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2055 11 Marzo 2016

 

 

Viaje a Cuba y el regreso a lo humano
Adriana Garza Villarreal

 

Hombre soy: nada humano me es ajeno

Monterrey.- Hace unos meses tuve la oportunidad de ir a Cuba; este viaje rompió con todas mis expectativas, pues fue la primera vez que visitaba este país. Experimenté muchas novedades, amén de la cordialidad recibida.

Las mejores anécdotas del viaje surgieron a partir de la convivencia y el trato con otras personas. El día que llegamos a La Habana, en el trayecto del aeropuerto a la ciudad, nos detuvimos 45 minutos en la casa de cambio (Cadeca), lugar donde cambiaríamos dólares a pesos convertibles (Cucs); y el taxista que nos espero, no nos cobró por el tiempo extra.

Cuando llegamos al lugar en donde habríamos de hospedarnos, los dueños de la casa salieron a recibirnos, pero en eso, un ventarrón cerró la puerta. Impactados nos mantuvimos un rato afuera, mientras la señora corría con la vecina (porque no tenían celular) para pedirle la copia de la llave que tenía.
(¿Cuántos de nosotros le confiaríamos la llave de nuestra casa a nuestros vecinos?)

En las principales avenidas hay taxis colectivos o “almendrados”, donde los choferes suben a otras personas; la cuota única es de 10 pesos moneda nacional y 1 cuc para los turistas. (Claro que es mucho más barato para los cubanos viajar en estos transportes). Lo único que tienes que hacer es pararte en la calle, levantar la mano y los “almendrados” llegarán a ti.

Otro día, mientras caminaba sobre El Malecón, paré por lo menos cuatro o cinco taxis, pero con la facha de extranjera todos me cobraran un precio excesivo. Ya habíamos decidido volver a la casa caminando, por toda la costera, cuando un carro –de esos rusos viejos (Lada)–, sin letrero de taxi, se detuvo. Me acerqué a la ventana y el viejito me dice: “¿a dónde van?... yo las llevo”. Así sin más nos subimos y el señor muy amablemente nos llevó hasta la casa.   

Uno no sabe qué tan desconfiado es, hasta que sale de su país y se da cuenta de todos los miedos que viene uno cargando. Por el miedo y desconfianza en los primeros días de mi viaje en Cuba, desaproveché muchas oportunidades, como la de una invitación de un muchacho de Bulgaria: carita, bonito, güero, con excelente dominio de español, 1.85 de altura, que difícilmente volveré a  encontrar. Perdí mi oportunidad y todo por lo extraño que me parecía recibir ese tipo de atenciones, en un país como Cuba. (¿Y si el güero este era el amor de mi vida y ya lo perdí y nunca lo volveré a ver?)

No olvido el buen trato que recibimos en la ciudad de Cienfuegos, con la señora Mariela, y las muchachas que trabajaban con ella, quienes nos atendieron de maravilla, y nos llevaron la salsa tabasco para nuestro desayuno, cuando se enteraron que éramos mexicanas.

¿Cuántas personas se interesan hoy verdaderamente en nosotros, en cuántas personas nos interesamos nosotros? El guardia en la ciudad de Varadero que  se ofreció a cuidarnos nuestras cosas mientras nosotras nadábamos en la playa; el muchacho de camisa polo blanca, que hizo hasta lo imposible por conseguirnos un taxi en Cienfuegos; la señora Aidé, que nos ofreció que pasáramos a conocer su casa, a los cinco minutos de conocerla... En la ciudad de Pinar del Río, convivimos con Luis Guillermo y hasta con su suegra y toda la familia nos llevó a cenar el día de Navidad. Este tipo de gestos y atenciones le hacen recordar a uno la parte humana que todos somos.

El letrero que tengo grabado de Cuba, lo encontré en mitad de la carretera entre Varadero y La Habana: “menos prisas y más sonrisas”

Debido a lo complicado y caro que suele ser en Cuba conseguir elementos básicos como shampoos yjabones, decidimos llevar algunos de estos productos para regalar. Así, cargamos con dulces, cremas y jabones. Todo lo que dejábamos fue bien recibido. Fue una experiencia de empatía reconocerse en los otros y ver el lado humano de cada una de las personas.

Aprendí mucho en este viaje: el respeto, la apertura y el reconocimiento hacia las otras personas; creo que es la mejor propuesta, la única salida es regresar al trato humano; interesarnos por las personas, conocerlos, tratarlas como verdaderos seres humanos.

La cordialidad en Cuba no tiene precio, las personas se reconocen y yo me reconozco en la otra persona. El otro ser es igual de humano que yo en todos los sentidos; se evita el individualismo tan característico en la actualidad; los cumpleaños de los niños en las escuelas se festejan mensualmente (y no diariamente) y todas las mamás de los niños preparan el convivio. Y todas estas propuestas surgen de la empatía y del entendimiento entre las personas.

Si de esta pequeña isla en el Caribe, de la cual tanto se queja la gente de otros países sobre su “situación”, pudiéramos observar e implementar las buenas prácticas, en el caso de México otra cosa sería: avanzaríamos verdaderamente en muchos temas, como es el caso de la situación de los derechos humanos en México, la discriminación, violencia. La propuesta es volver a lo colectivo.

La cordialidad en Cuba no tienen precio: las personas se reconocen como tales y se les valora de igual forma. El otro ser es igualmente humano que yo en todos los sentidos.

Ser en toda la extensión de la palabra humanos, nada tiene que ver con la situación económica, con la educación o con el género.

Mientras más actos hagamos como humanos, más personas se volverán humanas.

¡Viva Cuba, siempre libre!


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