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2055 11 Marzo 2016

 

 

Manuel Durón: una vida breve
Alfonso Reyes Martínez

 

Monterrey.- Hace cincuenta años, en Monterrey, murió el pintor Manuel Durón, ciudad a donde emigrara en busca de trabajo, de nuevos sueños, nuevos paisajes, nuevos días. Había nacido el 24 de septiembre de 1938 en la Hacienda “El Lobo”, municipio de Loreto, Zacatecas.

Y fue el quinto de siete hijos de Lorenzo Durón y María de la Concepción de la Rosa: María, Dolores, Salvador, Guadalupe, Manuel, Fernando y Socorro. De infancia pobre y rodeada de penurias, los niños escuchaban a su padre, quien tenía una educación superior a la del común de los campesinos de la comunidad y llegaría a ser maestro empírico en ese lugar. Les leía pasajes de la Biblia y de otros libros, les contaba historias para despertar en ellos el vuelo de la imaginación infantil.

Terminó sus estudios primarios en la Escuela “Francisco Rivero y Gutiérrez”, ubicada en el centro de Aguascalientes, ciudad a donde don Lorenzo mandó a vivir a su familia, mientras él permaneció en “El Lobo” toda su vida de trabajo apegado a la tierra. A los 14 años de edad, Manuel y sus hermanos se fueron a Monterrey, a donde su hermana María se había ido y donde se casaría con Armando Rodríguez, obrero de la Fundidora y regiomontano por nacimiento.

Viviría en su humilde casa desde 1954 hasta su muerte en 1966. En la ciudad se encontraría con la Universidad de Nuevo León, Casa de Estudios que le abrió las puertas de su Taller de Artes Plásticas, y en donde halló refugio y amistades, y en donde sería un alumno de los más destacados, y después profesor –durante sus últimos cinco años de vida–, de grabado en metal, grabado en linóleum y litografía. Pronto su capacidad de trabajo y su talento para el dibujo causaron admiración entre los miembros de aquel modesto taller en donde iniciaran sus carreras artísticas muchos pintores, y que fue el cimiento de la hoy Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

La imaginación de aquel joven zacatecano pronto reunió las sombras y las luces, el claroscuro de un paisaje que crecería inagotable hacia los nuevos estadios de su arte plástico, nutrido de la intensa vida que lo rodeaba. Iniciaría con el vagabundeo de sus ojos, la sorprendente carrera de una obra –truncada de súbito por la muerte–, que llenó los lienzos y el papel con la expresión de una verdad buscada en los meandros de una ciudad convulsa y apasionante –artista a la manera de José Guadalupe Posada–, y que dejó en trozos de humanidad, conciliando a demonios y ángeles, niños ventrudos y viejos solitarios, obreros y lavanderas, perros famélicos, habitantes todos de la miseria y el hambre de un sueño fatal.

Vendrían para él apenas unos cuantos años de crecer, de madurar una respuesta estética, de dominar una técnica, para habitar en su propio estilo. Vendrían las reuniones con sus compañeros pintores, con sus amigos poetas y escritores, sus lecturas ganadas al descanso nocturno, su participación al lado de los universitarios en defensa de una cultura para todos.

Recuerdo una ocasión que le regalé la novela La vorágine, de José Eustasio Rivera y le conté un poco su historia. Al paso del tiempo, al morir Manuel, cuando iniciamos junto a Roberto Escamilla el cortometraje fílmico en su memoria, al revisar sus litografías en el Taller de Artes Plásticas, me encontré unas hermosas obras nacidas al paso de la lectura de aquella novela, que había hecho en el silencio de los desvelos.

Meses después la familia del artista donó su obra a la Universidad. Una parte de los trabajos estaba en poder del autor y otros aún en proceso de imprimirse: 100 entre litografías, óleos, dibujos, grabados, acuarelas y esculturas, fueros restaurados y enmarcados antes de su donación, que formaría parte importante del Taller de Artes Plásticas.

Se presentó su obra catalogada y seleccionada en una exposición, y se hizo Homenaje a Manuel Durón, –el primer cortometraje fílmico en Monterrey–, que dirigiera el cineasta Roberto Escamilla junto a un grupo de entusiastas compañeros.

Hoy, tras cincuenta años de su muerte, la huella del artista ha cruzado y resistido el juicio de la historia. Se publicó el libro Manuel Durón. Imágenes desde la oscuridad, de Sofía Gamboa y se han hecho exposiciones y celebrado actos en su recuerdo, que resplandece con fulgor propio en la tierra que le vio nacer y en la ciudad que adoptara como su hogar y centro de su nutricia obra plástica.

Evocamos su vida y su camino apenas desbrozado por su juventud inquieta, enamorada del arte, indiferente a los bienes materiales, atenta siempre al espíritu.

Nada más decir, sólo dejemos que la palabra del poeta nuevoleonés Andrés Huerta nos inunde y nos conmueva:

…la muerte es así
no nos dejó tiempo para caminar contigo por banquetas o cafés
ya no habrá el hasta luego
cuando nos despedíamos con la esperanza de los días en los labios
esperando recorrer el tiempo y llenarlo
tú con pinceles yo tal vez con palabras
me he puesto a pensar qué son veintisiete años
en la historia del mundo y en la vida de un hombre
y me he quedado con un pedazo de plomo en la garganta
con un silencio profundo y con zumo de limón en la boca.

(“Adiós a Manuel Durón”, 1966)

 

* Texto leído por el autor en el Homenaje a Manuel Durón; Casa de la Cultura, Loreto, Zacatecas, 26 de febrero de 2016.


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