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1433 23 Octubre 2013

 

¿Cómo bordamos la paz?
Cordelia Rizzo

Monterrey.- Antier asesinaron a Alejandro y Cecilia Caballero en la colonia Adolfo Prieto, tras haber padecido y denunciado una extorsión días atrás. Eran el papá y la hermana de Dulce Caballero, activista por la paz que reside en Tokio.

Después de graduarse de psicología, Dulce trabajó algunos años en Monterrey y se fue a Japón. Allá, tras aprender la lengua, ha enfocado sus estudios de posgrado en reflexionar sobre las causas de la violencia en Monterrey.

La conocí este verano en Durham, Inglaterra, en un congreso sobre la ruptura del tejido social en Latinoamérica, aunque ya había amistado con ella en Facebook y sabía que era parte del grupo de Bordamos por la Paz Tokio.

En ese viaje, me entregó más de una decena de pañuelos exquisitamente bordados con mensajes de paz para entregárselos a Teresa Sordo en Guadalajara y uno para Rosa Borrás en Puebla.

Transportar pañuelos ha encarnado las redes de solidaridad en la construcción de paz a nivel nacional y global. Esta tarea ha partido de una empatía radical con las víctimas. Los paquetes de bordados llevan consigo un deber, una consigna, cariños, diligentemente codificados por todas las manos que los han hecho, tocado, visto, las que los han doblado, las que los portan y envuelven.

Bien dice Letty Hidalgo: los pañuelos le hablan a los monstruos. Bordar es elaborar un grito complejo y fuerte. Mi experiencia con Japón a través de las letras de Kawabata y Murakami, me dice que culturalmente lo colosal de las tragedias se hila con la delicadeza y hermosura de las flores de los cerezos. Temblores, tsunamis y holocaustos. Por allá la gente conoce que las vidas se pueden cercenar con quirúrgica precisión.

Dulce, pudiéndose olvidar del Monterrey donde late la violencia lo más posible, ha optado por iluminarlo cuidadosamente desde lejos. Construir la paz, así como ejercer la crítica en la balanza sobre la cual juzgaremos lo que nos ha pasado y dolido, es una tarea de sumas pequeñas, paulatinas y certeras como la de ella.

Sin embargo, también a veces se suma poco. Por ello es irritante que el gobernador de Nuevo León asegure una baja en la criminalidad en su Informe de Gobierno. A ese ‘presunto’ acomodo frío de las fuerzas del mal, le contrasta que antier asesinaron al papá del dueño de un negocio mecánico automotriz, demasiado pequeño como para aportar algo más que un par de miles de pesos al mes, con mucho trabajo.

Hay quienes, como Gael García Bernal, después de haber tenido la oportunidad de atraer adeptos a la tarea de construcción de paz, han preferido ejercer un derecho al olvido que ni siquiera es de ellos. Gael, si bien está dotado de talento actoral y belleza, se ha curtido como figura pública y productor, tras promover una imagen de hombre solidario con el dolor humano.

El derecho a olvidar es de aquellos cuya vida se ha transformado en el efecto de ese trauma. Aún así, para ellos el olvido es relativo, pues nunca dejarán de tener recordatorios a la mano. Los demás tenemos que aprender a leer la sangre de esta guerra de una manera sensata. Olvidar, para nosotros, es una forma de avalar la injusticia del presente y de las generaciones que siguen.

A veces ni se les pide que hagan algo a las autoridades ni a las élites, porque se ha dejado de creer en ellos. Pero, por piedad, que dejen de rebanar vidas, de partirle la psique en tres a la sociedad que sabe bastante. Nos hablan como si fuésemos idiotas, cuando los que hacen la pantomima del desentendido son ellos.

Los huecos que dejan los golpes violentos son poderosos y cada vez los entendemos mejor. No pasa un día en el que no pensemos en el lenguaje con el que ayudaremos a dar ese golpe final a la indiferencia, para finalmente coincidir en que la ciudad está dolida, trozada, y nos necesita a partir de ese terrible desdoblamiento.

La familia de Dulce y muchas y muchos de nosotros, tenemos derecho a procesar la realidad de nuestro dolor y a solidarizarnos abierta y francamente con las víctimas. Ustedes nos alienan. Pero al menos hemos entendido que es un mecanismo de evasión suyo.

Un asesinato y una desaparición son como la bomba de Hiroshima, que pulveriza a unos, pero a muchos más los deja con las secuelas.

Protejan a Dulce y a su familia.
Protejan a mi familia y a todas, de verdad.

 

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