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1723 3 Diciembre 2014

 

 

Cuando los menos fuimos más
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Andrea nos platica en la cena posterior a la Marcha cómo se defendió de un compañero cuando éste la molestó. Ella “sólo” le dio un codazo en la barriga y con el dedo índice en alto le advirtió “y por favor no chilles”. Quienes la escuchamos soltamos una poderosa carcajada.

A continuación ella se acomoda muy ufana en su silla, con los ojos muy brillantes, y sigue comiendo su taco de carne deshebrada en el célebre  restaurante Juárez, muy cercano a la plaza Colegio Civil, donde se desarrolló el mitin que cerró la manifestación.

Andrea tiene cuatro años de edad.

Andrea, como muchos otros niños muy pequeños, estuvo presente en la  jornada en apoyo a los familiares de las personas desaparecidas en nuestro estado y, por supuesto, para exigir al gobierno de todos los niveles el regreso con vida de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa.

Durante la marcha por las calles de Monterrey escuché a Andrea, mi sobrina, gritar: ¡Peña Nieto bello! Al preguntarle por qué decía tal cosa, ella entornó los ojos un tanto hastiada y repitió con más fuerza: ¡Peña Nieto fello! Mi oído de por sí ya es muy malo, y entre aquel griterío de consignas se me complicaba entender con claridad lo que esta niñita quería decir. Mi hermana Norma me tradujo el idioma de su criatura: “Peña Nieto feo”.

Cuidadosa con las palabras, la niña que aún asiste a la guardería-kinder pero sabe mover con envidiable pericia los comandos del Ipad de su hermana mayor Daniela, quizás no quería corear aquello de “Gobierno hijo de puta” que los chavos y chavas hacían resonar en los aparadores de la Avenida Juárez. No vaya a ser que sus papis luego la reprendieran.

Cuando la escuchamos repetir el emblema de ¡Ya me cansé!, Isaac mi hijo la cargó en los hombros. Le preguntamos a Andrea si deseaba montarse en una carriola que una madre traía desocupada y se la ofreció gustosa, ya que su pequeño andaba en brazos de su respectivo padre. Andrea se negó tajantemente a aquella humillación. 

¡Ya me cansé!, repetía.

Quien se cansó de cargarla fue mi hijo. De nuevo en nivel del pavimento ella siguió dándole duro a la faena y a repetir las consignas: “Peña y Medina la misma porquería”. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Quería caminar, mostrar su entereza, su compasión, asuntos graves de los adultos que quizás no comprendía cabalmente pero siempre se mostró orgullosa.

Recordé a mi suegra Rosalinda, ya fallecida, que siempre se negó siquiera a usar bastón en sus últimos años de larga vida. Mucho menos se veía con andadera o silla de ruedas. Ante todo siempre antepuso la dignidad para con ella y los suyos. Perdió a César, un hijo de quien nada sabemos hasta la fecha. Nadie, ningún funcionario, le dio razón del joven padre de dos niños. Recordé a la filósofa Alejandra Rangel que siempre nos recuerda que el sentido de la vida es morir de pie y con los ojos bien abiertos.

Andrea y los otros niños y niñas brincan cuando la Marcha así lo propone para no parecerse al presidente Peña. Pura filosofía en acción, chingado.

Las notas periodísticas del día siguiente calculan en no más de mil quinientos la asistencia a la manifestación del 1 de diciembre. Me di cuenta que desde el inicio de la columna frente a la Procuraduría de Justicia el número de participantes no rebasaría la edición anterior.

Luis Lauro Garza me adelanta una hipótesis sociológica: el uno de diciembre no tiene el mismo simbolismo del aniversario de la Revolución Mexicana. Yo me pregunto: ¿y el sida? ¿Ya a nadie le duele? El primer día del último mes del año se celebran en todo el mundo jornadas en recuerdo de los millones de víctimas que la torpeza gubernamental condenó a morir en la ignominia.

Cada paso, cada puño, cada grito, me traen a la mente las manifestaciones que no más de medio centenar de civiles realizábamos en Monterrey en aquellos años de silencio institucional y negativa general para enfrentar lo evidente: apurarse para actuar, prevenir, hablar, informar, llegar a los corazones de una población medrosa, confundida, abandonada a su suerte. La misma vaina en este 1 de diciembre del 2014.  Pero hoy existe más hartazgo en la sangre y más violencia institucional como detonantes del descontento popular.

A pesar de la menor cantidad de marchistas y la probable felicidad de los políticos que todo lo calculan en términos de anónimos y fríos números, veo más calidad y calidez de parte de los participantes. Más familias que salieron a la calle con sus hijos e hijas, desde bebés en brazos hasta peladotes universitarios. Veronika Sieglin llegó a la Plaza de Colegio Civil preguntando por su precioso Christian. Mi vieja no perdía de vista a su crío. No fuera a aparecerse el diablo vándalo, infiltrado y provocador producto de la histeria de los gaviotones.

Percibí más ánimo pacífico entre los encendidos reclamos de los estudiantes de las universidades locales. Más profesores e investigadores de alto nivel académico. La causa social que nos convoca tuvo el tino de crear condiciones de más y mejor organización. La tentación represora del gobierno en turno no debe tener ni el más mínimo motivo para soltar a su jauría. Es mucho, pero mucho más lo que en estos momentos está en juego. Por nosotros no queda.

Ahora más que nunca hay que desactivar la tentación monopolizadora del oficialismo. Azorados escuchamos al mismo presidente Enrique Peña Nieto afirmar, sin ruborizarse ni medir consecuencias: “Todos somos Ayotzinapa”. Ajá. Dizque los culpables fueron los narcos. ¿Y al estado mexicano dónde lo dejamos, acaso va a renunciar a sus onerosos sueldos y privilegios de opereta para venirse a marchar con los padres y madres desesperados?

No sucedió lo peor que yo avizoraba. Ni el partido político en el poder ni las otras organizaciones políticas títeres, tanto de derecha como de izquierda, se apropiaron esta vez de una genuina bandera para neutralizarla y borrarla de la agenda de los grandes pendientes nacionales que reclaman solución integral y profunda. Pero el riesgo persiste.

 

Recordé a Vicente Fox cuando se quiso vender  electoralmente como un gobernante sensible y acabó secuestrando cuantos estandartes ciudadanos se le antojaron, y el chafa gobernante chafeó las causas y reclamos de sus gobernados. Pisoteó impunemente antiguas y nuevas demandas de justicia ciudadana. Saqueó al país a placer y el rorro sigue durmiendo tan campante.

Los padres, madres y familiares de los 43 estudiantes desaparecidos ya pararon en seco al peñanietito oportunista y caótico: “El presidente no es Ayotzinapa”. Ojalá que no lo vuelva a decir jamás, que el horno ya no está para chistes de esa bajeza.

Esta vez no vamos por cambios cosméticos. Somos realistas, exigimos lo imposible. No más.

En esta manifestación ya no vi a aquel batallón armado con fusiles de alto poder que se apareció en la plaza de La Purísima durante la Marcha anterior. En el trayecto hubo menos polis en estado amenazante. Creo que los uniformados disfrutaban las consignas que los gritones lanzábamos al cielo engalanado con la Luna en cuarto creciente. El astro brillaba con una fuerza insólita. Como insólito es este despertar civil de una ciudad que se resiste a permanecer en las sombras ante el terco llamado de la historia.

¡Peña Nieto fello!

 

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