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1893 29 Julio 2015

 

 

Corteza de la otra orilla
Eligio Coronado

 

Monterrey.- La poesía de Carlos López (en Corteza de la otra orilla*) tan pródiga en haikús (69), quintillas (27) y los 21 poemas de dos estrofas de siete versos cada una...

Desciende de improviso  (en la sección “Cantos de la tierra”) hacia el poema narrativo a fin de incorporar el toque biográfico en donde cohabitan sus padres, sus amigos, su pueblo, los mendigos, las prostitutas, las costumbres, la miseria y la muerte.

El poema narrativo es el vehículo ideal para contar historias pues no está sujeto a la rigidez expresiva del poema y permite la abundante inclusión de giros del habla popular: “Tishudos éramos, pero la gente nos decía tishes. / Los tishes éramos los sin zapatos, los que no teníamos derecho / de pisar el piso bien aseado” (p. 77), “Son las 12 del día. Nada se mueve en este pueblo caliente: / ni una nube, ni una gota de humedad, ni la fritanga, ni el comal” (p. 73).  

Pareciera que entramos en otra dimensión: la búsqueda de la belleza propia de todo poema es desplazada por el dramatismo de los recuerdos de Carlos López (Pajapita, San Marcos, Guat., 1954) y su expresión pierde rigor intelectual y gana en naturalidad: “Cata se llamaba la única puta del pueblo. / (…) / Los hombres se la llevaban al monte y quién sabe cómo le hacían / el trato. Yo siempre pensé que / en el campo tenía su casa, porque nunca estaba en el pueblo. / Su mamá sí conocía su nido, / pues no le costaba trabajo encontrarla; / se la traía a golpes por el camino / y al llegar a su casa la amarraba a uno de los horcones” (p. 75).

Los trazos dejan ver al narrador que hay en Carlos, aunque los oculte en estructuras versificadas: las costuras del relato son evidentes: “mi madre (…) había ido a lavar ajeno (…) / (…) y las seños, tan buenas, / le habían pagado con las sobras de la comida / que saboreábamos como manjar, / huesos babeados por niños que no querían ir a la escuela” (p. 81).

¿Serán estos textos el germen de alguna novela? No es novedad que algunos poetas se vuelven narradores al soltar la pluma. Tampoco lo es que algunas novelas se mantienen latentes en la escritura de otros géneros hasta que de pronto emergen incontenibles: “En este pueblo de pobres nunca se había visto un mendigo. / Por eso nadie ve a este hombre hincado sobre la acera que / nada pide, a nadie mira; (…) / Enfrente de esta mesa hay un dolor que no deja comer. / (…) / En este pueblo todo quema, hasta el saludo” (p. 73).

* Carlos López. Corteza de la otra orilla. Monterrey, N.L.: UANL / Edit. Praxis, 2014. 151 pp.

 

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