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1094 4 Julio 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Escuchando la acordeona
Gerson Gómez

Monterrey.- Le insisto compa, quédese aquí quietecito en la mesa, comiendo chicharrones y tostadas con salsa.

Vamos a seguir pisteando agusto, escuchando la acordeona del compa Celso, gastando la quincena.

No haga caso a las súplicas. No vaya con esa mujer: tiene la rabia.

Déjela desesperarse y que se vaya sola. Como fantasma penando por la calle. Perro famélico bebiendo el agua encharcada.

Si se sale de aquí ya no podré cuidarlo.

Lo van a asaltar los malandros de la colonia, apenas entrando a la vecindad, en donde tiene su cuarto.

Usan fierro y son montoneros. No se avientan el tiro al uno y uno. Son legión.

Obsérvela bien a la morrita, a detalle, está en los huesos, la enfermedad se la ha chupado todita.

Ya tuvo tres chavales con distintos vatos. Se los llevaron al orfanatorio. No le permiten verlos. Vaya a ser que los contagie.

Ni carne para sentarse en el retrete le queda. No vale la pena meterse con ella por veinte méndigos pesos.

Es un mar entero, seco su sexo.

Córtese la locura.

Yo sé lo que es andar cachondo en la parranda. Tener ganas de ir a mojar la brocha.

Pero esa morra tiene sida, dice el cantinero. Mejor una puñeta. A lo más le puede salir pelos en la mano. Solamente.

Pobre vieja.

Cada mes, los de la clínica del seguro, le firman la supervivencia. Ya está jubilada. Aún no cumple los treinta. Ni llegará.

Trae la carga viral muy alta. Con diarreas frecuentes. Altas dosis de medicamentos para controlarle la calentura.

Vengase a la luz y a la paz. Al lado fresco de la cantina.

Deje le siga chistando afuera del enrejado. No la pele. En cualquier rato se va a cansar y le va a llegar.

 

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