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1356 8 Julio 2013

 

LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Todos perdemos
Edilberto Cervantes Galván

Monterrey.- Las elecciones del domingo 7 de julio tienen la importancia de todo proceso democrático. Sin embargo, las prácticas de los candidatos están muy alejadas de las de una confrontación de ideas políticas y de proyectos de gobierno.

Los procesos electorales se han ido convirtiendo en disputas que semejan pleitos personales, con acusaciones de ilegalidades y presuntos delitos de todos contra todos, con campañas en los medios que tienen que ser supervisadas (censuradas) para tratar de evitar un desdoro mayor.

Casi como una continuación de la estrategia de gobierno de Felipe Calderón –la de gobernar en el miedo– las campañas electorales concitaron violencia. Al menos 20 candidatos fueron asesinados, secuestrados o amenazados de muerte.

Con la activa participación de los medios de comunicación, se calentó el ambiente político nacional. Se manejó la información sobre las elecciones con el estilo de la nota roja, al cual ya nos han acostumbrado.

Sin ninguna ponderación o confirmación de las versiones, se dio difusión a cuanta acusación se lanzó al aire. El escándalo vende.

La dimensión de estas elecciones locales se proyectó como si con sus resultados se fuera a modificar la correlación nacional de las fuerzas y grupos políticos que derivó de las elecciones presidenciales. O bien, se las trató de manejar como si fueran un referéndum sobre la actuación y resultados del gobierno de Enrique Peña Nieto. No había bases ciertas ni razones para una cosa ni la otra.

La contienda electoral relevante será la del 2015, con elecciones para gobernador en ocho estados, con elecciones de diputados federales y entonces sí, unas elecciones de “medio término” que servirían para ponderar el gobierno de EPN.

En la época del dominio político electoral absoluto del PRI, las elecciones se celebraban de manera regular. Las quejas de la oposición, que no ganaba nada o casi nada, eran contra la falta de equidad, argumentando el uso de recursos públicos, de malas prácticas en la jornada electoral o de manera previa (se hicieron famosos los métodos del “ratón loco” o la “urna embarazada” la compra de votos, la entrega de despensas, etc.).

Ahora, se siguen celebrando las elecciones de manera regular, con autoridades electorales autónomas y ciudadanizadas, y al mismo tiempo partidizadas, con recursos públicos asignados a los partidos, con reglas y controles sobre la publicidad asociada a las campañas, con tribunales electorales de segunda instancia, y con un avance mínimo en lo que a cultura política y de participación ciudadana efectiva se refiere. Las quejas continúan, con acusaciones de irregularidades de todo tipo.

De poco ha servido la construcción de una pesada estructura institucional, el entramado de leyes, cofipes y reglamentos, la regulación de los medios, nada. No se logran avances en una verdadera cultura democrática.

El deber ciudadano de ir a votar, es el ejercicio de un deber cívico (aunque suene a Perogrullo). Sin embargo, a la acción de votar se la ha reducido a la confirmación de los pronósticos basados en encuestas; se anticipan los resultados con profusión en los medios, sin que al ciudadano se le advierta sobre las limitaciones y restricciones de las encuestas.

Se influye e induce la votación en razón de un “voto útil”, y no a partir de una decisión razonada en función de fines y medios de cada candidato.

No hay avance en la conformación de una cultura democrática.

Si las elecciones son el evento en el que se empodera al ciudadano, habrá que reconocer que las votaciones no deciden sobre propuestas de programas, sobre ideas o fines del gobierno. ¿En base a qué criterio puede decidir el votante? ¿Será a partir de la imagen, de la edad, del género? ¿Cómo se convence al ciudadano de quién es el mejor o como dicen el menos peor?

Los debates, con todo y su amplia difusión, cuando de realizan, carecen de profundidad. Es el mensaje tipo televisivo, de frases cortas y contundentes que suenan a consigna o simple slogan.

Mayor confusión se crea en el electorado cuando las alianzas electorales o las coaliciones se presentan entre partidos cuya presencia y postura ideológica diferenciada es la única justificación para que tengan un registro como partido.

Se confirma entonces, que más que una lucha ideológica y confrontación de políticas y programas de gobierno, se trata de luchas de grupos y de personas o personalidades.

Los procesos electorales se han vuelto eventos mediáticos, especie de “reality shows”, de disputas sin fin, en lugar de ejercicios cívicos, de ejercicios ciudadanos. Las estadísticas de participación/abstención tampoco son satisfactorias. Los porcentajes de abstención son a veces superiores al 40 por ciento.

Se vive entonces en un régimen de elecciones sin el desarrollo de una cultura democrática. Al final del día, como dicen en inglés, no importa quién gane, todos perdemos.               

 

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