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1393 28 Agosto 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Ricardo Elizondo
JRM Ávila

Monterrey.- La primera vez que leí una reseña sobre la novela Setenta veces siete, de Ricardo Elizondo, fue en el suplemento Sábado, del periódico Unomásuno, escrita por alguien cuyo nombre no conservo, tal vez por la indignación ante el ninguneo que del autor hizo.

En primer lugar, se notaba que el reseñista no había leído la novela; en segundo, como si no fuera suficiente irreverencia, daba a entender que la novela estaba influenciada por lo que escribía Gabriel García Márquez.

Esto, por supuesto, hablaba más de lo que el autor de la reseña había leído en García Márquez, que de lo escrito por Ricardo Elizondo en Setenta veces siete. Pero hablaba también desde un centro al que no pertenecía el novelista. En otras palabras, la reseña ignoraba rotundamente el contexto en que se había escrito la novela.

Para valorarla, el autor de la reseña tendría que haber conocido a la gente que se ponía (y aún se pone) a platicar en las plazas de los pueblos del noreste mexicano; tendría, además, que haber hurgado en la historia de esta región para darse cuenta de que los personajes de Elizondo no hablan como los de García Márquez, sino como hablaban y hablan los pobladores de la región noreste de México.

Porque Ricardo Elizondo estuvo en contacto con documentos oficiales del Archivo General del Estado de Nuevo León, que contenían frases como las siguientes: “…hay cinco o seis vecinos que respiran venganza contra mi persona”; “…se gloriaban y cocoreaban a los que encontraban, habiéndoles salido la nuez vana porque les volvieron estos su cócora y ahora buscan agua limpia para blanquear la ropa percudida en agua turbia pero puede que les falte jabón...”.

Además, en los pueblos de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, recolectó frases vivas para escribir su Lexicón del Noreste de México, en el cual se encuentran joyas como éstas: “Se afrenta de la tortilla de harina”; “Si te cortas ten cuidado, porque te puede dar mal de arco”; “Son tan exagerados, que cuando se casó la hija no fue comida, fue atrancón”; “Con lo guatosa que es tu tía, va a levantar el techo con sus gritos”.

Estos ejemplos dan cuenta del humor en el habla de los pueblos norestenses, que no es fácil encontrar en García Márquez; y, por añadidura, de un lenguaje que se quedó encajonado en esta región desde el siglo XVI y cambió muy poco, dado el aislamiento natural que proporcionaban las montañas y la lejanía del centro.

Ricardo Elizondo era un excelente narrador, pese a lo que digan quienes creen que el ombligo del universo se encuentra en la Ciudad de México. Y si hay alguien que lo dude, le invito a leer la evidencia que es su obra.

“Ricardo Elizondo, nuestro autor, se durmió con vida el viernes pasado y amaneció en la eternidad”, bien podría afirmar alguno de sus personajes.

Leámoslo, releámoslo, para que descanse en paz.

 

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