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1701 3 Noviembre 2014

 

 

Las claves de Labastida Ochoa
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Francisco Labastida acaba de estar en Sinaloa. Siempre atento, siempre cuidadoso, siempre perspicaz, siempre disciplinado, actualizado y entendedor de las claves en la política priista.

Uno o varios reporteros le preguntaron sobre lo que pensaba de la sucesión de gobernador y quién era el bueno. Su respuesta fue sucinta y hasta escueta, seguramente por cortesía y para no herir susceptibilidades y lastimar ambiciones. No hay nada todavía, fue su máxima y en esa lógica, hay que ver los efectos del calendario adelantado del gobierno de Malova.

Son muchos los prospectos que buscan la plataforma del partido y estar en el ánimo de los que deciden, especialmente los hoy senadores de mayoría relativa y de representación proporcional, que acaban de presentar su informe ritual ante la dirigencia estatal del partido y la plana mayor del “gobierno ciudadano” que encabeza Malova y tiene un pie en el PAN y otro en el PRI.

Nadie faltaba en las fotos y los micrófonos. Bueno sí, Jesús Vizcarra, Juan Millán y Jesús Aguilar. Lo dijo claro el ex gobernador: Peña Nieto no se sacará al candidato de la manga, reconociendo el papel decisivo del Presidente para designar candidato del PRI y sus aliados en Sinaloa mediante, ahí el matiz, la auscultación de perfiles y apoyos de cada uno de ellos.

El último mohicano
Afirmó curándose en salud filoaliancista, que a diferencia del 2010, hoy existe un líder nacional, indiscutible y éste es Peña Nieto. No el líder del partido. El partido en todo caso ejecuta la decisión de Los Pinos. Aunque, un matiz, estamos en un sistema de partidos y la ortodoxia señala que son las reglas y los equilibrios internos son que determinan si tal o cual político será candidato. Su mensaje críptico deja entrever el restablecimiento del presidencialismo omnipotente que es capaz de decidir las postulaciones del partido en los estados. Los perfiles personales, capacidades, grupales, alianzas. Un regreso al pasado.  

Vamos, al decidir el Presidente aleja todo lo que represente alguna asechanza a su proyecto de nación, los gobernantes deben ser leales, disciplinados, incondicionales. Esto de ser así expresa el final de lo que se llamó los virreinatos estatales y el erguimiento de la figura del nuevo presidencialismo priista. La pregunta es si esa gama de poderes priistas locales, que se volvieron una suerte de feudo virreinal durante los gobiernos panistas, en la nueva circunstancia sacrifican sus espacios de poder, en aras de la agregación y el pináculo en la Presidencia.

Al menos en Sinaloa, pareciera que los actos públicos indican otra cosa, si leemos en clave de actividad a Juan Millán, que busca reagrupar liderazgos para sostener este poder. Algunos dicen que no, que es imposible y hasta temerario. Otros, los menos, que es el último mohicano en su enésima batalla. Que la adversidad es su elemento y algo habrá de sacar. Que ahora el que se mueve, sí sale en la foto. Parafraseando a su mentor político: Fidel Velázquez. Ya veremos.

Consulta con la almohada
Sin embargo, habría que ver en qué consisten las consultas del presidente y en todo caso a quiénes se consultan, para tomar decisiones concluyentes como podemos desprender de las expresiones de Labastida Ochoa. Porque si la consulta es mero trámite, sin pulsar de verdad los factores reales de poder o esta pulsación es directamente a los poderes fácticos, es probable que sea lo mismo que una consulta con la almohada. Hay, recordemos, un abismo entre esos poderes y la militancia de a pie. Que además ésta es muy sensible al canto de las sirenas.

Quiero pensar que es un presidencialismo revivido que busca ajustarse a los nuevos tiempos, pero los nuevos tiempos, son complejos sobre todo por la variedad de actores que intervienen y quieren influir en la decisión final. Ya no sólo los políticos, sino todos aquellos que tienen un interés en saber quién tomara las decisiones que podrían beneficiar o perjudicar sus intereses. Legales e ilegales.

Es más, pregunto, cómo podría hacerse limpiamente luego de los sucesos de Michoacán y Guerrero, donde los poderes paralelos imponen su agenda a los gobiernos locales. Donde éstos deciden muchas veces el cómo, cuándo y dónde y la tersura de la disciplina partidaria interna no es tal, ni tampoco la mano del presidente llega tan lejos porque está acotada por esos intereses. Tampoco es tan fuerte la Presidencia aun con toda la nomenclatura y la parafernalia de seguridad, pues sigue sufriendo a cuentagotas el fastidio del crimen. Sigue provocando derrotas políticas. Sigue congelando sonrisas y retrasando festividades.

¿Cuántos estados están influidos por el llamado crimen desorganizado?; o como lo diría Zepeda Paterson: ¿cuántos están potencialmente en la tesitura de Guerrero? No lo sabemos y en el hipotético caso de saberlo podríamos sorprendernos de los alcances de la mano criminal. Quizá por eso, no es tan sencillo la designación del próximo o la próxima candidata del PRI, ni en Sinaloa, ni en otro estado. Quizá por ello parece imponerse un dedazo renovado. Un dedazo que exige conciliar o mejor compartir el poder. Garantizar el control.

Entonces, volviendo a Labastida, su mensaje es claro: no ganen vísperas ninguno de los presuntos aspirantes –incluido su alfil que es, se dice, Aarón Irizar–, todos en cualquiera de los casos deberían preocuparse más por estar en el ánimo de los factores reales de poder, antes que en los derechos de antigüedad. De lealtad al partido. Que han estado con él en las buenas y las malas (no, como otros, traidores). Que se es más rojo que el vestido de Diva Hademira en la pasarela del partido; más institucional  que como lo hizo Aarón Irizar y menos tortuoso que el discurso de Daniel Amador. Nada de esto importa mucho. Importa a quién se consulta. Qué opinan éstos de cada uno de ellos. De los que estuvieron en el acto pero también los que estuvieron fuera de este escenario. Que miran desde la distancia física.

Quizá por eso las palabras de Labastida Ochoa están en la línea presidencial, si no, no hubiera abierto la boca. La lógica es muy sencilla. Unir al partido sin exclusión de candidatos para que al final haya un solo candidato del partido y no dos como el 2010. Ya no aparece el “estate quieta” insolente para Diva Hadamira, lanzado en Gobernación y el subsecuente calambre que le detuvo su actividad. En este momento, el piso virtualmente está parejo. Pero quién sabe hasta cuándo, hasta dónde llegan las cortesías, las fotos de unidad y los discursos elogiosos al Presidente. Los abrazos, los apretones de manos, las sonrisas y las palmadas de espalda. Un mes, seis meses, un año.

Malova y su don de la ubicuidad
A quien sí ya se le fue el tiempo es a Malova, que ante la plana mayor del priismo estatal y aspirantes abiertamente a sucederlo, tuvo que hacer las cortesías del caso y, como la ha venido haciendo, reconocer a Peña Nieto, que en marzo pasado lanzó el taurino llamado “abran las puertas, señores, la fiesta brava va empezar”, lo que le fastidió dos años de gobierno y señales inequívocas.

A partir de aquella mañana en Mazatlán, los reflectores han estado en este tipo de actos donde Labastida vino a poner los puntos sobre las íes. Con o sin la encomienda del Presidente, y parece que a nadie le cayó el veinte. Quizá, Malova lo empieza entender .

 

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