Suscribete

 
1951 19 Octubre 2015

 

 

Guerrero en mi memoria
Gerson Gómez

 

Monterrey.- En el documental de la memoria, mis registros de vida me llevan hasta mediados de los años 70. De padres norteños, que por cuestión vocacional y laboral se reubicaron en el estado de Morelos, generando sus primeros años de vida matrimonial y el advenimiento de los hijos, nosotros, mi hermana y yo aceptamos como nuestra su ensoñación.

La experiencia sólo duro seis años y regresaron a Monterrey. Sin perder los vínculos afectivos, cada temporada de vacaciones largas en el verano, mi madre se hacía cargo de nosotros dos y mientras mi padre seguía trabajando como asistente del Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Nuevo León, nosotros nos divertíamos en Morelos.

Por más de 15 años nuestros retornos a nuestra tierra natal, la de mi hermana y la mía, teníamos establecidos ciertos parajes rutinarios, como las visitas a los balnearios, como el tan conocido El Rollo, o ir a Tequesquitengo, así también adentrarnos en dos ciudades de Guerrero que a mi madre siempre le han resultado fascinantes: Taxco, por su esplendor colonial y majestuosidad en sus construcciones; e Iguala, por su trabajo artesanal en oro.

De Monterrey viajábamos en los Transportes del Norte, y al cambiar en la estación de autobuses a la del sur, en los México-Zacatepec, pero cuando nos íbamos a Guerrero, usábamos la famosa compañía de Los Flecha Roja.

En una de estas incursiones a Taxco e Iguala, de regreso a Cuernavaca, ya caída la noche en el autobús, nos tocó formar parte de esas famosas y anticonstitucionales revisiones de rutina por parte del ejército.

Fuertemente armados los soldados fueron pasando por entre los asientos, pidiendo identificaciones mientras aluzaban a los rostros de los pasajeros.
Tal vez al azar, aunque nada lo es en la vida, los militares eligieron a dos viajantes y los bajaron de la unidad. Abrieron la panza del autobús y extrajeron sus cajas de cartón con su equipaje.

Observando desde el ventanal, en la inmediatez y la oscuridad de la nada en la carretera, les estuvieron interrogando. Le pregunté a mi madre: ¿qué buscan? Y ella me respondió: drogas.

Esa fue la primera vez que escuché en mi vida esa palabra, tenía apenas 8 años, a finales de la década de los 70.

Cuando comencé la lectura de Los 43 de Iguala, de Sergio González Rodríguez, ese pasaje de mi vida volvió del desierto de los años. Le acompañaban ciertos nombres que ya les había escuchado también en la niñez, como la ahora famosa Normal Rural de Ayotzinapa Guerrero.

Mis padres también conservan amistad con la guerrerense familia Arizmendi, con el mayor de ellos, quien es médico militar, con quienes nos instalábamos de visita en su casa en Ciudad Satélite.

El doctor Arizmendi, antes que Medicina, cursó la Normal en la Isidro Burgos. Y les contaba a mis padres que esas eran las únicas formas de seguir estudiando. O la normal, o la milicia, o los Estados Unidos. Los hermanos del doctor Arizmendi, hicieron su forma de vida distinta, como trío de boleros; el Trío Los Hermanos Arizmendi, folklore guerrerense y de bohemia.

En esas tertulias musicales aprendí temas como Mujer Guerrerense y Acapulco, compuestas por ellos; y de memoria Por los caminos del sur, de Agustín Ramírez, el tío del escritor José Agustín.

Al ir transitando las brillantes páginas de Los 43 de Iguala, de Sergio González Rodríguez, me fue doliendo la memoria, y no voy a entrar en los sucesos noticiosos, sino en la búsqueda implacable que el autor realiza, para brindarnos elementos de juicio, cuya gravedad de los hechos deben tomarse en serio. Así nos han exhortado los organismos internacionales como la ONU o Human Rigths.

En los nueve capítulos que componen el libro, Sergio nos confirma lo que la opinión pública teme. Todo México vive en un estado de indefensión. Porque Iguala es también los 52 muertos en el Casino Royal en Monterrey, los 300 asesinados en Allende, Coahuila, los 72 migrantes masacrados en San Fernando Tamaulipas, la matanza en Tlatlaya por parte de milicianos, la larga lista de desaparecidos que cada día crece sin control y los incalculables feminicidios de Ciudad Juárez.

Las venas abiertas de un país desangrándose en la impunidad, en la falsa impartición de justicia, nos confronta el autor.

No es aleatorio el narco-estado ni los políticos con negocios criminales, como nos lo tratan de matizar, las oficinas de comunicación social, de la contra información.

Y ya chole de tanta negligencia oficial de las autoridades parafraseando la narrativa de la desgracia.

Ya me canse, sí, pero de la opulencia criminal. Porque la corrupción, la impunidad y el juego perverso de las omisiones, está tan adentrada que se ha vuelto genética.

Eso nos demuestra Sergio González Rodríguez en Los 43 de Iguala. Que en nuestro México nos hemos acostumbrando a la fabricación de culpables, a mirar para un lado a quienes viven en angustia y a juzgar mezquinamente según nuestros intereses personales.

* Texto leído en la presentación del libro: Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos. Sergio González Rodríguez. Anagrama. / Feria del Libro Mty 2015, 17 de octubre de 2015.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com