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1701 3 Noviembre 2014

 

 

Poder y autoridad
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- Como he insistido en que debemos negarnos a votar en un sistema electoral viciado para restarle legitimidad a los elegidos que carecen de autoridad aunque no de poder, algunos interlocutores me han pedido que aclare la diferencia entre “poder” y “autoridad” y de pasada la existente entre “legalidad” y “legitimidad”, lo  que intentaré brevemente.                                                

En El poder de los comienzos, ensayo sobre la autoridad, Myriam Revault d'Allonnes afirma que  “autoridad” no es, en sentido estricto, un concepto político del mismo rango que “poder”. “Autoridad” es un concepto meta político referido a la permanencia del vivir juntos, de compartirlo en su duración. Para la profesora de la escuela de altos estudios de París, la autoridad es el principio básico de la producción y continuidad del lazo social.
Para dar continuidad a los lazos sociales que tejemos, es necesario que existan personas e instituciones (Estado) con poder suficiente para preservarlos. Dicho de otra manera: los gobernantes debe estar legitimados para ser la autoridad que manda y es obedecida, y así lograr que perdure el mundo común, la aventura de vivir juntos.                                                                                                                                          

Para eso, es indispensable que el gobernante cuente con la legitimidad de origen (accederse al poder por la vía legal), y con la legitimidad de actuación (lo que ordena y establece debe obedecerse porque sirve para que el vivir juntos continúe).

La autoridad demanda ambas legitimidades, el poder, no. Para tener poder basta con que se obtenga, “haiga sido como haiga sido”. “Poder” es un concepto legal y “autoridad” es un término social y moral al igual que “legitimidad”.

Los usurpadores e impostores son espurios porque son elegidos en un sistema viciado; tienen poder legalpero carecen de la autoridad que la legitimidad otorga.    

No podemos negar que el colapso del Estado mexicano se debe a la falta de autoridad, es decir, a la ausencia de legitimidad de quienes gobiernan. Ni accedieron de manera limpia y legal al poder, ni su actuación tiende a la permanencia y mejora de la vida común.  

El abismo moral en que los mexicanos nos hemos precipitado –caída que no empezó ni en Guerrero, ni el pasado mes de septiembre–, es ausencia de autoridad resultante del abandono del mundo común, que ilegitima.

La falta de autoridad ha traído el infierno a la superficie de nuestro territorio convertido en fosa común. La vida desaparece desde que el mexicano está vivo, porque antes dejó de ser humano. Lo humano ha sido aniquilado.

Repensar el Estado que colapsó, generar autoridad; rescatar legitimidad, son los retos a vencer para poder tejer el lazo social que asegure la permanencia de nuestro mundo común. 

Seguir votando en un sistema que no confiere autoridad nos hace responsables del terror y la barbarie que trae consigo su ausencia. Votar en esas condiciones nos convierte en cómplices de la maldad política.

Desmantelar el sistema fracasado fundado en la simulación de la representación es apenas el comienzo de la reconstrucción de nuestro mundo común, del renacer de la autoridad.

Retirar los escombros del derrumbe es tarea previa a la de la reconstrucción.

 

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