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1378 7 Agosto 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Se dice de la frontera
JRM Ávila

Monterrey.- “Yo les digo a mis amigos: cuando vayan a las pizcas no se dejen engañar. Con los güeros ganen lana pero no la han de gastar. Vénganse pa’ la frontera donde sí van a gozar”, cantaba Eulalio González, Piporro.

Otros tiempos, mismos rumbos. La situación ha cambiado.
Se dice que ahora los braceros latinos en Estados Unidos no alcanzan a decidir si vienen a divertirse en las fronteras del norte de México, porque son perseguidos y empujados por los gringos hacia el sur, si no es que hacia la muerte, con armas dispuestas al disparo pronto y con perros entrenados para el ataque artero.

Se dice que en estos tiempos se deporta a los indocumentados hasta las ciudades mexicanas más peligrosas de la frontera, donde tienen que lidiar ya no con la migra de los gringos, sino con policías mexicanos que los despojan de sus pertenencias o les siembran droga entre la ropa, convirtiéndolos en virtuales delincuentes.

Se dice que los policías mexicanos (al interceptar migrantes), manosean, violan, torturan, golpean plantas de los pies, amputan, fracturan, hieren, dan choques eléctricos, sofocan con bebidas gaseosas, sumergen en fluidos inmundos y más bajezas por el estilo.

Se dice que les hacen padecer sed, hambre, sueño, enfermedades; que se les sitia, que se les separa de sus acompañantes, que se les somete, que se les ultraja, que se les intimida, que se les trata con brutalidad y salvajismo.

Se dice que, cuando los recién deportados de Estados Unidos acampan en las ciudades mexicanas fronterizas, llegan autoridades travestidas de civiles (soldados, policías y hasta bomberos) y, arguyendo que van a limpiar de vegetación el lugar donde se encuentran, los desalojan y los detienen.

Se dice que, si no es la autoridad quien se aprovecha de las víctimas de la deportación, entra al quite el crimen organizado y se encarga de secuestrarles, robarles, extorsionarles, traficar con ellas y hasta asesinarles, sin que nadie se preocupe por prestarles auxilio.

Se dice que quienes reciben tales tratos no sólo son víctimas de la deportación, sino gente que intenta remediar sus condiciones económicas (promesa con la que han traficado por mucho tiempo los partidos políticos al sur del Río Bravo y jamás han cumplido) trabajando en Estados Unidos.

Se dice, se dice, se dice. Si todo se detuviera en los decires, ¿cuál congoja, cuál preocupación?

Pero, aunque resulte descorazonador, no sólo se dice, sino que sucede. Y lo peor del caso: es lo mismo en todas las fronteras.

Me pregunto con qué tipo de humor le cantaría “Piporro” a la frontera de estos días y no me lo puedo imaginar.

 

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