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1943 7 Octubre 2015

 

 

Puente roto
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- El flamante gobernador de NL anunció la construcción del puente más grande del mundo. Lo dijo en la toma de protesta frente a la clase política, lo repitió el día siguiente en la ceremonia de inauguración, de cara al pueblo. El hombre sueña con los ojos abiertos, delira.

Lo que sucede es que ese jale ya está hecho, se encuentra ubicado en su terruño, Galeana. Se llama Puente de Dios. La espectacular formación se alza victoriosa sobre un amenazante cañón, da servicio a un camino rudimentario que conecta a la miseria con la necesidad, en el corazón de la Sierra Madre. Franquea el paso de yuntas, gente paupérrima, patrullas, contrabando, fauna silvestre amenazada. La utilidad pedestre del arco natural realza su grandeza.

En el Puente de Dios la mano humana no intervino en absoluto para horadar el monolito. Por eso el genitivo apunta hacia la voluntad divina. Pura poética del lugar común: la leyenda ignora que fue esculpido por elementos terrenales en el transcurso de millones de años.

El puente fantasioso del Bronco, si bien soporta alegorías y mistificaciones, también desvela la caída. Nos expone a las amenazas bárbaras de un personaje que se antoja mesiánico. Su hablar figurado está tocado por la demagogia que alimenta vacuas esperanzas. La esperanza sólo florece donde hay riesgo de despeñarse. La esperanza es un estado mental fronterizo con la locura. En las márgenes de la administración estatal penden intactas las ruinas de un espinazo roto por la avaricia de los ex gobernantes, aún impunes. Desbarrancamos, nos tragó la torrentera. 

El puente del Bronco quiere salvar la distancia entre dos orillas distantes que se desploman en el vacío, cercenadas por la corrupción. Han sido cortadas sin compasión por un poder de aspecto inocente pero de mano cruel. Rodrigo Medina dinamitó el puente financiero del pueblo. Despertamos en el otoño de 2015 sin un quinto en las arcas públicas y con una deuda  casi impagable. Por eso el actual gobernador fustiga nuestras ilusiones con su pontificado de promesas. 

Pide un periodo de gracia para estudiar los planos preexistentes, reformular el torcido desplante de la estructura vigente, corregir los huecos, redireccionar las cargas, distribuir con equidad los aprovechamientos, armonizar masas, negociar con la gravedad implacable, reforzar cada tensor para que la gente, el pueblo, transite sin problema. Además el resultado debe ser hermoso y perdurable.

El primer gobernador independiente afirma que todos estaremos muy satisfechos con su arco. El pueblo desconfía.  Si Bronco piensa en la misericordia como política social para ajustar el abismo entre ricos y pobres su puente ya se jodió. El ciudadano necesita justicia social, no limosna parroquial, para liberar las partes des-unidas en un estado con gran poder económico, pero devorado por la inicua distribución del billete.

El político que quiera salvarse del juicio implacable del ciudadano debe guardar sus relojes finos, calzar botas rancheras, abjurar  del partidismo, fingir rigurosa austeridad y cabalgar por el lado de la justicia y la transparencia. Al ciudadano le urge cruzar cuanto antes el viaducto prometido. Se desespera porque con su voto se descubrió como brillante constructor de portentos políticos. Lo que las urnas ponen, los mismos comicios quitan. 

Ahora entendemos el mensaje implícito en su discurso del nuevo puente. El gobernador mismo se tiende como pasaje, él es desde ya el siguiente paso electoral, el candidato presidencial que ajusta y explota los tiempos de la circense democracia mexicana. Un ajustador que va a regresar la dignidad al votante ciscado, escindido por la geografía, el miedo, el accidente, el rencor.

Déjà vu en nuestra reciente historia patria: al flujo de palabras huecas del ranchero con modales rompedores él mismo le encima un pasadizo de habladas justicieras, de político ensillado que predica sobre cuaco encabritado. Pretende conmover a una ciudadanía humillada, harta de mentiras, de penuria y sacrificios, de puentes a medias.

El Bronco afirma que es capaz de subsanar nuestra vergüenza mayúscula, la pobreza extrema, desfiladero del Diablo. ¿Qué piensa fincar entre los despojos? Su empresa tiene visos proteicos, parece desbarrar. Sin ruborizarse dibuja en el aire un sueño agendado como destino personal, muy alejado de la voluntad ciudadana.

El puente de su rollazo inaugural ya existe, es el mismísimo Bronco de nuevo en campaña. Nada qué ver con el Puente de Dios, monumento a la humilde majestad del tiempo, el paciente constructor de nuestra tierra natal.

 

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