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1948 14 Octubre 2015

 

 

Un gobernador progresista
Benjamín Palacios Hernández

 

Monterrey.- Las biografías son historia parcelada o, por así decir, historia concentrada y constreñida a mostrar sólo aquello que concierne al personaje.

Por más que algunos pretendan que es lícito en las biografías –al considerarlas “un arte”– tomarse libertades como la invención de anécdotas apócrifas pero que “hubieran podido ser verdad”, el ejercicio biográfico ha de cimentarse en los registros históricos si no quiere transformarse en novela.
  
En la biografía la historia del entorno es relegada a segundo término, como mero telón de fondo de los hechos, los dichos, la ruta y los episodios del personaje. Son posibles incluso biografías que prescindan en absoluto de los acontecimientos históricos contemporáneos del biografiado. Tratándose de individuos con un mayor grado de trascendencia, la trama de la historia concurrente tiende a ser manipulada, parcialmente omitida o definitivamente modificada para adecuarla a los propósitos de construcción del personaje, ya sea para engrandecerlo o para disminuirlo.

1. La peculiaridad del gobierno de Arturo B. de la Garza
Hace más de 300 años el dominico Francisco de Posadas escribía: “No es otra cosa el prólogo en los escritos, que un como introito, o plática, que se haze antes, con que, como llave, abre la puerta, para que el lector conozca lo que contiene el libro que lee. Suelese en él manifestar el motivo de la obra, lo que encierra, y el modo con que se escribe: para que se vea la causa, se conozca la materia, y se dé razón del estilo…”. Lichtenberg, como buen aforista que fue, simplemente decía que al prólogo también se le podría llamar pararrayos.
  
No es mi propósito seguir la prolijidad de Posadas y menos aun escribir un prólogo galeato. Algunas consideraciones pertinentes, sin embargo, son necesarias para establecer el panorama. La primera es que esto no es una biografía.
  
Si bien se apuntarán los trazos suficientes para evitar que el personaje fagocite y diluya a la persona –ejercicio este regularmente involuntario, no-consciente, que plaga las historias antiguas y muchas no tan antiguas, incluso a algunas contemporáneas–, en particular sobre el entorno vital, familiar y formativo de Arturo B. de la Garza, así como sobre los escasos tres años transcurridos desde la finalización de su periodo al frente del estado de Nuevo León hasta su muerte prematura a la edad de 47 años, estas páginas serán construidas sobre todo en torno al desempeño, las tomas de posición, la actitud y las prioridades del gobernante.
  
Estableceré ya ahora una de mis hipótesis principales, en la confianza de que el lector podrá ver y aceptar, al finalizar este texto, que aquella se habrá transformado de hipótesis en conclusión fundada. En la literatura no precisamente abundante que de paso, parcial o tangencialmente se ha ocupado de la gestión de Arturo B. de la Garza, se coincide en ubicar sus rasgos distintivos en el terreno de la obviedad; esto es: el primer gobernador civil y el primer gobierno sexenal. La menos superficial alude también –siempre en cápsulas comprimidas, escritas al pasar e incluso en notas a pie de página– a la “peculiar política social” de este gobernador. El propio Lázaro Cárdenas, en sus memorias, rememoraba al “licenciado Arturo de la Garza […] a quien traté con estimación por su conducta y labor social”.
  
Se trata de una visión incontrovertible que no deja de ser, sin embargo, una visión inicial; en un sentido bien determinado un ejemplo de aquel saber inmediato acuñado alguna vez por Hegel, que denota una penetración aún superficial, insuficiente del objeto.
  
Si se tratase de proporcionar una caracterización específica, global y en cierto sentido externa del ejercicio gubernamental de Arturo B. de la Garza, habría que decir que ella no puede ser otra que la de una gestión política, social y administrativamente –puesto que las posturas políticas han de traducirse en actos de gobierno o quedarse en meras declaraciones– extemporánea.
  
Más allá de las distinciones formales que atañen al carácter civil o militar del gobernante y a la duración constitucional de su mandato, la peculiaridad de la política social de Arturo B. de la Garza se encuentra en una paradoja: un gobierno para cuyas medidas efectivas y tomas de posición las posibilidades contenidas en el contexto nacional habían empezado a ser desmontadas. Una paradoja –conviene fijar y retener esto– sólo disuelta, anulada por la personalidad, las convicciones y las posturas de Arturo B. de la Garza respaldado por el primer círculo de sus allegados, las cuales debieron bastar para configurar un gobierno que por sus decisiones –sustentadas en reconocibles convicciones políticas e ideológicas– habría encajado mejor en el lapso del llamado cardenismo, que justo entonces acababa de concluir para ser sustituido por un cambio global de rumbo con el régimen de transición de Manuel Ávila Camacho.
Un giro que sería completado durante la presidencia de Miguel Alemán y a partir del cual arrancaría una vía ya nítida de derechización –vestida de institucionalidad– y un abandono progresivamente mayor de los orígenes revolucionarios de la clase política mexicana, los cuales serían conservados durante décadas sólo en los discursos del estrato gobernante antes de la desaparición completa de todo rastro, indicio o alusión.
  
En este estricto sentido el régimen del gobernador de la Garza podría ser considerado casi como una anomalía histórica: un gobierno con una clara vocación popular y una apuesta no menos clara por el carácter social del ejercicio de la política gubernamental, que no sólo no tuvieron equivalente en sus inmediatos antecesores “cardenistas”, sino que se llevaron a cabo y lograron abrirse paso cuando la tendencia general empezaba a apuntar hacia un rumbo no sólo divergente, sino a menudo contrapuesto.
  
Por estas razones no deja de ser sorprendente –aunque quizá sea justamente eso lo que lo explique– que precisamente de la Garza, entre los gobernantes de las décadas 30 a 50, un periodo de acontecimientos decisivos en la vida política neoleonesa, sea el más preterido, víctima de interpretaciones y juicios sesgados o abiertamente malintencionados y, en cualquier caso, aquel al que más le han sido escamoteados logros propios, que o bien son obviados, o bien se atribuyen a otros.
  
Más que una biografía entonces, llena de datos, fechas y anécdotas –empresa que si sólo se limita a eso es de escasa utilidad historiográfica, políticamente anodina y, por ello mismo, históricamente engañosa o definitivamente falsa–, me propongo intentar el restablecimiento de la auténtica significación del periodo y de las reales estatura e importancia del gobernante. Para ello, con mayor razón dado el carácter virtualmente inédito en el que ha permanecido durante largos años Arturo B. de la Garza, será necesario el uso extenso y profuso de documentación que hasta ahora continúa virgen.
  
Sin dejar de lado muchos otros aspectos involucrados en la gestión del gobernador de la Garza, me ocuparé fundamentalmente de tres: la relación entre este y la Universidad de Nuevo León, el conflicto de Cristalería –reducido en el tiempo pero importante en cuanto a su significado– y la adquisición de la compañía de Agua y Drenaje. Más que en ninguno de los restantes aspectos aludidos, en ellos y en torno a ellos se encuentran –en las opiniones dispersas que regularmente han valorado, siempre con brevedad y algunas con excesiva ligereza, la obra y el actuar de Arturo B. de la Garza– la omisión, la edulcoración e incluso la llana tergiversación de los eventos históricos.

* Fragmento del prólogo de: Páginas sobre Arturo B. De la Garza
Un gobernador progresista en el corazón del conservadurismo (1943-1949). Libro que será presentado mañana jueves 15, a las 19 horas, en el Aula Magna de Colegio Civil.

 

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