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1723 3 Diciembre 2014

 

 

Desmantelar el Estado
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- El hartazgo ciudadano sigue creciendo. No encuentran la forma de aplacar el descontento social. Cada vez se escuchan más voces demandando la desaparición del Estado que falló.

El Estado colapsó, lo mejor es desmantelarlo, hay que refundarlo: frases que se escuchan por todas partes pero que no se comprenden por la ambigüedad del término.

La palabra Estado posee cuando menos dos sentidos esencialmente distintos que conviene aclarar, si lo que queremos es ponernos de acuerdo en lo que podemos y queremos hacer con nuestro sociedad, incluido el exterminio del demonio misantrópico cubierto con piel de ogro filantrópico: elEstado.  

En principio, el término Estado designa a una sociedad que tiene un poder autónomo, soberano (Estado-nación). Dentro de esta acepción, todos los humanos somos miembros del Estado porque todos formamos parte de la sociedad y en consecuencia somos nosotros mismos quienes nos gobernamos.

Pero Estado también alude al aparato que gobierna a la sociedad (Estado-gobierno). Según esta acepción los miembros del Estado son únicamente los que participan en el ejercicio del poder, el Estado son ellos, los que gobiernan.
En la vida social lo único real es el hombre. La realidad del Estado es una ilusión, su realidad no es otra que la realidad de las relaciones sociales que se transforman permanentemente para la vida común y la creación de nuevas estructuras. El Estado no tiene existencia real. Las relaciones sociales, si.
Vista la diferencia, tenemos que preguntarnos qué queremos: ¿derrocar a los que nos gobiernan? ¿Suscribir un nuevo contrato social que deje inoperantes las clausulas que rigen nuestra convivencia? ¿O ambas cosas?

Si realmente se quiere salvar la esencia de lo humano hay que desenmascarar al Estado y exhibirlo tal cual ha sido a lo largo de la historia: una organización que ha servido y sirve a los dueños de los esclavos, a los propietarios de la tierra, a la nobleza y a la burguesía para dominar a las grandes masas humanas y explotar su trabajo (Marx, dixit).

Consecuentemente, desmantelar el Estado requiere acabar con los gobernantes que solo están para garantizar coactivamente que las relaciones sociales sirvan al sistema económico. Pero, acabar con el desacreditado proceso de diferenciación entre gobernantes y gobernados solo sería el primer paso. Tendríamos que cambiar las obsoletas reglas de convivencia, trastocando el modelo económico que las determina.                                        

No se trata de sustituir a los que nos gobiernan por otros que con apellido distinto lo harán de la única forma que permite el sistema económico que sostiene al Estado. Derrocar a un gobernante porque representa el fracaso del Estado no cambia las relaciones de poder ni las reglas de convivencia.

La caída del gobernante no significaría que el Estado que colapsó desapareció. Cambiar de sujeto gobernante no equivale a cambiar el régimen económico ni las relaciones sociales que produce. Seguiría siendo el mismo Estado con un “nuevo” gobernante, tal como sucede cada seis años.   

Insisto en la inutilidad del simple cambio de gobernante porque comparto la sospecha de que el enorme descontento social está siendo utilizado por otros grupos de poder que buscan la substitución de la camarilla peñista por otra que aparente tener la solución (la cual es imposible en sus propios términos) o que ofrezca algún cambio que necesariamente será superficial.   

Como se ve, trascender al Estado, desmantelarlo, es tarea mucho más compleja de lo que suponemos. Pensar la sociedad sin la idea del Estado requiere imaginar formas de organización política-social hasta hoy desconocidas.

Salvo la gran utopía comunista del siglo XX, que al implementarse se corrompió, no ha surgido otra propuesta viable para acabar con el Estado. Esto no quiere decir que no se deba intentar.

 

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