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932 21 Noviembre 2011

Yo no quería ser joven
Cordelia Rizzo

A Yesenia Peña

M
onterrey.-
A la par que vemos a una masa de jóvenes desilusionados, y en el borde del abatimiento por la ola de represión en los movimientos de indignados e indignadas de varias ciudades del mundo, resulta pertinente reflexionar en torno a qué tipo de jóvenes hemos sido (o estamos siendo). Los y las ocupas de las plazas están lanzando piedras a nuestras ventanas, todos los días, para avisarnos que algo se ha estado moviendo.

Hay muchas escenas de represión (aquí en México no debe olvidarse la de Ciudad Juárez el 1° de noviembre), pero destaca en mi mente ahorita la de los jóvenes en University of California en Davis, quienes sentados recibieron una buena ráfaga de gas pimienta de policías que, estando parados, se la aplicaron sin más. Me recordó el bullying de la niñez, a los bullies con sus compañeritos llegando en la ausencia de la maestra a hacerle bolita a una.

Cuando yo tenía 14 años no quería ser joven. Durante toda la niñez sólo escuchaba que los jóvenes eran personas sin principios, desconsiderados con sus padres, seres muy sexuales y malagradecidos. Agréguenle a eso que son inconstantes, tontos y vanidosos. Era una combinación peligrosa para una adolescente de 14 con aspiraciones intelectuales ‘serias’ y por ello pasé los siguientes 6 años tratando de parecer mayor, y lo logré: a los 17 yo tenía 23 para los demás, a los 18, 25, así que pasó desapercibida mi primera juventud. Hasta que no llegué a los 22 sentí que tenía deudas con el pasado y como por arte de magia el cuerpo me exigió ser joven y dejé fluir esas fuerzas contenidas durante 6 años.

Como bien dice Max Scheler, aquello que se reprime se expresará eventualmente, y creo que por lo que describo se puede concluir que la parte problemática de la juventud para la civilización occidental es el impulso sexual, ese Eros que sexualiza la organización de la actividad vital. La represión institucional al sexo es de todos sabida, pero quizás clarificar que obedece a la voluntad de control de ese miedo aural al sexo no está de más.

¿A qué va esta reflexión? Creo que esta protesta de no ser joven, fue algo más que una ocurrencia idiosincrática mía. Se puede observar en un contexto más amplio que se han ido consolidando estos ímpetus en un estigma a los jóvenes, a los que se les fue despojando de dignidad respecto a la etapa que viven. La novedad es de grado, pues dándole revés al autoritarismo de sus padres, los baby boomers fueron diluyendo esa capacidad de entrar en pugna y tensión con sus hijos (con las generaciones que seguían, en general).

Me pareció en aquel entonces que ahora sí iban en serio: los jóvenes son fluidos e inconscientes, por ende dañinos. En el afán de también ahorrarnos otra ruptura como la de ellos, obviaron lo esencial de esa pugna aparentemente fútil. Pero yo recibí el mensaje ‘claro’ de mis padres: lo más digno que podía hacer en aquel entonces era ceder frente a la autoridad del estigma y aceptar que los jóvenes no valíamos madre.

Los contemporáneos de mis padres, muchos, sentían un dejo de vergüenza por el espíritu optimista y/o pueril que se había posesionado de ellos en aquellos ilustres años 60’s. Aquello les había roto el corazón. En vez de hacerle frente, lo expresaron en la falta de puentes que se tendieron entre esa generación y la que vino. La alternativa fue socializarles un estilo de vida donde la estabilidad era la productora de felicidad, y esta se alcanzaría en la aquiescencia con los poderosos, quienes beneficiarían esta actitud con empleos y créditos.

Nunca hablaron de corazones rotos sino de ideas correctas y nocivas. No dejaron sanar su alma y adoptaron un ideario de adultos vueltos a nacer de las cenizas de su puerilidad. Esto fue bien aprovechado por los profesionales del gobierno y aliados que produjeron el olvido de los movimientos sociales de los 60’s, para dar pie al dominio del american way of life.

Jóvenes hay muchos, y quizás no construyan una casa ni críen hijos a sus 18, lo cual les podría dar algo de la perspectiva del hastío de los adultos que los desdeñan. Tal vez elijan procurarse placer como estilo de vida total. Quizás no honren a sus padres (o ancestros) todos los días, pero ello no les quita el hecho de que detentan poder. Frente al cliché del joven indomable, está la realidad de los jóvenes que no tienen ese campo libre para la ensoñación de sus vidas, que en su belleza y vitalidad llevan la penitencia de ser deseados para los apetitos más viles del ser humano, que tras el gozo tienen que cargar un peso enorme, que no tienen tiempo de dormirse en las tardes para salir de fiesta en las noches porque deben trabajar sin más…

En esa paradoja de circunstancia se urden las fantasías del y de la joven, inclusive del privilegiado que no ve clara la realización de las promesas de las universidades. No se ve que el resultado de los esfuerzos y el ingenio sean proporcionales a la dedicación. De tal modo que con la energía a veces desbordante y la limitada experiencia los jóvenes de hoy, deben tomar decisiones que abonarán al juego del sistema. Esa es la prerrogativa (¿nuestra?) de todos los chavos y chavas que están frente al olvido de las instituciones, pues el resto son emisarios leales de la generación anterior.

Vienen más actos represivos, pero creo que queda claro que frente al desamparo del sistema socio-económico-cultural-político, hay mucho que pensar, hacer y elaborar. Esto tendrá que tomarse en cuenta en la perspectiva de un posible desistimiento de la incipiente movilización social. La acción colectiva que se está posicionando en esta tierra árida que es Monterrey, le debe mucho a la prerrogativa juvenil de los indignados e indignadas.

Pero los y las jóvenes no pueden solos y los puentes intergeneracionales son necesarios para luchar por frenar la soltura con la que se van cercenando las fuentes de significados de muchos por el mandato de pocos. Yo no quería ser joven, pero es inevitable serlo ahorita.

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