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2086 25 Abril 2016

 

 

Chernóbyl, la catástrofe del tiempo
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- El 26 de abril de 1986, a la 1 h, 23´, 58”, explotaron el reactor y el edifico del cuarto bloque del complejo atómico de Chernóbyl. Se escaparon grandes nubes de elementos altamente radiactivos. De todo aquello hoy, a treinta años, sólo queda un fantasma, un espantoso desierto eterno.

Europa estuvo al borde de la extinción. Así de frágil es la existencia. Aquel fue el desastre tecnológico más grave del siglo XX. Fue el principio del fin de la dictadura del proletariado que, inocente, creyó controlar el átomo. Colapsó el Muro y se entronizó el infierno neoliberal.   

Durante la II Guerra los nazis arrasaron  619 aldeas bielorrusas y exterminaron a todos los pobladores. Después de Chernóbyl el país vio cómo se evaporaron 485 aldeas con sus habitantes. Setenta de ellas están enterradas para siempre en el subsuelo. En las regiones aledañas a la central nuclear la tasa de defunciones ha rebasado a la de natalidad en un 20%. Sólo en 1993 se practicaron en Bielorrusia 200,000 abortos.

El número de muertos directos por la explosión fue relativamente bajo, comparado con las bajas subsiguientes, casi todas víctimas de neoplasias asociadas a la exposición prolongada a los residuos nucleares.

Coincidencia escatológica: “Y el nombre de la estrella es Ajenjo; y así la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, o tomó su mal gusto; con lo que muchos hombres murieron a causa de las aguas, porque se hicieron amargas.” Apocalipsis 8:10. Chernóbyl en ruso significa “ajenjo”. Lección para la razón ilustrada, la Biblia se anticipó al estrago humano en el tiempo.

La autoridad del Soviet no dio la alerta a tiempo, alarma que hubiera salvado miles de vidas, mucho menos dio la cara a la humanidad. Mintió minimizando el hecho hasta que ya fue demasiado tarde. Los burócratas comunistas, todos honorables parásitos, no quisieron exponerse a la ira, el reclamo, el ridículo, la humillación mundial.

Junto con Fukushima, Chernóbyl está catalogado dentro de los eventos de mayor peligrosidad en la escala internacional de accidentes nucleares. En Chernóbyl se liberó 500 veces más masa radiactiva que en la bomba de Hiroshima.

Miles de hombres traídos con engaños o casi a la fuerza de toda la URSS utilizaron herramientas medievales para limpiar el escombro atómico. Los robots japoneses y americanos quedaron inutilizados en pocos minutos por la extrema radiación. Los únicos que funcionaron a la perfección fueron los robots soviéticos. Todos ellos no eran más que simples seres humanos. A estos aparatos desechables se les llamó “liquidadores”. Héroes anónimos que se sacrificaron por un pomo de vodka y un diploma con las efigies de Lenin y Marx… Nada. O casi.

Pocos meses después de la fuga nuclear, en la Azteca, mi barrio, corrió el rumor que en la tienda gubernamental Conasupo vendían quesos a precio irrisorio. Casi todo el vecindario fue por su porción de lácteo. Se dijo después que el producto provenía de las granjas bañadas por la nube radiactiva en el norte de Europa. Estaba delicioso.

“¿De qué dar testimonio, del pasado o del futuro? Es tan fácil deslizarse a la banalidad, a la banalidad del horror. Chernóbyl no sólo quiere decir conocimiento, sino también preconocimiento. El hombre se ha puesto en cuestión con su anterior concepción de sí mismo y del mundo. Y hablamos del pasado y del futuro, introducimos en estas palabras nuestra concepción del tiempo. Pero Chernóbil es una catástrofe del tiempo…

“Los radionúclidos diseminados por nuestra tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Entonces, ¿qué somos capaces de entender?”
Svetlana Alexeiévich. Voces de Chernóbil. Debate, 2015.


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