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1418 2 Octubre 2013

 

Ladrón de niños y otros cuentos
Carlos Moctezuma

Monterrey.- La voz de uno, de muchos, del otro. Es lo que nos regala Ricardo Chávez Castañeda en esta obra, con el título que da inicio el primer cuento y da nombre homónimo al libro: Ladrón de niños y otros cuentos (México, DF. FCE, 2013. 135 pp. Colección Centzontle). El autor se hizo merecedor del premio de cuento Julio Cortázar 2012. Dentro de su vasta producción figuran libros como El libro del silencio, Fernanda y los mundos secretos, Cuaderno de pesadillas y La generación de los enterradores.

Narraciones con cuidadoso manejo de los desdoblamientos temporales y de espacio. Sus finales son como ya nos tiene acostumbrados, es decir: impredecibles. Chávez Castañeda, nos  engancha a leer y nos somete a releer sus textos, en cada visita encontramos una nueva pista y eso es un motivo más de agradecimiento.

Y ya en trance nos da una estocada casi de muerte en la página 39, aproximándose o de plano llegando a un clímax enrarecido y asfixiante: “Federico Frey se quedó mirando el sol a través del cristal de la caseta telefónica. Algo le había pasado al sol, se veía opaco, como sí dentro del mismo sol, atardeciera”.

Quien lea este párrafo, después de haber leído el que le antecede en dicha página, sentirá algo que sólo produce la buena literatura.

Si algunos adjetivos le tuviéramos que dar a este primer cuento, serían perturbador, denso, y pesado como loza que sepulta toda posibilidad.

En el segundo cuento, El final del fútbol, escuchamos voces rulfianas: “El hombre muerto confesó que cuando se puso entre los tres palos todavía no sabía qué iba a hacer. Adivinaba que los supervivientes del otro pueblo, allí en pie, escuálidos y demudados por el terror, ya estaban muertos porque aquél de la pistola no cumpliría su promesa (Pág. 60)”.

La obra de Ricardo sigue sin dar tregua ni concesiones en el siguiente cuento. El genealogista de La esquina del fin del mundo, buscando sus raíces, sólo encuentra y ve cómo se suicidan los otros linajes.

Creyendo que todo eso lo conducirá más allá de su ascendencia, inevitablemente y sin más consuelo, se tendrá que formar en la fila de la azotea del edificio-trampolín, en cierta esquina.

De los cinco cuentos que conforman esta obra, todos coinciden en esa desolación que en algún momento de nuestra existencia tendremos que enfrentar o aceptar, tal como los personajes de La caída del cielo, el cuarto cuento de este libro, donde es posible que haya algo más doloroso que la muerte.

En Sobrevivir, quinto y último cuento, una decisión se tiene que tomar, y pareciera que un dios malévolo somete a los personajes a un viacrucis expreso, sobre todo a uno de los memoriosos que sobreviven a aquella devastación. A quién amas más, a quién prefieres, la prueba máxima del raciocinio contra el instinto: ¿el arte o tu amada? Ya no hay tiempo, el agua corre y arrasa. Y ese final de poesía:

“El dolor es un largo listón redondeado que se pierde en la neblina, me dijo la única vez que habló conmigo, y luego, viéndome a los ojos con sus ojos húmedos, agregó que lo que no había podido descubrir es si ese listón permanecía sujeto a algo o estaba tristemente latigueando en el vacío” (pág. 135).                            

 

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