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1094 4 Julio 2012

 

De vacaciones por la vida
Eligio Coronado

Monterrey.- El pintor y escultor mexicano Pedro Friedeberg, creador de la famosa silla-mano (una silla en forma de mano, cuyo diseño soñó: “En el sueño vagaba por un palacio donde todos los muebles estaban construidos a base de partes anatómicas vivas” (p. 153), ha relatado unas memorias muy disfrutables, incluso desde el título: De vacaciones por la vida*.

Lo primero que impacta es su excelente capacidad para recordar detalles como el olor de los libros leídos en su infancia: “las novelas de Henry James (…) invariablemente despiden un olor a ratón disecado en una abadía del siglo XII” (p. 69), o los objetos con los que tuvo contacto: “Para evitar aburrir a mis lectores, me abstendré de escribir quinientas páginas describiendo las quince cajitas de música que tanto me fascinaban” (p. 44) y hasta las direcciones de la ciudad de México del año 1955: “A Antonio Souza (…) le parecía increíble que alguien pudiera saber en qué colonia estaba una calle y de qué zona era esa colonia” (p. 98).

Otro detalle que nos sorprende es su “creatividad”: “Mathias (Goeritz) y yo adquirimos dos metros de lona, la colocamos en el piso y empezamos a chorrearla con pintura; luego la pisoteamos, echamos sobras de café y Coca-Cola encima y obligamos a Schnauzi, el perro de Mathias, a orinarse aquí y allá. Finalmente derramamos polvo y arena sobre todo aquello (…) y ¡presto! Teníamos una obra al estilo Pollock, Tàpies o Felguérez” (p. 134).

El mundo de Pedro Friedeberg, nacido en Italia (Florencia, 1936), pero residente en México desde 1939, ha sido una interminable sucesión de pintores, escultores, fotógrafos, escritores, dibujantes, galeristas, art dealers, coleccionistas, críticos, actores, actrices, arquitectos, millonarios, mecenas, miembros de la realeza (princesas, duquesas, marquesas, baronesas, etc.), integrantes del jet-set internacional y hasta falsificadores.

En un medio donde los egos están en constante ebullición no podían faltar las indiscreciones y el autor las comparte gustosamente: "Yves Tanguy, Max Ernst, Jackson Pollock y Kandinsky fueron algunos de los que formaron parte de su establo de artistas-amantes, pues para que Peggy (Guggenheim) adquiriera una obra era requisito acostarse con ella" (p. 179), "(Salvador Dalí) Tenía una mente extraordinaria, aunque la mitad de lo que decía afortunadamente tenía poco o ningún sentido" (p. 303), "Pita (Amor) siempre fue insolente y grosera. (...) De muy joven, cuando vivía frente al Colegio Alemán, salía desnuda al balcón de su recámara, provocando a los muchachos que iban saliendo del colegio" (p. 331).

Pero no todo ha sido un combate de susceptibilidades, también ha habido anécdotas inesperadas: "-Diego, (...) tus cosas (...) lucirían muy bien en Bellas Artes, pero (...) Necesitas hacer algo más original. (...) mira, acabo de pasar por el mercado (...) y venden unos pollitos a tres por un peso. Se lo dije de chiste, pero Diego (Matthai) toma todo muy literalmente, y (...) fue a comprar mil pollitos y los puso ahí en Bellas Artes, en un corral con barrotes de cromo que les construyó" (p. 296), "A la hora en que debíamos ofrecer el coctel (...), en vez de copas repartimos mandarinas. Todo mundo estaba encantado por la originalidad y, sin inhibiciones, pelaron las mandarinas y tiraron las cáscaras al piso (...). Toda la galería (Iris Clert, en París) se llenó de un aroma maravilloso" (p. 325), "Una de las primeras exposiciones que hicimos fue solamente de corbatas. (...) Diego Matthai nos mandó una que (...) medía veinticinco metros de largo. Como el espacio de la galería (La Chinche) era mínimo, sacábamos la corbata de Diego a la calle; era tan grande que atravesaba el arroyo y llegaba a la banqueta de enfrente, de modo que la pisaban los coches" (p. 327). 

Entre la extensa gama de temas que le ocupan y preocupan a este pintor surrealista están: la arquitectura (la cual estudió), el arte correo, coleccionar documentos autografiados por personajes, vivos o no ("cartas de Mozart a su padre", p. 329, "una tarjeta postal de Alice Toklas", p. 330, "un poema de Tristan Tzara", p. 330), los ladrones de arte (hasta los familiares lo han robado), la crítica de arte en México ("Los suplementos culturales (...) rara vez se ocupan formalmente de este género", p. 383), los excéntricos que ha conocido (Leonora Carrington, Remedios Varo, Manuel Ávila Camacho, etc.), la naquería imperante en México ("María Félix le regresaba (...) sus cuadros a Leonor Fini una y otra vez, para que le pusiera "más pelitos al gato" o "más escamas al cocodrilo", p. 368), los pintores y escultores olvidados (Armonía Ocaña, Paul Antragne, Cristina Bremer, etc.) y sus innumerables viajes (Turín, Lisboa, Munich, etc.).

Concluye Friedeberg con una exposición de motivos sobre su propia obra ("Yo, eternamente enamorado del arabesco y el ornamento egipcio, gótico, barroco, victoriano y aun precortesiano, he tratado de restablecer este amor por el adorno, y muchos de mis cuadros semejan un compendio de ornatos, llegando al punto (exagerado) de manía obsesiva, de too much is not enough" (p. 422) y sobre el arte en general: "Hoy en día lo que queda del arte se ha vuelto un pasatiempo para débiles mentales, jugando una estúpida farsa monótona y aburrida donde la expresión más aceptable es hacer el ridículo de la manera más grosera y patética" (p. 428).

* Pedro Friedeberg y José Cervantes. De vacaciones por la vida. Memorias no autorizadas del pintor Pedro Friedeberg relatadas a José Miguel Cervantes. México, D.F.: Trilce Ediciones / Conaculta / UANL, 2011, 431 pp., Ilus.

 

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