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1398 4 Septiembre 2013

 

ENTRELIBROS
Cuentos cortos para insomnios largos
Eligio Coronado

Monterrey.- Se acabaron los insomnios. La solución está en este cuentario titulado Cuentos cortos para insomnios largos (Monterrey, NL: Edit. UANL, 2013. 94 pp. Colección Tarde o Temprano) donde José Julio Llanas (Monterrey, NL, 1967) nos proporciona treinta y un textos ligeros para convertir esos pesados períodos sin sueño en deliciosas veladas literarias.

La dosis es al gusto, hasta donde el insomne quiera seguir el tratamiento. La edad no importa: puede dejarse al alcance de los niños y lo más probable es que pidan más.

A ojo de pájaro estos cuentos parecen haber sido hechos de prisa y con la única intención de entretener, pero no nos engañemos, su aparente facilidad es producto de un oficio largamente desarrollado por la constancia.

Así tenemos a un niño vampiro que tiene caries por chupar sangre de diabéticos (“Bebida chatarra”, p. 72), a un joven que mata a su novia con su mirada penetrante (“Homicidio imprudencial”, p. 67), a una prostituta que se come asado el pene de su cliente en turno, eso sí, con su respectiva salsita y su cebolla bien bañada con limón (“Glotona”, p. 24-25), a una niña tan fea que el Conaculta crea en su honor (o deshonor) un concurso nacional de cuentos de horror (“Los buenos somos más”, p. 41-42) y a una niña a la que su madre prostituye (“Mamá me consiguió trabajo”, p. 31-33).

Pero en este volumen hay más cuentos para todos los gustos: de zombies (que el autor llama groggys), de robots, de extraterrestres, de monjas, de estudiantes, de fanáticos de los videojuegos, de suicidas, de bodas, de obsesionados con los horóscopos, de esposas que engañan a sus maridos, de seudogurús, de esposas con manías nauseabundas, y sobre todo, de asesinos: el que descuartiza a su esposa por engañarlo con el compadre (“Por lo sano”, p. 76), el que asesina porque una dulce voz se lo encarga por las noches (“La encomienda”, p. 21-23), la que mata al marido cuando éste la sorprende con otro que se suponía era gay (“En géneros se rompen gustos”, p. 34-35), etc.

En esta vorágine creativa sobresalen tres cuentos: el joven que en una noche de año nuevo abraza los retratos de sus familiares (“Celebración”, p. 77), lo cual resulta muy conmovedor; el de un grupo de robots que huye de una familia de humanos que les ha inyectado emociones (“La huida”, p. 81-83), lo que viene a ser contraproducente pues “eso de sentir emociones humanas es bien complicado” (p. 83) y el de las personas que se han convertido en zombies (groggys) (“The walking idiots”, p. 89-94) porque al dejar de leer durante un largo período de tiempo han inutilizado sus cerebros y ahora andan por ahí atacando a la gente para “recuperar las facultades perdidas engullendo los sesos de otros” (p. 92).



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