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1698 29 Octubre 2014

 

 

El fracaso de los nuevoleoneses
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- El nuevoleonés suele ser una persona creativa pero tropieza cuando planea en equipo la ejecución de su idea. Priva más la lógica ortodoxa, vertical, que la lógica fluida y grupal. En Nuevo León, como en casi todo México, solemos cargar la culpa de un fracaso empresarial en una sola persona: el administrador, el contador, un empleado.

Pero el éxito tanto como el fracaso depende de un equipo que transita por el campo abierto del pensamiento lateral, o por los carriles sin salida del pensamiento cerrado.    

¿Un ejemplo deportivo? Lo estudia Jorge G. Castañeda en su libro Mañana o Pasado (2011): en los Juegos Olímpicos los mexicanos registramos bajo rendimiento deportivo. No obtenemos medallas olímpicas porque el desempeño de nuestros atletas es deprimente. Pero viene el dato más revelador: no solemos ganar en ninguna competencia, salvo en dos: clavados y Tae Kwon Do. Ambos deportes, cabe advertir, no se juegan en equipo y son más bien disciplinas individuales. Lo mismo nos pasa en box o tenis.

Al igual que en el entorno empresarial, si aludimos a victorias deportivas, nunca nos referimos a equipos, sino a atletas; no a grupos sino a personas: Ana Guevara, Hugo Sánchez, Lorena Ochoa. Todos excelentes en su especialidad, pero estrellas únicas, individuales. Escribe Castañeda: desde los Juegos Olímpicos del año 1900 en adelante, de las 55 medallas en total que hemos ganado, 47 fueron para deportes individuales y únicamente 8 para deportes colectivos.

En México no sabemos configurar entornos colectivos; el pensamiento lateral nos funciona bien para innovar, pero no para ejecutar acciones entre varios. Por un lado, el recelo endémico nos sabotea la convivencia. Por otro, los prejuicios nos ponen en guardia y vacunan contra la derrota grupal: preferimos darle todo el mérito a un solo héroe, o centrar en un solo culpable la carga multifacética del fracaso.

¿Cómo podemos corregir este defecto? Destacando la confianza y el capital social como “hábitos del corazón” (Tocqueville) pro-sociales. La confianza es un “lubricante” para la cooperación social, como el capital social lo es para la democracia. En Estados Unidos, por ejemplo, hay más de dos millones de organizaciones civiles, que defienden todas las causas imaginables: protectoras de animales, ambientalistas, feministas, religiosas, sanitarias, deportivas, etcétera. En Chile hay 35 mil de este mismo tipo, pero México sólo registra 8 mil asociaciones civiles, la mayoría de ellas religiosas. Eso sí, nos encantan las marchas de protesta. Y obstruir el tráfico.

Falta construir en la nueva sociabilidad. Pero las autoridades locales prefieren comprar votos. La nueva sociabilidad pasa por lo que se denomina “individualismo en red” (networked individualism): las comunidades son redes interpersonales que aportan apoyo, información, sentido de pertenencia e identidad social. En suma, aportan el valor de la convivencialidad. Cada ciudadano opera en múltiples redes de familiares, vecinos, amigos, hasta el punto de que podemos hablar de “comunidades personales”.

85 por ciento de los norteamericanos participan en 5 o más asociaciones; en México, 85 por ciento no participan en ninguna. Y del 15 por ciento que sí lo hace, distingamos entre participar en organizaciones civiles donde los miembros comparten valores comunes y  las otras donde se desarrollan lazos interpersonales: no se pueden medir igual. El retraso de México en este rubro, como en muchos otros, adquiere niveles alarmantes, porque la escasa cultura cívica guarda relación directa con un gobierno local poco eficaz y nada transparente.

 

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