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1433 23 Octubre 2013

 

Lágrimas y risas del espionaje
Hugo L. del Río

Monterrey.- Espiaos los unos a los otros. “El espionaje es la segunda profesión más antigua del mundo, y es tan honorable como la primera”, escribió en 1984 Michael J. Barrett, a la sazón jefe de asesores de la CIA. México está escandalizado, y Felipe Calderón, profundamente indignado.

¡Cómo! los gringos se atreven a espiarnos. Cierto: la política viste las galas de la hipocresía y en la citada actividad lo menos que se puede exigir es discreción y respeto a las formas. Pero Washington es tan arrogante y trata con tal desprecio al mundo, que ignora olímpicamente las protestas (forman parte del libreto) de éste o aquel gobierno.

Tomemos las cosas con buen humor. No todos los espías son personajes siniestros de capa y espada. William Donovan, mandamás de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), papá y mamá de la actual CIA, leyó en alguna enciclopedia del comportamiento humano que los japoneses les tienen pánico a los murciélagos.

El buenazo de Wild Bill (traducción libre: Memo el loco), como lo llamaban sus amigos, convenció a los militares y se dispuso que, a mediados de 1944, algunos escuadrones de superfortalezas diversificaran sus actividades y en lugar de bombas, dejaran caer sobre Tokio miles de infelices ratones con alas.

El problema, que fue minuciosamente examinado, era que los pobres bichos se congelaban y al caer a tierra ya no estaban en condiciones de asustar ni a la abuela de Caperucita Roja. Los científicos desarrollaron ciertos aceites para evitar la hipotermia, y durante un buen rato, los bombarderos siguieron con su tarea de sembrar el suelo nipón con miles y miles de membranosas criaturas.

Pero posiblemente el episodio más jocoso de este submundo de tinieblas, lo protagonizaron los supuestos maestros del arte: los ingleses. William Tufnell Le Queux, traía de cabeza a los anglos en 1905 con sus mafufadas sobre una inminente invasión alemana a las islas brumosas. Lord Northcliffe, propietario del londinense Daily Mail, olió el dulce perfume de la marmaja, y contrató al fantaseador para que divulgara los planes secretos del Estado Mayor germano que, juraba el tal Le Queux, estaban en sus manos.

El periódico publicó el “lugar exacto” donde iban a desembarcar los teutones. Hasta ahí todo iba bien. El problema se presentó cuando Su Gracia entendió que la ruta de marcha hacia Londres cruzaba por ciudades donde The Times había aplastado al Daily Mail. En consenso con Le Queux, el editor decidió cambiar el camino que seguirían los ejércitos invasores, para que la bota del enemigo hollara los distritos donde el Daily Mail tenía más lectores. Lord Northcliffe no confiaba mucho en su propia estatura editorial como para competir con The Times.

¡Ay, tenía razón! El cachondeo siguió un par de años. Parece que Le Queux perdió algo de crédito cuando escribió que, testigo oculto de una conversación en Berlín entre el káiser Guillermo II y su Alto Mando, escuchó a uno de los generales decir que “Londres es una magnífica ciudad para saquearla”. (Tomé los datos de “The Second Oldest Profession”, libro de Philip Knightley, periodista, escritor y consejero de la BBC).

Los espías tienen que desquitar el sueldo y las agencias de Inteligencia son un gran negocio: en ninguna nación precisan cuánta lana gastan ni en qué. Revelar tal información pondría en riesgo a los agentes y las operaciones encubiertas. Sí, la CIA, la Agencia Nacional de Seguridad y toda esa falange de organizaciones dizque secretas son una molestia, pero no nos ponen en peligro.

Hace siglos que saben hasta de qué color son los calzoncillos que usa el presidente de México en turno.

Pie de página

Víboras venenosas en el recién construido Palacio de Justicia de Montemorelos. Muy simbólico.

 

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