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1378 7 Agosto 2013

 

EL CRISTALAZO
Yo también hablo de la mota
Rafael Cardona

Ciudad de México.- No quisiera yo ironizar sobre el título célebre de don Emilio Carballido, pero ahora, con tantas opiniones acerca de la antigua vez rural y carcelaria mariguana, pues yo también hablo de la “mota” con todo y su mefítica humareda de “petate quemado” y sus evocaciones de flor de andamio.

El debate sobre la mariguana se debería dividir –a mi juicio–, en tres partes. Lo sanitario, lo legal y lo social.

El primer aspecto esta relacionado con su inocuidad o su riesgo. Si fumar tabaco causa enfisema y otros males, fumar cualquier otra cosa lo debe causar en grados mayores o menores, pero hasta donde se sabe, los pulmones humanos no están hechos para inhalar humo de combustión tan cercana como el extremo de un churro.

Tampoco –si a esas vamos–, para respirar “smog”, “polumo” o bióxido de carbono producido por ese inevitable fenómeno conocido como revolución industrial, y cuyo inicio algunos cifran en la desconocida fecha de la invención (o el hallazgo) del fuego.

Pero el peor riesgo, dicen, para la salud no es neumológico sino síquico. ¿Es o no dañina la mariguana? Como todo lo antinatural (fumar es antinatural; beber alcohol también; inyectarse heroína o aspirar cocaína igual) implica riesgos.

Por algo Allen GInsberg , quien no tenía nada de chavo fresa ni de abuelo escandalizado, lo advirtió desde el rincón de su pasadísimo aullido (escrito al influjo del LSD): “he visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura.” Obviamente, la marihuana no es un alucinógeno potente. Es más bien un potente apendejante. Y si a eso se le agrega la materia inicial de la idiotez crónica de miles de personas, pues entonces no sólo resulta dañino para la salud, sino para la inteligencia.

Mi generación descubrió al mismo tiempo la Revolución Sexual, Tlatelolco (es decir, los poderes excesivos del Estado) y la ola sicodélica. Por decirlo de manera simplista: oscilábamos entre José Revueltas, Bob Dylan y la “grifa” soldadesca. Algunos se quedaron “forever”; otros se murieron (uno de ellos picoteado en el piso de Lecumberri) y algunos más de un testerazo en el fondo de un alberca sin agua. Muchos más se perdieron en el humo y –como dijo Renato Leduc–, no hicieron obra perdurable. Ni efímera tampoco.

En el aspecto legal, la mariguana no fue prohibida por su agresividad cerebral sino por su estigma social. Presente en los pleitos de “pelados” y “pelones”; humo eficaz para quitar el hambre y ofrecer otra velocidad al pensamiento, la mariguana era cosa de delincuentes, soldados y malvivientes. Después, por la influencia del “pobrismo” de poetastros y pintores, fue usada como el sustituto del “Hada Verde” y sus vapores de ajenjo.

Nuestro Montparnasse fue La Candelaria y nuestro Moulin Rouge, “Las veladoras”. No tuvimos un Baudelaire, pero vaya si nos sobraban Los Avelinos Pilongano. Hasta el gran Porfirio Barba Jacob se lamentaba de su suerte final: “soy un perdido; soy un mariguano”

La mota cayó en el paquete de las sustancias prohibidas por la competencia de la industria farmacológica mexicana contra la de los Estados Unidos. Nuestro mejor papel –desde los años 40-- fue proveer de mariguana al ejército de ese país, cuyos soldados y marinos lucharon en sus sucesivas guerras, con denuedo y “jalones” de Acapulco Golden, mientras le quemaban las patas al chamuco y nos libraban del fantasma del comunismo o el peligro de Irak o el islam.

Desde aquellos años sembrarla, producirla, distribuirla, venderla y exportarla, es un delito contra la salud. Si se le llegara a legalizar, entonces la salud dejaría de ser algo en riesgo. En esas condiciones, el funcionamiento adecuado del organismo humano se convierte no en asunto del código sanitario, sino del código penal. Y ahí es donde las cosas comienzan a ser un tanto absurdas.

Si como dicen sus defensores no hace mal a nadie, ¿cómo entonces en el nombre de una salud falsamente amenazada, se mataron a balazos tantos y tantos, cuyo ingenio servía hasta para traer las llantas del coche, rellenas de hierba mala? ¡Ay Camelia “La tejana”!

Si eso fuera así, entonces debemos reconocer las capacidades geniales del engaño impuesto desde afuera (como dijo ayer un Procurador, esto es una cosa internacional) como desde el exterior ahora nos viene la presión para legalizar, despenalizar, permitir y hasta fomentar mediante el rollo ese del debate informado.

Pasaremos de discutir el sexo de los ángeles a las propiedades medicinales o recreativas de la “cola de borrego”.

Yo no tengo nada ni a favor ni en contra de la legalización o penalización de los productores o los consumidores, quienes ahora no sufren penas siempre y cuando su dosis no exceda las 5 o 0 gramos, ya ni seguro estoy. Total, poco, veneno no mata, dicen los sabios de la dosificación.

Pero la identidad de los promotores de todo este rollo, me lleva de inmediato a la desconfianza. Todos esos, comenzando por el vivales de Vicente Fox, han prosperado de venderle espejitos a los mexicanos. De la democracia a las candidaturas ciudadanas, pasando por la Coca-Cola, todo se ha convertido en sus eficientes servicios de mercadotecnia en un producto altamente rentable. Y donde esos aparecen, yo me declaro escéptico. Me causan repeluzno, suspicacia, desconfianza, como el abajeño de San Cristóbal y su nueva agroindustria.

Finalmente en el aspecto social, la imagen del cáñamo se irá haciendo cada vez más agradable. Ya se ocuparán químicos mayores de perfumarlo y hacerlo menos agresivo. Se abrirán salones especiales y la ganancia de los espacios libres de humo de tabaco, se deberá conciliar con los espacios libres de humo verde. Si el “smoking” nació como atuendo para los salones del tabaquismo esnobista de los europeos, ya se verá cómo adornar la humilde mariguana con sedas de Pineda Covalín o Chanel.

Cuni, cuni, cantaba la rana, y echaba los versos de la mariguana.

 

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