Suscribete
 
1378 7 Agosto 2013

 

Medicina para la amnesia
Hugo L. del Río

Monterrey.- En el Panteón Francés de la Ciudad de México se erige una estela con los nombres de algunos de los mexicanos que cayeron en la Primera Guerra Mundial combatiendo bajo la bandera de Francia. La gigantesca conflagración (más de veinte millones de muertos) la guerra que iba a poner fin a todas las guerras, adquirió una dimensión global el cuatro de agosto de 1914, cuando Alemania invadió a Bélgica –nación que se había declarado neutral–. En respuesta, Gran Bretaña anunció el estado de guerra con el imperio alemán.

A principios de los años ochenta del siglo XIX, Federico Engels anticipó el conflicto. En sus “Ensayos Militares” le adelantó al mundo cuántos años iba a durar la guerra, la cantidad de combatientes que perecerían, las potencias que formarían parte de los dos bandos y quiénes serían los vencidos y quiénes los vencedores. La guerra no sorprendió a la élite de hombres inteligentes y bien informados.

Desde 1895, Alemania tenía a punto el Plan Schlieffen, para librar una contienda en dos frentes: El Occidental, contra Francia, Inglaterra y Bélgica (Estados Unidos, Italia, Japón y Portugal se adhirieron posteriormente a esta coalición) y el Oriental, contra el imperio ruso.

Pobre en recursos naturales, con una flota que no podía competir contra la Royal Navy, y combatiendo en dos escenarios, Alemania sabía que sólo podía ganar la guerra a condición de que ésta fuera muy breve. Su cálculo: ocupar París en la primera semana de septiembre. Estimaban que al caer la capital Francia capitularía, lo que permitiría a Berlín obligar a los ingleses a regresar a sus islas para concentrar todo su poderío contra Rusia. “Volveréis a casa antes de que caigan las primeras hojas del otoño”, prometió el káiser Guillermo II a sus Ejércitos.

Londres y París estaban al tanto de los planes alemanes. Ellos, a partir de 1897, forjaron primero una alianza entre sí, a la que poco después incorporaron a Rusia. Aunque las cúpulas políticas, económicas y militares sabían que era inminente el estallido de la guerra nadie, pero absolutamente nadie estaba preparado para manejar correctamente la crisis provocada por el asesinato, en Sarajevo, Serbia, el 28 de junio, del archiduque Francisco Fernando, en la línea de sucesión al trono del imperio austrohúngaro.

Viena ambicionaba adueñarse de los Balcanes. Los serbios le dieron el pretexto. Exactamente un mes después del atentado, los austrohúngaros invadieron Serbia. Y Rusia, “protectora” de los pueblos eslavos, declaró la guerra a Viena. Berlín reaccionó anunciando el rompimiento de hostilidades con los rusos y Francia, comprometida con Petrogrado, fue arrastrada a la batalla.

Inglaterra, aunque también había firmado los acuerdos secretos, se resistió a participar en la guerra, hasta que los alemanes invadieron Bélgica. El Plan Schlieffen comenzó a fallar desde los primeros días. Los belgas no aceptaron pasivamente la violación de su neutralidad –garantizada por todos los países europeos desde principios del siglo XIX—y retrasaron por varios días el avance tudesco. Los rusos se movilizaron con mucha mayor rapidez de lo que se había estimado, e invadieron la Prusia Oriental.

Un tanto desconcertado, el Gran Estado Mayor alemán, dejó un enorme hueco entre los Ejércitos que, a orillas del Río Marne estaban ya muy próximos a París. Los alemanes siguieron en el tren de errores. Mandaron, sin codificar, mensajes en radio que captó la antena instalada en la Torre Eiffel. Y el comandante de la guarnición de Paris, general Gallieni, pasó al ataque. Estaban tan cerca los alemanes que brigadas enteras de tropas francesas fueron transportadas al frente en cinco mil taxis “militarizados”.

Los germanos fueron derrotados en el Marne y la guerra que terminaría en otoño se prolongó hasta el once de noviembre de 1918. La carnicería se prolongó durante cuatro años, pero en el Marne Alemania ya había perdido la guerra. Faltaban pruebas durísimas: El Somme, El Camino de las Damas, Verdún, la gran ofensiva de Ludendorff a fines de octubre del 18.

Pero el resultado final ya era un hecho: Alemania no podía ganar una guerra de larga duración. La torpeza de la política exterior de Berlín comprometió a México y obligó a Estados Unidos a enviar un Ejército de millones de hombres a Europa.La matanza fue atroz. Murieron unos doce millones de civiles y ocho millones de militares.Y la influenza española llegó pisándole los talones al anuncio de paz.

La epidemia causó más muertes que la Gran Guerra. Nadie sabe cuántas personas murieron. Se calcula un mínimo de 50 millones y un máximo de cien millones. Hoy, todo aquello está olvidado.

¿Quién se va a acordar de Charles Yale Harrison, jovencito norteamericano de 17 años, voluntario con los canadienses, quien rompió a llorar cuando mató a un hombre por primera vez?

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com