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1923 9 Septiembre 2015

 

 

GUERRILLA EN MONTERREY
Captura, tortura y balacera en los Condominios Constitución
Ricardo Morales

 

Monterrey.- Como nuestra incorporación a las filas del grupo “Procesos” era reciente, batallamos mucho más que el resto para huir, para evadir la persecución de la que éramos objeto por parte de las corporaciones policiacas.

Desconocíamos la relación que Raúl Ramos Zavala había tejido con otros grupos guerrilleros que operaban en el resto de la república, y se nos cerraban las posibilidades de salir de la ciudad. Nos habíamos convertido en víctimas de nuestra propia disciplina, como más tarde lo seríamos de la incomprensión de algunos compañeros que con una ausencia total de espíritu de autocrítica escudaban sus errores en nuestra “inexperiencia”.

En ese momento, para Jorge y para mí lo fundamental era que el tiempo corriera sin ser atrapados, dando así oportunidad al resto del grupo de reorganizarse.

Salí entonces de nuestro escondite a buscar al compañero Víctor Sánchez; llegué a su domicilio pero no tuve éxito, por lo que regresé de inmediato al refugio, pues la vigilancia de los agentes judiciales en las calles  era muy evidente.

Para entonces los compañeros que nos apoyaban habían decidido no regresar, pues temían ser descubiertos por los “orejas” de la policía, que andaban trabajando horas extra. Y de pilón, el dueño del departamento regresó antes de lo previsto, pues ya se había enterado de los sucesos. Fue él quien me ofreció  llevarnos a Oaxaca, para escondernos con un familiar suyo que, al parecer, contaba con una hacienda resguardada por vigilantes armados, y a la cual sólo entraba gente autorizada. Era un ofrecimiento que en principio se prestaba a sospecha, pero además, la posibilidad de ser resguardados por un cacique de aquella entidad entrañaba una contradicción de principios que no estábamos dispuestos a asumir. Le pedí un poco de tiempo para dejar el departamento, a lo que accedió de buena manera.

Pero la presión que entrañaba tener escondidos a dos fugitivos lo hizo compartir el secreto con un primo suyo, quien tenía relación con la policía de Tamaulipas. Fue así que se enteró de nuestra ubicación el jefe de la judicial del estado vecino, quien compartió la información con la policía de Nuevo León. Y en una evidente negociación por “compartir la gloria”, las dos corporaciones se encontraron en los límites de Nuevo León y Tamaulipas para ir a capturarnos.

El lunes 17 de enero nos encontrábamos relajados, en espera de la noche para salir. Jorge se había calzado unos pijamas que encontró en un clóset del departamento, mismas que ya no se quitaría, porque la policía irrumpió masivamente para detenernos. Posteriormente la prensa haría mofa de este hecho.

Una vez capturados, fuimos trasladados a un rancho propiedad de un agente judicial de nombre Ariel Salazar, para ser interrogados mediante ese mecanismo que se practica desde tiempos inmemoriales y que en los regímenes dictatoriales toma carta de naturalidad: la tortura.

(Por cierto que ese lugar después fue utilizado como centro de tortura durante los años de la guerra sucia, que el gobierno de Echeverría lanzó contra la Liga Comunista 23 de Septiembre, que se formaría un año después y en la que participarían como principales organizadores precisamente los compañeros que lograron escapar en esta persecución que ahora narro: Ignacio Salas Obregón, Gustavo Adolfo Hirales Morán, Héctor Escamilla Lira, José Ángel García, entre otros. Raúl no correría con esta suerte, ya que si bien logró escapar de este cerco, veinte días después sería acribillado por la policía en la ciudad de México, durante un operativo; Alberto Sánchez Hirales sería capturado en esa misma ocasión. A José Ángel García y a Estelita Ramos no los volvería a ver sino hasta el año de 1974, en una galería publicada por la DFS, que exhibía a los 20 activistas de la LC 23 de Septiembre más buscados, cuando yo purgaba una condena de 24 años de prisión –de los cuales sólo purgué siete y seis meses–, por efecto de la amnistía decretada durante el gobierno de José López Portillo.)

La tortura fue como son las torturas. Y había tomado un alto grado de naturalidad en la conciencia social de la época cuando la sufrimos en carne propia mi compañero Jorge y yo. Tanto así que la prensa local dio cuenta de ello y fue aceptada por muchos lectores con una naturalidad que a mí siempre me pareció de espanto.

El interrogatorio corrió a cargo de la policía local, que en ese entonces carecía de experiencia en las técnicas del interrogatorio político, por lo que se limitaba a golpear y formular preguntas al más puro estilo de las películas de Juan Orol; hasta ahí podíamos todavía presumir de una cierta ventaja... y que el tiempo siguiera corriendo. Sin embargo, en un momento dado se escuchó una voz que denotaba cierta experiencia (estábamos con los ojos vendado): “A ver, déjenme a mí”, expresó la voz con un tono intimidatorio para todos. Y empezaron las preguntas sobre personas cuyos nombres nunca habíamos escuchado. De pronto resonó el grito de un agente: “¡vámonos, ya está!”

Nos vistieron de nuevo (nos habían desnudado como parte de esa técnica que los torturadores utilizan para minimizar al detenido y romperle la autoestima, con la finalidad de que afloje sus defensas psicológicas y así extraer la información que buscan) nos subieron a vehículos diferentes y a mí me sumieron en la parte trasera del vehículo, con los ojos vendados y aplastado por los pies de un sujeto de enormes dimensiones.

No supe más hasta que llegamos a las instalaciones de la policía judicial, ya entrada la medianoche. Había un tercer detenido: José Luis Rhi Sausi. La policía había atacado un edificio de los Condominios Constitución, utilizando a Jorge como escudo durante la incursión.

Con el tiempo, me fueron quedando claras algunas cosas:

1. Ni Jorge ni yo dimos información sobre los Condominios. De mi parte estoy plenamente seguro. De parte de Jorge, él siempre lo negó, de donde surge la posibilidad de que la localización del departamento de los Condominios fue resultado de investigaciones paralelas que estaba haciendo la policía, apoyada en sus “orejas”, y no tanto de infiltrados, ya que, de haberlos, éstos hubieran operado desde el mismo viernes.

2. El hecho de que José Luis, Rosa Albina y Jesús Rodolfo siguieran en ese departamento, a pesar de haber transcurrido 72 horas después de que se inició la persecución, se explica por el hecho de que seguramente tampoco tenían contacto con otros grupos con los que se coordinaba la dirección del grupo “Procesos”, quedando varados en ese lugar. Por lo demás, el operativo del día 15 en Chihuahua, que estaría coordinado con el de Monterrey, también tuvo grandes contratiempos, que derivaron en aprehensiones, torturados y muertos, por lo que las dificultades para los que seguían libres se habían multiplicado enormemente.

3. La toma de los Condominios fue una acción de prepotencia y abuso de poder por parte del gobierno, ya que de acuerdo a versiones del abogado Mario N. Flores, que se convertiría en nuestro defensor legal una vez presos, tenía peritajes que demostraban que todos los disparos que ahí se produjeron fueron de afuera hacia adentro; es decir, no hubo ninguna resistencia; por lo mismo, la muerte de Jesús Rodolfo Rivera Gámiz (El Tolo) fue un crimen artero de la policía que actuó en ese operativo; y la muerte en ese evento del agente judicial José de la Cruz Mauricio, ocurrió a manos de la misma policía, que fue la que disparó.

4. Condominios Constitución se convirtió en una leyenda urbana, que las mismas autoridades cultivaron para justificar sus excesos, como lo haría después la Dirección Federal de Seguridad para justificar los crímenes de la “Brigada Blanca” durante los años de la guerra sucia.

[Finalmente, sólo diré que el presente texto –y los dos previos– han sido elaborados a petición de mi amigo Luis Lauro Garza Hinojoza, director del 15diario, como una contribución a las conmemoraciones que se llevan a cabo en distintas partes del país, por el 50 aniversario de la gesta heroica del asalto al cuartel de Madera, en el estado de Chihuahua, encabezado por Arturo Gámiz, aquel 23 de septiembre del año de 1965.]

 

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