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2017 19 Enero 2016

 

 

MUROS Y PUENTES
Amigo por la mañana (o de cómo la escritura lo identifica)
Raúl Caballero García

 

Dallas.- Vino de visita tan sólo un par de días pero suficientes para recuperarnos. Deambuló por la casa sin ser distraído, leyó por las tardes en un sillón de la veranda, escribió por las mañanas en la biblioteca que es al mismo tiempo lugar de trabajo.

Comimos afuera, bebimos afuera y adentro, nos pusimos al tanto.

Hoy mi amigo atendió toda la mañana a las musas que se le presentaron pero no todas le caen bien, dice, y a muchas otras las recuerda o las extraña y no aparecen.

Me cuenta que él fue motivado a escribir porque un viejo novelista ofreció un taller en la bahía de Corpus Christi, se presentó con el escritor y éste le abrió “una casa de palabras con muchas ventanas” y en ella se adentró. En unos cuantos días supo de su posibilidad de contar cosas, desde las más íntimas hasta las más públicas. Comenzó por hacer fichas, breves comentarios sobre lo que veía, a cada paso de cada día registraba lo vivido.

Aprendió a discernir entre palabra y palabra, de significado a significado y aprendió a describir con voz propia. Fue acostumbrándose poco a poco a retener en la memoria aspectos del día que luego, por la noche, apuntaba explayándose con sus propias interpretaciones.

Días después escribía todos los días, hizo un diario que abarcó no pocas libretas; al diario le siguió un blog tan plural que pronto parecía que se le desdoblaban multiples personalidades, de mundo en mundo, viaje tras viaje, de la realidad a la imaginación, de la barra de un bar en la playa, a las sinuosidades boscosas del Chipinque. Volvió al diario sin destinatarios. Volvió al blog abierto a los cuatro vientos. Iba y venía tanto que hoy mantiene su diario y varios blogs; luego aceptó publicar en diversos periódicos, impresos y digitales, así de pronto se vio escribiéndose en un juego de espejos. Todos los días. Escribía a todas horas y lo que nadie sabe es que a veces lo que decide publicar lo escribe y rescribe una y otra vez hasta cuatro o seis veces antes de dárselo a sus editores.

Hoy por hoy ha creado un hábito: libera al corrector que todo escritor lleva dentro. Así su quehacer, ya madurado, lo trae a escribir una pieza completa y horas -o días o semanas- después trabaja sobre ese texto. Sin embargo los escritos de la primera hora culminan en breves unidades, frescas referencias y reflexiones que de inmediato aparta, literalmente acabados, para su publicación en los cotidianos.

Escribe ficción y no ficción, lo primero le hace sentir una libertad que le divierte; lo segundo lo disfruta de manera más inmediata, por lo general hace crónicas o escritos tipo cartas en las que plasma sus sentimientos matizados por su pensamiento, se trata de textos casi siempre de media cuartilla o máximo una cuartilla pero bien colmados en los que retrata lo cotidiano, el mundo que lo rodea, los temas y asuntos en boga que asume como desafío.

Siempre crea apuntes en los que se alternan los datos llanos y un brillo erudito que ha llegado a caracterizarlos. Esos apuntes recorren todos sus espacios públicos, es decir esas publicaciones periódicas que son sus ventanas, los crea por lo general durante la mañana, lapso que no atiende ni teléfono ni e-mails ni se asoma a Facebook, a Twitter ni responde textos.

Escribe o piensa o mata el tiempo, ocasionalmente a media mañana cuando llega el momento de la pantalla en blanco, lee algún poema o un fragmento donde dejó su lectura, o toma del estante el libro que lo imanta, lo abre al azar, lee media página y lo cierra aplaudiendo, se queda un instante con el libro entre las manos como dicen que rezan los niños antes de acostarse. Luego puede escribir, dice, o volver a pensar sobre lo que le rodea, a propiciar nuevos conocimientos reales o no que deja en el silencio, así nomás o escucha discos… todo eso por la mañana y a veces la mañana es todo el día o toda la noche, según.

En su propia voz: “Hay mañanas con hallazgos. Las palabras revolotean y no siempre se posan donde uno las espera. Hay veces en que se da una magia convocada con el truco de asomarte a ese libro que te llama desde un estante. Lees como escritor y te fastidias con las inesperadas costuras, otras veces lees como lector y te desprendes del libro porque la mañana se va, lo dejas con reticencia y a veces de golpe porque sucede el milagro, lo ves, lo atestiguas y el revoloteo sacude su lógica, se une a la música que en ese preciso momento el disco incorpora al ambiente es cuando el aleteo se apacigua justo en el renglón siguiente de tu escritura, es un raro momento ese cuando lectura y escritura se complementan o se tocan. El libro, su lectura, diferencia así al autor del lector. Los mejores momentos aparecen cuando por la mañana abres un libro de poesía y un verso cualquiera despega tu aburrimiento, desaparece la inercia, jalas el hilo y acomodas las palabras pues se detona tu propio siguiente párrafo. Ah, pero ojo, por otro lado con frecuencia abrimos la llave para leer todo lo que el autor del libro en cuestión ha escrito, prerrogativa del placer de la lectura, el placer del lector, material para las tardes”.

 

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