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1956 26 Octubre 2015

 

 

Benito Juárez en Paso del Norte
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- El viernes pasado concluyeron los actos conmemorativos del 150 aniversario de la instalación del gobierno republicano en Paso del Norte, en el marco del XV Congreso Nacional de Historia Regional, en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Recojo aquí algunos de los temas y preguntas formuladas en torno a los mismos, durante las espléndidas conferencias que escuchamos. Un interrogante que surgió en varios momentos, fue ¿Por qué Benito Juárez escogió el Norte para continuar desde allí la lucha contra el ejército francés y los conservadores, cuando se vio obligado a abandonar la capital de la República el 31 de mayo de 1863?

Recordemos que en la segunda batalla de Puebla  el núcleo del ejército mexicano comandado por el general Jesús González Ortega quedó destruido, mientras que el francés había sido reforzado y agrupaba a unos treinta y cinco mil soldados, a los que se sumaban las tropas del envalentonado ejército conservador también crecido y bien provisto de armamento por los invasores. El gobierno tenía pues pues claro que se avecinaba una guerra profundamente desigual y entonces debía encontrar una estrategia para librarla en las mejores o menos peores condiciones posibles. Una de las piezas claves en el enfrentamiento era mantener viva -física y políticamente- la cabeza del Estado mexicano. Los dos contendientes sabían que si aquella desaparecía, sea porque el Presidente de la República y los altos miembros del gobierno fueren capturados o muertos o bien porque perdía la dirección sobre los jefes republicanos, la guerra estaba perdida para la causa independentista y liberal. Esperaba para México una larga dominación, quizá de cien años, si consideramos que casi esto duraron los colonialistas franceses en Viet Nam, donde también desembarcaron tropas por los mismos tiempos. ¿A dónde ir pues?.

Se opinó que hubiera sido de mayor lógica refugiarse quizá en Oaxaca, entidad de la que Juárez había sido gobernador y por tanto con más sólidas bases de apoyo entre los pobladores. Reseño varias de las explicaciones que no son desde luego excluyentes entre sí, aunque algún peso mayor debió tener alguna de ellas.

La doctora Patricia Galeana explicó que la decisión de caminar hacia el Norte fue determinada por el hecho de que en esta zona del país era bastante menor la influencia de la iglesia católica, cuyo aparato, puesto al servicio de los invasores, constituía una fuerza temible alineada contra la causa republicana. Durante el sitio de Puebla que culminó con la batalla del cinco de mayo de 1862, por ejemplo, tal era la prédica de los numerosísimos curas católicos contra los defensores comandados por el general Ignacio Zaragoza que inclinaron a una buena parte de los habitantes, quizá a la mayoría, a favor de los franceses. El hecho provocó la indignación del jefe mexicano, quien en un ex abrupto llegó a decir, que la ciudad debía ser quemada para acabar con los traidores.

Aunque la Guerra de Reforma, en la cual triunfaron los liberales,  se libró sobre todo en la región del centro y occidente del país, donde igual era muy grande el influjo religioso, de cualquier manera la situación se presentaba allí con grandes desventajas iniciales. Quedaba pues el Norte, con sus inmensos espacios salpicados aquí y allá por sus breves ciudades y sus minúsculas rancherías y pueblos, frecuentados de cuando en cuando por los altos dignatarios religiosos.

Chihuahua por ejemplo, que recuerde, hasta mediados del siglo XIX tuvo a dos obispos de visita en sus tierras, la del legendario Pedro Tamarón y Romeral en 1760 y otra en 1851. En apoyo de esta tesis, traigo a colación el pensamiento del general José Esteban Coronado, jefe de los milicianos chihuahuenses liberales en 1858-59, quien atribuía la fuerza de los conservadores en el estado de Durango a la circunstancia de estar allí la sede del obispado.

Si esta fue la reflexión prevaleciente entre las que se hicieron los miembros del gabinete republicano, ello determinó que la modesta carroza negra, con el presidente y sus ministros, enfilara hacia el Norte, donde a los hombres agobiaban menos los anatemas religiosos.

Lucas Martínez, prolífico historiador coahuilense, consideró que el juicio de Benito Juárez se inclinó por ir hacia las regiones septentrionales, porque en la última guerra, la de Reforma, el papel de los llamados fronterizos, sobre todo los de Nuevo León y Coahuila, fue decisivo para alcanzar la victoria. Y estos jóvenes militares siguieron en el nuevo ejército liberal, refiriendo el hecho de que el estado mayor de Ignacio Zaragoza (nativo de la provincia de Coahuila y Texas) estaba compuesto en su mayoría por paisanos de estos lares. Jesús Vargas, que sabe de historia de Chihuahua, ponderó la lealtad y el calor humano que rodearon al presidente durante los más de dos años que permaneció en su territorio.

Por mi parte, ofrecí otra variante, derivada de algunas comunicaciones de Benito Juárez en Paso del Norte: la estrategia era desgastar al enemigo haciendo que alargara cada vez más sus líneas de combate y abastecimiento. De cierto, a estos hombres de Mesoamérica, internarse en las planicies norteñas les implicaba retos y peligros innumerables. Sus calores infernales y sus inviernos, “de Laponia” como llegó a exagerar Guillermo Prieto, quien los sufrió sin resignación, estaban bien para apaches y comanches o para sus rivales los rancheros instalados allí dos siglos atrás, pero  no para individuos cuya vida había transcurrido en los climas templados. Sin embargo, estas adversidades también golpeaban a los invasores. Cada legua que avanzaban los franceses desde Zacatecas o San Luis Potosí hacia arriba del mapa, les costaba más cara y complicaba en extremo el suministro de las tropas. No encontraban una sucesión de haciendas en donde surtir sus bien provistos trenes de carros cargados de parque y comida, sino alguna grande de vez en vez o rancherías miserables, de las que muy poco podían sacar. Apenas instalado en Paso del Norte, el 16 de agosto de 1865, el presidente escribía: “…el enemigo… después de haber gastado un dineral y atravesado un desierto inmenso, nada ha encontrado al llegar… y ha debilitado sus líneas del interior”.

Unas semanas después reafirmaba “Si el enemigo pudiera venir hasta esta villa, nos haría un favor, porque mientras más prolongue su línea, se debilitará más”.  Es curiosa esta afirmación de Juárez, pues todo hacía suponer que se sentía arrinconado en la remota villa de Paso del Norte y que no le quedaba otra que renunciar, refugiándose en Estados Unidos. Contrario a esta idea, si las columnas galas se aproximaban a la frontera, había previsto marchar a Coahuila, donde desde finales de 1865 estaban cambiando los vientos para favorecer a las armas nacionales. O quizá a Sonora, donde el gobernador le había pedido que instalara la sede del gobierno. ¿Cuánto tiempo habrían  tardado el comando francés para organizar una nueva expedición por los desiertos y las sierras norteños? En medio de maldiciones para el indio presidente que no se dejaba coger, quizá uno o dos años. Mientras tanto, aumentaban las guerrillas chinacas en Michoacán, Oaxaca, Guerrero y Sinaloa. Y, el tablero del ajedrez mundial también empezaba a cambiar, con el ascenso vertiginoso de Prusia, la antigua rival de Francia y la conclusión de la guerra civil en Estados Unidos, que dejaba las manos libres a los yanquis.

¿De dónde recordaban algo parecido los soldados franceses? ¿No había acontecido algo similar cuando el otro Napoleón invadió Rusia? La escala era menor, desde luego, pero la estrategia era la misma. Ambas partes lo sabían muy bien. Para nada, los vencedores de Crimea, de Magenta y Solferino, querían regresar a la amada Francia, como lo hicieron sus abuelos: ensangrentados, con hambre, piojos y mugre.

El resultado ya lo sabemos: el Norte, con sus habitantes menos sometidos a los dogmas de la religión, sus guerreros experimentados, sus sentimientos de lealtad y su enorme e inhóspita geografía donde se detuvieron las legiones francesas, decidió la victoria.

La Gran Chichimeca, ha sido siempre un hueso duro de roer para  quienes han deseado conquistarla.

 

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