Tratado sobre las posadas regias
Eloy Garza González
San Pedro Garza García.- La celebración de las posadas ha cambiando con el tiempo. Pasamos de la navidad gastronómica que colmaba de colesterol a nuestros abuelos, a la navidad etílica que nos vuelve carne de antialcohólicas. Uno sigue muriendo del mismo infarto, aunque el motivo ha cambiado.
Antes, las navidades se concebían como boda de pueblo: pavo ahumado, pierna mechada, muchas almendras y los pasteles en serie que vendía un joven Alfonso Romo.
Dormitaban los niños con las aventuras televisivas de un payaso que promocionaba refrescos como piedras preciosas; “la tragadera navideña”, decían nuestras tías, mientras doraban buñuelos y se fumaban entre todas el mismo cigarro, para economizar.
Los indigentes tenían la opción de Noche Buena con el padre Infante. Los ricos también, aunque visitaban al benefactor en diferente horario: no había tregua para la lucha de clases (ahora tampoco).
Pero el tiempo pasa y las navidades regias ya no se cifran en comer sino en beber. La cena es complemento del jubiloso jaibol. La colonización gringa de las costumbres volvieron a Main Entrance de San Pedro, un Ocean Drive de Miami, pero sin playa, sin mar y con poquitas cubanas, que es lo peor.
Las navidades ya no son reuniones en familia, sino maratón Guadalupe-Reyes. Corren ríos de ron, brandy, tequila, whisky y algún rompope de convento, para borrachos puritanos y señoras pudorosas que gustan del alcohol, pero disfrazado de “nomás un traguito”.
Los regios asistíamos a Misa del Gallo, aunque hemos cambiado el gallo por el cuervo tequilero. Y el Gobierno del Estado ha traído un fin de año con Luis Miguel, síntoma de dónde pone las prioridades.
Tanto bochorno no nos quita que uno felicite a propios y ajenos por la Navidad. Que el año 2015 esté colmado de dicha, bienestar y paz familiar. Y si se puede todo junto, mejor.