
La pregunta de hasta dónde esa violencia es legítima, es todo menos ociosa, porque si el estado agrede de manera sistemática a una parte de su sociedad, echa por la borda una buena parte de legitimidad. El que agrede a una parte de la sociedad la agrede a toda ella. Las violaciones a la legitimidad por pequeñas que sean, terminan afectando al todo legítimo, mientras mayor es el abuso, más se acelera el proceso. Los estudiantes mexicanos se quejan de una escalada represiva y respuestas desmedidas, seguramente han confrontado a gobiernos que se sienten infalibles y con mandato para activar toda la fuerza posible contra la transgresión.
Deliberadamente me rehúso a entrar a la discusión sobre lo pertinente de una cantidad de violencia, o la aceptabilidad de medidas agresivas contra la sociedad. Es falaz el planteamiento que exculparía al estado de los actos violentos de algunos de sus agentes, como las policías. Es indivisible el respeto que se debe guardar hacia la sociedad.

La actitud o postura que privilegia a la violencia por encima de la política, refuerza a las fuerzas policiacas que no necesariamente son de seguridad, aunque el gobierno promueva la idea de dichas corporaciones garantizan la seguridad; esa manipulación llega al extremo de tratar de convencer a la sociedad de que se puede afectar la libertad por su bien, porque por supuesto, eso provee seguridad.

No se puede ver con tranquilidad una construcción simbólica de este tipo, que da lugar a que se erijan sistemas de vigilancia que penetran en la vida de la gente y destruyen la privacidad, pulverizan los derechos civiles y violentan las reglas de convivencia promovidas por la democracia, aunque en nombre de ella, legitiman la violencia o cierto uso de ella.

Desde Fox, el gobierno movilizó sus recursos violentos para enfrentar al crimen organizado, Calderón decidió escalar la lucha y provocó una tragedia humanitaria que no se alcanza en zonas de guerra abierta. Por supuesto, hubo una andanada de violaciones a los derechos humanos, ya México tiene el deshonor de ser si no el más, de los más condenados en el mundo. Pero hay gobiernos lo suficientemente imbéciles como para otorgarles reconocimientos a los gobernantes. No nos extrañe que Calderón y Assad compartan una cátedra en Harvard sobre cómo arruinar a un país violentando a su sociedad y mantener apoyo internacional.

El crimen agrede a la democracia, violenta las pautas de convivencia y el respeto a los derechos; pero un gobierno que privilegia la violencia por encima de los otros recursos a su disposición es todo menos democrático. Las leyes le dan múltiples opciones al gobierno, lo mismo hace la política, pero muchos gobernantes creen que lo fundamental es dar lecciones ejemplares, eso hizo Díaz Ordaz en 68 y terminó en la cloaca de la historia, lo mismo hizo Calderón y ya se baña en las aguas de albañal, y Peña desde Atenco demuestra su cercanía a esa escuela, lo que anuncia momentos muy difíciles para el país y para aquellos que todavía tienen el coraje y valor de protestar; y hay quienes se preguntan por qué tienen que hacerlo encapuchados.

 

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